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El origen de CROMOS, la revista más antigua de América Latina

100 años no se cumplen todos los días y para celebrar nuestro primer siglo revivimos esta linda historia escrita por Pascual Gaviria.

Por Redacción Cromos
29 de agosto de 2016
El origen de CROMOS, la revista más antigua de América Latina

Como los buenos vinos, la revista CROMOS se hace más especial, más madura, con más cuerpo. Hemos rescatado algo de ese pasado para seguir tecleando las letras del mañana. Porque esta historia todavía no tiene fin…

En 1916 Bogotá era una señora algo andrajosa, de nariz larga, con aires desengañados e ínfulas distinguidas. El lápiz burlón de los caricaturistas de la época la retrataba con un tranvía en el regazo, con las rentas a la espalda o estirándole la mano suplicante al Tío Sam. Siempre atareada y sucia. Los leprosos la miraban con celos desde los lazaretos de las afueras y decían los cínicos que el agua capitalina era más peligrosa que la chicha. Pero no todo eran miserias, también estaban los esplendores recién traídos para la aspirante a metrópoli. La ópera y el tenis, los cafés estirados y las maneras teatrales, los bailes olorosos y las manos enguantadas.

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Y la morfina que Eduardo Castillo pregonaba con su palidez, su bastón hipodérmico y su capa de vampiro. Morfina que, según decían, calmaba el spleen de algunas damas. Tomás Carrasquilla, quien vivió en esa época como periodista en la capital, les describía a sus parientes la pompa de las fiestas de alcurnia: “Estuve en el baile de Julita Baquero. Allí estaba toda la crin de la cola.

Eso dizque fue de lo lindo y elegante que por acá se haya dado... Rumbaban por esos salones, adornados con casullas, capas polvorientas y telas antiguas, los canastos de rosas y los ramos de una y otra laya. Servían veinte criados, y, como todos estaban de rigurosa etiqueta, había que abrir mucho el ojo para no confundirlos con los señores”. La descripción de su pareja sirve como retrato de dama bogotana: “…ella muy escotada, con un collar enorme de perlas y diamantes, unos zarcillones que le gulunguiaban, traje de blonda negra con fondo crema, fajón morado y penacho negro…”; a manera de corona, digo yo.

En medio de esa Bogotá llena de piojos y glamur surge la idea de hacer “una revista gráfica semanal al estilo de las que cautivan el favor de las gentes en las principales capitales europeas y americanas, una publicación donde se registre el movimiento literario, científico, artístico, social y
político de la Nación colombiana y donde quede también constancia de lo más notable e interesante que acontezca en los demás pueblos del planeta”. Así ofrecía CROMOS su ideario en el primer número aparecido el 15 de enero de 1916.

Miguel Santiago Valencia, desde París, se encargaba de enviar las crónicas extranjeras y los cuentos tomados en su mayoría de Le Journal. La última moda llegaba con dos meses de retraso y hacía soñar a damas y señoritos. Abelardo Arboleda se encargaba de lidiar con la tipografía recién traída de Italia y con el fotograbador barcelonés considerado un mago con secretos inconfesables.

“Editores Propietarios, Arboleda & Valencia”, se lee en el cabezote del primer número que fue esperado con ansias por una acuciosa gaminería ataviada con boinas y ruanas, calzada con alpargatas llenas de niguas, y encargada de ofrecer por 10 centavos las 18 páginas que contenían 16 grabados, 4 crónicas, 1 verso y 1 cuento.

Los 2.500 ejemplares se agotaron en cuatro horas y es seguro que la revista hizo olvidar por unos días las películas mudas que se presentaban en el Teatro Olympia amenizadas por los valses de una orquesta afónica. Luis Tamayo, uno de los primeros directores de CROMOS, resumió el carácter de la revista presentando una dupla tan sencilla como exitosa, ya no se trataba de componer idearios aparatosos sino de presentar un matrimonio atractivo a los lectores: “La revista tendrá ilustraciones y churros a granel”.

