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El que tortura la paga/ crónica

Por esta denuncia, publicada el 8 de julio de 1985, acerca de los desmanes del Ejército la osada Ligia Riveros ganó un premio especial del CPB por su valentía.

Por Redacción Cromos
01 de julio de 2011
El que tortura la paga/ crónica

El que tortura la paga/ crónica

Descorre la cortina y mira aterrada. De cinco automóviles que habían frenado lentamente, salen figuras que se agazapan. La luz de las bombillas callejeras delatan las intenciones al iluminar sus metralletas. Olga López marca un teléfono y dice: “Padre, me van a allanar”. Luego abraza a su hija de cinco años con toda su fuerza. No tiene más defensa que sus brazos delgados que muchas veces ha cargado de medicinas para llevar a los barrios marginados donde da lecciones de primeros auxilios. Pero está en ese momento ahí, en su consultorio-apartamento de la calle 75 con carrera 31 de Bogotá, y las botas se acercan cada vez más. De pronto, una patada marca el comienzo de una pesadilla…

Enero 3 de 1979, cuatro de la mañana. El capitán Leopoldo Hincapié Segrera guarda en el bolsillo la orden de allanamiento del juez 106 de Instrucción Penal Militar y comienza su “trabajo”.

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Mira a las mujeres que aterradas no saben qué decir. Madre e hija son obligadas a tenderse en el suelo boca abajo y un soldado con un fusil ametralladora apunta a sus cuerpos. Al suelo cajones de escritorio, sillas, colchones, libros, medicinas, equipos quirúrgicos, ropa, juguetes, dibujos infantiles. ¿Por qué? ¿Por qué?, pregunta la madre, mientras trata de dar calor a su hija que tirita a su lado de frío y de miedo. “¡Quieta!”, espeta la voz del soldado, mientras coloca la boca del cañón sobre su cabeza. Fueron cinco horas largas de terror.

2 (IMPOTENCIA)

Iván López Botero cuelga el teléfono, llama a sus hijos Alberto y Eduardo y se viste rápidamente. Los tres salen hacia el apartamento de Olga López. El exsenador del Quindío no puede conducir porque tiene los puños crispados por la ira y la impotencia.

“¡Alto! No puede avanzar más”, y varios fusiles 6-3 apuntan al pecho de los hombres. El de más de edad intenta desobedecer la orden pero no hay nada que hacer. Sobre los tejados, en la acera, escondidos detrás de los postes, más de sesenta hombres vigilan para que el allanamiento no sea interrumpido. Y ellos, padre y hermanos de la doctora Olga López, no tienen más remedio que esperar a doscientos metros del lugar donde sufren afrentas y destrucción de su propiedad una madre indefensa de 27 años y su hija de cinco.

A las ocho de la mañana comienzan a temblar las piernas del político, hombre de contextura físicamente envidiable, rosado y fuerte. Su respiración se agita minuto a minuto, tanto que no tiene más remedio que decirle a sus hijos: “Llévenme a la casa y regresen. Mi tensión arterial…”.

A las nueve de la mañana Olga López y su hija Olga Helena salen escoltadas por quince militares. La gente se arremolina y el capitán Hincapié responde que sólo es rutina y que pronto volverán a su casa. Ha comenzado la más espantosa afrenta a la justicia, a la libertad, a la moral de un país: las torturas.

3 (PÁNICO)

Los automóviles y patrullas frenan violentamente frente a la Brigada de Institutos Militares. Madre e hija son empujadas por los corredores. La pequeña, horrorizada, ve cuando encapuchan a su mamá y se la llevan a empellones hacia las caballerizas de Usaquén. “¡Mamá!, ¡mamá!”, grita mientras un hombre con una minigrabadora capta las exclamaciones de la niña. Después la encierran en un cuarto a prueba de ruidos y la hacen gritar, la amenazan que va a ser violada y ella pide auxilio: “Mamita, me van a violar”. Todo queda grabado. No le dan ni un vaso con agua. Después se la entregan al oficial que dirigió el allanamiento con la orden: “Devuélvansela al abuelo”.

