De los padres autoritarios, ceñidos a la norma y a la moral sin cuestionamientos; de los padres dueños del poder, eternos enciclopedistas, controladores y frustrados, el mundo pasó a la generación de los padres sumisos, padres sin límites ni autoridad, blandengues, arrodillados frente a sus hijos, padres relajados que compensan el abandono en el que los tienen con toda clase de regalos y servicios materiales como tarjetas de crédito y generosos cupos en cuentas de ahorro. Padres diluidos, trastornados, tímidos e inseguros en la crianza, que transmiten a sus hijos inseguridad y debilitamiento.
Sin embargo, un nuevo tipo de padre está naciendo, un “todo terreno” que ha identificado sus heridas infantiles y hacen un gran esfuerzo por no repetirlas en los hijos. Son los padres que han pisado terapia, leído libros, oído charlas y tal vez tropezado en un matrimonio o dos, para al fin entender que los males del mundo están dentro de sí mismos.
Sigue a Cromos en WhatsAppEstos padres, difíciles de manipular, se ubican más allá del bien y del mal, se hacen cargo de sus errores, no son infalibles, no se las saben todas, pero tampoco se dejan meter los dedos a la boca por los astutos jóvenes.
Ellos pertenecen a una generación de padres curativos, entregados a la causa de que los hijos sean felices. Son padres que, como dice la canción de los Beatles, dejan ser, que respetan a sus hijos como personas. En vez de pararse frente a ellos para obstaculizarles el paso, los empujan con cariño y amor hacia adelante.
Este padre todo terreno acompaña sin protagonizar y camina junto al joven sin robarle el show; ha servido de cicatrizante de las viejas heridas de la familia, consciente de que no puede heredarlas a las nuevas generaciones. Trabaja poniendo amor donde hubo distancias, compresión donde hubo exclusión; no se entromete en la vida privada de sus hijos y, por sobre todas las cosas, confía y cree en ellos.
Ésta es una generación de padres que expresan el amor, que abrazan, que motivan, que escuchan y charlan con los jóvenes; que les transmiten a sus hijos valores y competencias en vez de miedos. Son padres confrontadores, que retan a sus hijos, que les confían responsabilidades y los motivan en su toma de decisiones.
Estos padres de vanguardia ya se han hecho a la idea de que sus hijos estudien cocina, música, cine o cualquier vaina rara como yoga, modas o jardinería... Ya no les asusta el tema de la identidad sexual. Son padres que empiezan a comprender la vida desde la trascendencia y la simpleza, donde la verdad y la fuerza del amor florecen juntas. Son padres sin miedo, conscientes de que pueden morir, o quebrar… y entonces lo entregan todo ahora, y aman a sus hijos.
La culpa de la manzana
Cuenta el mito que un par de jóvenes, Eva y Adán, fueron expulsados del paraíso (su hogar) por atreverse a ser diferentes, por probar el árbol del conocimiento según Nietzsche, por caer en la tentación según la Biblia. Todo joven tiene derecho de morder o no morder la manzana. El reto para los padres es no caer en la vieja matemática de exclusión, en sentencias tan descoloridas como “mientras vivas en mi casa harás lo que yo diga”, ni en posiciones evasivas de ignorancia feliz, que es saber que “algo pasa” sin confesarse la verdad acerca de los hijos y de las puertas que están abriendo para tomar su aire.
A través del desarrollo hemos ido superado la polaridad de ser o pertenecer. Nuestros jóvenes pueden expresar su ser sin tener que perder la pertenencia. Y hemos entendido que, además, ése es un movimiento vital, como aprender a caminar pero con el alma. Y para eso será necesario caerse más de un par de veces hasta encontrar un sello, un estilo estrechamente ligado a su esencia, a su individuación.
Si el joven no logra levantar su voz por encima de los miedos de sus padres y de los “deberías”; si no logra gritar lo suficiente hasta escucharse a sí mismo, entonces no habrá nacimiento. A cambio de un líder, tendremos por siempre en casa un hombre niño, una niña-mujer insegura que marchitó su ser a cambio de pertenecer.
No lo señales, apóyalo
Los jóvenes no son los rótulos que imponen los adultos. Casi siempre son la voz del sistema familiar y el movimiento hacia la vida. Ellos son el presente que grita innovación, tolerancia y coherencia. Cuando uno de estos jóvenes se auto agrede, se hace daño, es importante encender las alarmas de la conciencia, no las del señalamiento. ¿Será que uno de los padres es tan posesivo y narciso que no se deja superar por su hijo? ¿Será la autodestrucción, la depresión, las enfermedades alimenticias, etcétera, gritos desesperados de algún hijo para despertar a algún padre?
Los padres conscientes, adelantados, pueden anticipar estos movimientos y torcer un destino rindiéndose, sacudiendo sus estructuras y realineando su vida. Es tan grande y agradecido el amor de los jóvenes, que casi siempre ponen en riesgo su vida y su felicidad para hacer entender a los padres lo lejos que se fueron del camino de la felicidad. Es tanto su amor, que apagan el brillo de sus ojos para que vuelva la luz a los ojos de sus padres. Pero esto no debería ser así. Es tarea de la vida que los grandes den y los jóvenes reciban, que sean los adultos los que partan primero hacia la muerte, y que den testimonio vivo de la búsqueda, de la felicidad y del amor.
El segundo parto
Un buen padre, es aquel que le permite a su hijo nacer a su individualidad. El neonato de adulto desoirá todas las voces, buscará sus caminos y sus formas, hasta desnudarse y encontrar su propio canto en el murmullo de la selva, donde aprenderá la vida por sí mismo. Mientras tanto los padres, de esta orilla del río, solo pueden confiar y creer que el hijo volverá convertido en adulto. Ha empezado su propio camino, su propia verdad en sí mismo y en su recién descubierto sentido de vida.
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