El pintor Coriolano Leudo fue dibujante y caricaturista oficial de la primera etapa de la revista. En la portada inaugural está su novia de entonces, lánguida, enrollada en una mantilla negra, más triste que provocativa para el ojo curtido de hoy en día. La reproducción del dibujo tuvo sus problemas y la cara de doña Mercedes Martín quedó llena de pequeñas burbujas. La magia del fotograbado obraba para bien o para mal, y Coriolano debió resignarse con los 10 pesos de pago y la frase socarrona del regente de la imprenta cuando vio el resultado de la noche larga de trabajo: “Y era bien pecosa la vieja”.

El primer “churro” fotografiado para las páginas interiores fue Matilde Holguín, una joven de 18 años que apareció siguiendo la atrevidísima moda de tener la falda una cuarta arriba del tobillo, costumbre que había despertado a la curia y exaltado la imaginación con empeines planos y pantorrillas amoratadas.

Más allá de los deleites para caballeros el debut contenía las impresiones de un modisto parisino que vivía en Bogotá y alusiones varias a la Primera Guerra Mundial, entre ellas una deliciosa extravagancia que se decía colgada de una puerta en la ciudad de Lyon: “Se vende un hermoso gatico angora de pura raza, cuyo dueño ha caído en los campos de honor. El producto de la venta se empleará para trasladar a esta ciudad el cuerpo del difunto y construirle una tumba decente”. Muy pronto el primer director se convirtió en dueño y lo que había nacido como “un órgano cultural de contornos un tanto románticos” se volvió una “revista moderna”.

Ahora había un representante publicitario en Nueva York, un fotógrafo de renombre, un departamento de distribución y firmas ilustres en cada número: Baldomero Sanín Cano, José Eustasio Rivera, Ricardo Rendón, Miguel Rasch Isla y Germán Arciniegas eran frecuentes en las letras de CROMOS. Y hasta Eduardo Castillo utilizaba su jeringa como pluma apropiada para esposas e hijas.

Cuando la revista llegó a su número 1.000 luego de 20 años de circulación, Bogotá había superado un terremoto y una revista debajo del brazo, las mujeres se reunían en la sala de redacción para hablar del “decorado” político del país y Gonzalo Arango, que hacía poco había dicho que el diablo lo había enviado, ya escribía sus reportajes y hacía promesas en un autógrafo publicado en la revista: “Un saludo a los lectores de CROMOS, y a los nadaístas mi promesa de que no pienso convertirme en escritor de té canasta”.

El director se encargaba de justificar la presencia de las niñas en bikini en la portada, cosa que alborotaba por igual el “obispero”, la dicha de las gatas y la envidia de las mojigatas. Y quién creyera. Las páginas de esos años ya exhibían la obsesión exacerbada de las niñas famélicas del siglo XXI. “Reduzca su peso en un mes sin dieta. Recupere la línea con la prodigiosa fórmula francesa Linecrem, artículo de tocador”.

Decía uno de los hijos Restrepo que CROMOS podía reunir a Gilberto Vieira, un rojo de Rusia, con Laureano Gómez, un azul de Prusia, y que para bendecir al profeta nadaísta había llevado al padre Bravo. Pero CROMOS no sólo ha mostrado esas orillas ideológicas sino un verdadero mar de celebridades.

En CROMOS todos han sido niños. Miré algunos números al azar y aparecieron estos pipiolos: Juan Gossaín con un afro al viento, saltando de un helicóptero en tiempos de audacias. Rodrigo Arenas Betancourt, afeitado a ras, con cara de carpintero aprendiz en México. Mario Moreno en la redacción de la revista, cuando era alto, rodeado de secretarias en tacones. Margarita Vidal y Judy Henríquez estrenando cédula en un cubrimiento electoral.

Por Redacción Cromos

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