A las diez horas de haber comenzado el allanamiento, el capitán Leopoldo Hincapié Segrera llega a la casa de Iván López Botero y le dice: “Le entrego a su nieta, firme aquí en donde consta que se la devolvemos en perfectas condiciones”. El documento ya está escrito. El político mira a su nieta que con ojos llorosos parece pedirle ayuda. Se da cuenta de que tiene pánico y que no ha recibido alimento alguno. Con voz acusadora pregunta por su hija y el capitán le dice que no se preocupe, que la tiene el Ejército y que pronto le informará dónde está. Lo acosa. El abuelo firma.

4 (BURUNDANGA)

Olga López tiene frío. Le duele la cabeza por el fuerte olor a estiércol. Seguramente está en una caballeriza. Fue tirada allí sin consideración. Tiene las manos amarradas a la espalda. Siempre de pie. Sin luz, vendada, sin alimento, sin baño. Al cuarto día la suben a un furgón, sus 1.58 de estatura y sus 47 kilos vacilan. Después va a dar a un socavón con paredes de piedra, de 150 metros de largo por 200 de ancho. Olga arrastra los pies tratando de ubicarse en el lugar. Ignora que está entrando a uno de los centros de tortura, hoy conocido como la Escuela de Comunicaciones del Ejército en Facatativá, cerca de las Piedras de Tunja.

Diez días de tortura, colgada, golpes en el estómago, senos pellizcados con alicates o pinzas: “Canta o te hacemos dar leche, hijueputa”. Grabaciones: “Mamita, mamita, me van a violar”. Un día la suben a una mesa y le atan una cuerda al cuello: “Uno, dos, tres minutos, canta, cuenta dónde están las armas que esos cabrones se robaron del Grupo Mecanizado Rincón Quiñones, canta o te ahorcamos”.

Después los torturadores se vuelven amables: “Mona, venga, tómese está aguadepanelita. Si no somos tan malos”. Esto sucede poco antes de llevarla a indagatoria ante el juez primero de Instrucción Penal Militar que se va a realizar las primeras horas de la noche. Olga López con desconfianza empieza a saborear el líquido de la taza, que le adormece un poco la lengua. ¡Alerta! Esto es escopolamina. Disimula. Solicita con urgencia un baño, abre la cisterna, toma el agua sucia, logra un lavado gástrico y expulsa el tóxico.

Pocos días después comienza la música clásica y la melodía acompañada con el golpe de un palo en el suelo. Es obligada a ponerse en cuclillas. “Te vamos a violar, gatea…”. Desesperación. De pronto sus manos perciben una cuchilla de afeitar y en un descuido de uno de sus cancerberos se cercena las venas de sus muñecas. Es llevada de urgencias al Hospital Militar. Resulta necesario salvarle la vida para que hable, para que delate. Le cosen las venas pero no le aplican plasma, ni le hacen transfusión de sangre. Nuevamente a las caballerizas, los centros de tortura, los interrogatorios…

Mientras tanto una enfermera del Hospital Militar localiza al padre y le dice: “Sé donde tienen a su hija. Escúcheme…”.

5 (TE RUEGO)

Inmediatamente que Iván López sabe dónde está su hija, se comunica con su amigo Hugo Escobar Sierra, ministro de Justicia. “Por favor, intervenga ante el general Miguel Vega Uribe para que le permita entregarle a mi hija alimentos y ropa interior. Sé que hace quince días no se cambia y no ha tenido la oportunidad de un baño. Se lo ruego como amigo”. El político conservador cede ante los ruegos del padre.

