Como casi nunca se cumplen las expectativas, de manera cotidiana se convierten en la causa de malestar, frustración y desencanto. Se puede pensar que vivir sin expectativas es entonces la solución, pero en la práctica es casi imposible e innecesario, siendo útil generar un abordaje saludable ante ellas.
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Lo primero es diferenciar si la expectativa que tenemos depende de acciones sobre las que tenemos control, para realizar la acción necesaria de nuestra parte o para soltar la tensión, pues no depende de nosotros.
Es inútil y además afecta la buena salud preocuparse por hechos que se escapan de nuestras manos, por eso es clave dedicarse a ejercer control sobre cómo reaccionamos y cómo experimentamos lo que ocurre, que es sobre lo que sí podemos tener injerencia.
Lo segundo es construir expectativas realistas que, aunque suenen difíciles y complejas, se logran con dedicación, empeño y tiempo invertido en acciones específicas. Los desafíos son maravillosos, siempre y cuando los construyamos sobre posibilidades que se alcanzan con hechos y no solo con ilusiones.
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En tercer lugar, es esencial capacitarnos para estar a la altura de las expectativas que queremos obtener, pues es ahí donde radica la mayor posibilidad de éxito. Si pretendemos subir al Everest debemos entrenarnos en todos los niveles necesarios para que cumplamos lo esperado. La improvisación hace que las expectativas no se logren, por eso es fundamental realizar la capacitación acorde a cada meta.
Por último, valoremos lo que tenemos en cada momento, para no tenerlo que hacer únicamente mediante el contraste, recordando en la tristeza que se ha sido feliz o en el ruido lo valioso del silencio y en la ausencia lo maravilloso que era la presencia. Valorando nuestra realidad de manera justa, las expectativas ilusorias serán menos comunes, pues se vivirá disfrutando lo que se tiene sin sufrir por lo que se desea y no se puede alcanzar.
Autor del texto: Santiago Rojas Posada.