Laura Mora, directora de Matar a Jesús. / Foto: cortesía
Un productor colombiano no le mete demasiado dinero a una película porque sabe, desde el principio, que es una aventura pérdida. Después de bregar por patrocinios o estímulos del Estado, consigue recursos para estrenar su proyecto, pero la misma semana sale un blockbuster de Hollywood que cuenta con un presupuesto 10 o 20 veces mayor. El productor colombiano escoge estratégicamente algunas salas para exhibir los afiches tamaño octavo de su película, mientras que los muros de esas y otras salas están tapizados por vallas publicitarias de 10 metros. Disney, Warner y Fox, marcando territorio.
Si el productor tiene el apoyo de un canal de televisión, logrará ver el tráiler de su película en una emisión del noticiero, mientras que el blockbuster aparecerá en ese y otros canales de día y de noche. Al final de esta historia, la mayoría de los colombianos conocerán la película de Hollywood y apenas distinguirán la película colombiana. Como el voz a voz demora en expandirse y las exhibidoras no pueden perder dinero, la película nacional saldrá de cartelera al cabo de unas semanas. Y esta es la primera pata del problema: a nivel de promoción y publicidad, las producciones nacionales no tienen cómo dar la pelea frente a los gigantes de Hollywood.
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Pero no es solo un tema de industria. Después de un siglo sin producción fílmica, el cine colombiano comenzó a buscar su voz propia a
finales de los noventa. Los directores clavaron la mirada en dos horizontes: las películas europeas, que eran ovacionadas en los festivales internacionales, y las películas que lideraban taquilla en las carteleras de Estados Unidos.
Para Felipe Aljure, director de La gente de La Universal (1991) y de El colombian dream (2006), el interés por esas hegemonías cinematográficas ha sido desmedido. “Comenzamos a hacer películas que copiaron los modelos del rating televisivo (comedias populares hechas para enriquecer a grupos económicos) y películas independientes que efectivamente fueron aclamadas en Cannes
y en Toronto (cine hermético, ambiguo, que busca exaltar el genio de un creador). Cuando estas cintas se enfrentaron al público colombiano, a sus necesidades de consumo y de identidad, hubo un desencuentro. Descuidamos la razón central de hacer cine: dialogar con un país”.
A pesar del divorcio entre el púbico y la marca cine colombiano, el crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga sugiere fijarse en una grieta: “El éxito de algunos documentales, como Amazona, Carta a una sombra y Señorita María: la falda de la montaña, lleva a pensar que la gente quiere ver otro país, busca conectarse con personajes desde otro nivel de empatía: con personajes que luchan, transgreden, con nociones nuevas o remozadas de heroísmo. Estos documentales lanzan una gran pregunta al cine de ficción, lo cuestionan acerca de si está realmente vinculado a las energías sociales o si se trata de un cine esnobista”.
¿Qué debería hacer el cine de autor para ganar difusión? Zuluaga cree que el núcleo del problema está en el circuito: pensar que hay
un solo circuito (el comercial) y no fortalecer nuevos públicos en las regiones y en las universidades, donde las películas pueden ser recibidas con mayor apertura. Por su parte, Jacques Toulemonde, director de Anna (2015), una cinta colombiana nominada a los premios Goya y Ariel, cree que el cine de autor debe abandonar el circuito comercial hasta donde le sea posible y volcarse a las salas independientes. “En Colombia existen unas 20 y se sienten bastante olvidadas por la industria. Ese modelo existe con mucho éxito en Francia y, con un poco menos, en Argentina. Son salas subvencionadas por el Estado, que mantienen una lógica de mercado y al mismo tiempo tienen la misión de proyectar un porcentaje de películas nacionales. Debemos fortalecer ese circuito con alianzas que integren a los productores y a los creadores”.
Contrario a Toulemonde, Aljure cree que mandar el cine de autor a las salas independientes significa darle un trato inmerecido, de “niño especial”. Para él, la baja taquilla debe tratarse como un fenómeno de transición, un paso engorroso y necesario para que el cine colombiano encuentre su propia voz. Sin una voz propia, insiste, las películas nacionales serán incapaces de dialogar con el público y de asegurarse un lugar en las salas comerciales.
Aljure, Toulemonde y Zuluaga coinciden en algo: la producción nacional está en plena adolescencia, buscando personalidad. En ese sentido, tendremos que entender un hecho: toda una generación de cineastas colombianos recurrirá a fondos públicos cuantas veces sea necesario hasta lograr hacer películas satisfactorias para ellos, para la tradición y para el país, que históricamente nos tocó vivir.
Las 5 películas colombianas más taquilleras en lo corrido del 2018:
1. Si saben cómo me pongo, ¿pa’ qué me invitan?
453.464 espectadores