El general lo recibe. Lo escucha en silencio, con el ceño fruncido. Después le promete que la ropa llegará a su destino. El exsenador vuelve a los tres días y aún la promesa no ha sido cumplida. Después le dejan ver a su hija, luego de una espera paciente que le parece una eternidad. Escucha el ruido de una puerta y de pronto aparece una muchachita escuálida, que apenas puede tenerse en pie, con profundas ojeras, dos heridas en las muñecas y hematomas en las piernas. El político, fuerte como un roble, se lanza a su encuentro y los dos lloran en silencio. Ella no puede abrazarlo porque después de los colgamientos le quedaron los brazos entumecidos. Entonces, el padre, como si Olga fuera el bebé que 27 años atrás ayudó a criar, le da lentamente la leche que lleva en una bolsa.

Poco después le escribiría al presidente Turbay Ayala: “Vemos ahora cómo las autoridades y, de manera especial las Fuerzas Armadas, toman una dirección inexorable: con el fin de conseguir informaciones, que se consideran benéficas para la seguridad pública, por lógica de la misma violencia, las Fuerzas Militares utilizan las torturas físicas o morales, como si esas informaciones arrancadas con torturas resultasen más confiables. Este peligroso mecanismo de la Justicia Militar hiere a los verdaderos demócratas, pero resulta aceptado y consentido, como un determinismo salvador, para los partidarios del statu quo”.

Seis años después el expresidente Turbay Ayala acepta haber recibido la carta pero afirma que en ella el doctor López no le habla de torturas.

6 (VIOLACIÓN)

El abogado Diego López Jaramillo, que ha buscado a su hermana por cielo y tierra, se hace cargo del caso. Pide audiencia y a regañadientes la Brigada la autoriza. También le cuesta trabajo reconocer a esa joven asustada, pálida y vacilante a la estudiante de Medicina de la Universidad Nacional que se preocupaba por llevar soluciones a los pobres, a la médica que hizo el internado en el Hospital San Juan de Dios de donde trató una cardiopatía a Augusto Lara, más tarde sindicado del robo de armas al Ejército. La misma profesional que fue designada médica rural en el Hospital Nuestra Señora del Carmen en Mesitas del Colegio y que venía dos veces a la semana a Bogotá, a ver cómo podía ayudar a la gente.

Diego López no lloró porque alguna vez le enseñaron que “los hombres no lloran”. Pero abrazó a su hermana con todas sus fuerzas. Le escuchó enrojecido por la ira el relato sobre torturas durante los primeros quince días de detención y sus quejas de que aún no le habían permitido cambiarse de ropa interior. Lo hizo poco después y el padre jamás olvidará cómo vieron los pantaloncitos de su hija perforados, como una contundente evidencia de que sí había sido violada con el palo que muchas veces sirvió para amenazarla. Seis años después la familia recuerda estas atrocidades y ya no temen llorar…

7 (¿CONFESIÓN?)

En algún lugar del país vive un médico joven, con huellas de tristeza en su rostro y que desconfía de los extraños. Se llama Carlos Emiro Mora y hace parte del grupo de los 34 médicos torturados, según informe de Amnistía Internacional, durante el gobierno de Turbay Ayala. Este fue su testimonio analizado por los magistrados del Consejo de Estado:

“Recuerdo que el día 6 de enero de 1979 fui sacado del salón de interrogatorios donde me encontraba y llevado a otra sala en la cual se me despojó de la venda y me encontré con la doctora Olga López, quien estaba siendo sometida a interrogatorio. En esa ocasión me preguntaron si la conocía e igual pregunta se le formuló a ella respecto a mí. Al obtener la respuesta afirmativa me quitaron la camisa y le mostraron a la doctora Olga López las equimosis que como consecuencia de los golpes que yo había recibido presentaba. Le dijeron que si ella no confesaba su participación en los hechos que se le imputaban correría igual suerte. Ante la negativa de ella procedieron a atarla con las manos atrás y a izarla colgada de una viga y comenzaron a golpearla en el abdomen y los miembros inferiores. Luego la bajaron y siguieron insistiendo en su confesión. La negativa de ella continuó, entonces la tendieron en el piso, la sujetaron de pies y manos, le quitaron la ropa interior y la amenazaron con violarla con unos palos y luego lo haría cada uno de los participantes, amenazándola además con que me obligarían a mí a participar en este hecho. Dichas amenazas no solamente fueron verbales sino que hicieron ademanes de llevarlos a la práctica acercando los palos hacia sus zonas genitales, diciéndole que era la última oportunidad que tenía, que contaban hasta tres para que hablara o de lo contrario sabría ella ‘lo sabroso’ que la iba a pasar. La respuesta de la doctora fue de una negativa ante las acusaciones y los esfuerzos naturales tanto físicos como verbales para impedir este hecho”.

Acerca de las grabaciones con la voz de la hija de Olga López, el doctor Emiro Mora afirmó: “En el primer encuentro con la doctora Olga López, cuando se le amenazó con llevar a su pequeña hija a ese mismo sitio, los interrogadores hicieron sonar una cinta con la voz y el llanto de una niña que llamaba a su mamá y que supuestamente se trataba de la hija de la mencionada doctora. Ante esto, la doctora reaccionó increpándoles ese proceder tan vil. Los interrogadores respondieron que todo dependía de ella, que si en verdad no era una madre desnaturalizada le evitaría el castigo a su hija confesando su responsabilidad. Esta cinta la escuché en una sola oportunidad pues, como anotaba anteriormente, fui sacado de esa sala de interrogatorios”.

8 (Y REGRESAN)

El 13 de enero de 1981 sale de la cárcel Olga López de Roldán, después de haber sido declarada inocente en el consejo verbal de guerra llevado a cabo en La Picota. Eran las once de la mañana cuando le abrieron las puertas de este centro carcelario. Dio la impresión de que se iba a caer cuando el sol pegó en su rostro. Diego, su hermano y abogado, corrió para sostenerla. Ella le sonrió tímidamente.

Dos meses después, el 30 de marzo de 1981, la residencia del político y catedrático Iván López Jaramillo es allanada por quince unidades del Ejército que rompen la claraboya de la mansarda y preguntan por Olga López.

Enseguida su familia comprende que la persecución va a continuar y Olga emprende su partida hacia Francia, como refugiada. Hoy, se especializa en Nefrología y en las tardes de verano se pierde con su hija por los parques de París, esperando el momento de poder regresar a su patria.

HERNANDO GÓMEZ . BUENDÍA: ¡QUE RENUNCIE!

A finales de julio pasado y durante la realización del Foro por la Paz que el Instituto de Estudios Liberales realizó en Barrancabermeja, se aprobó una proposición en la que solicitan al hoy ministro de Defensa su renuncia, a raíz del fallo del Consejo de Estado sobre la culpabilidad de la nación por torturas a Olga López Roldán en enero de 1979, cuando era comandante de la BIM el general Miguel Vega Uribe. La solicitud causó revuelo en el país, pero dejó algunas dudas. Hernando Gómez Buendía, director del citado instituto, aclara las razones que llevaron a pedirle la renuncia al general Vega Uribe:

“Queremos dejar en claro que esta petición no es un ataque a las Fuerzas Armadas ni un enjuiciamiento a las institución, que no está de discusión. Pero consideramos necesario que se aclaren responsabilidades penales e individuales en este caso. No se está juzgando al general Miguel Vega por actos como ministro de Defensa, ni como cabeza de las Fuerzas Armadas en este momento. No se le está pidiendo la renuncia por prejuzgarlo culpable cuando era comandante de la Brigada de Instituto Militares, porque eso corresponde a los tribunales. Opinamos que sería un gran servicio el que le prestaría el general Vega Uribe a las Fuerzas Armadas si renuncia, para que no se pueda de ninguna manera confundir el nombre de la institución, en eventual proceso penal donde se juzga por nombres y no por instituciones.

La sentencia del Consejo de Estado contra la nación fue por perjuicios materiales y morales, de carácter administrativo, no penal. El Instituto de Estudios Liberales condena en forma absoluta la violaciones de los derechos humanos vengan de donde vinieren, ya sea del gobierno o de la guerrilla. Consideramos a la vez, que es más grave si las hace el Estado porque a él se le entrega el monopolio de la fuerza con la condición de que respete la ley”.

ALÓ, PARÍS…¿OLGA LÓPEZ?

Al otro lado de la línea la voz se escucha temblorosa, emocionada…

Lo único que puedo decir es que es la primera vez en la historia del país que el Consejo de Estado se pronuncia sobre torturas. La alegría no es por mí sino por todos los campesinos, obreros y dirigentes que como yo han sido torturados. Mi alegría personal es tener un padre abogado que llevó hasta el final esta situación. Estoy contenta porque este fallo es un reconocimiento a la existencia de torturas en Colombia. Me alegro por las familias que vieron a sus hijos destrozados por las torturas. Esta sentencia es una esperanza para los que sufrieron en carne propia tantos atropellos.

¿En este momento cómo ve desde París a Colombia?

Salí de mi patria en unas condiciones muy tristes, como refugiada. Sufrí mucho a pesar de que en Francia la gente y los organismos internacionales me ayudaron muchísimo. Pero no es fácil adaptarse a otro medio, aprender una nueva lengua, acostumbrarse a otro país y a otra cultura. Yo siempre estoy pendiente de lo que pasa en Colombia. Me parece que vive una situación bastante difícil. La crisis socio-económica no se ha resuelto y por las noticias que llegan, la situación se empeora cada día más.

¿Guarda algún rencor por algo o alguien debido a los torturas a que fue sometida?

La demanda contra el Estado no la presenté porque tuviera rencor u odio contra otra persona. Mi caso representa al de montones de torturados en la época de Turbay Ayala. Vidas destrozadas por los métodos violentos empleados por los torturadores. No es odio ni pasión. Es justicia. Eso fue lo que buscaron mi padre y mi hermano: que la justicia triunfara por lo menos una vez en la historia de Colombia.

Esa etapa de torturas, de sufrimientos, con el llanto de su hija grabado para presionarla a “delatar”, ¿qué huella dejó en su vida?

En este momento me siento madura. La etapa que pasé me enriqueció de una manera diferente en el sentido de que uno muchas veces no alcanza a valorar lo que tiene. Realmente no sabemos lo que significa nuestro país sino cuando estamos lejos de él. En ese momento en el extranjero, aprendemos a valorar en toda su dimensión lo propio.

El Instituto de Estudios Liberales durante el foro por la paz en Barrancabermeja le pidió al general Vega Uribe que renuncie a su cargo como actual de ministro de Defensa, en busca de facilitar una imagen de imparcialidad en la investigación sobre su caso que ahora continúa en la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes. ¿Usted qué opina sobre esta solicitud?

Yo creo que la renuncia al general Vega Uribe debieran habérsela pedido hace muchos años. La justicia no puede trabajar imparcialmente cuando los que juzgan son al mismo tiempo los agredidos. Por ejemplo, el proceso en el cual participé siempre estuvo viciado porque no era posible que un militar herido en su orgullo fuera el encargado de la investigación.

¿Y su hija? ¿Respondió al tratamiento? ¿Se repuso moral y síquicamente?

Está bien. Ha aprendido a hablar francés. Tiene algunos problemas por los momentos difíciles. Sufre de angustia por las noches, se supera con dificultad a pesar de que hemos recibido bastante ayuda en París de los médicos del Comité Internacional contra la Represión, de la Facultad de Medicina de la Universidad de París… El calor humano ha sido inmenso. En este momento tenemos una esperanza más porque al fin se van a reconocer todos los sufrimientos de quienes fuimos detenidos en la época de Turbay Ayala y torturados despiadadamente en la BIM y en sus centros especializados.

Por Redacción Cromos

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