Hacerse el manicure: ¿cuestión de vanidad o de inseguridad?
Llega el fin de semana y a algunas personas les da el acelere porque las uñas de sus manos completan más de cinco días sin recibir la dosis de pintura. Le sucede a mi novia, que cada sábado o domingo saca tiempo y plata para recargarse de valor.
Por Boris Zapata
28 de febrero de 2019
Pixabay
Le digo que el manicure es la droga de las uñas. Desde el jueves ya se las está mirando como si las tuviera untadas de aceite de cocina. Para mi novia sus dedos dejan de ser reconocibles hasta que vuelve a estar en manos de su manicurista que, por cierto, tiene una agenda muy nutrida. A mi pareja por lo general le toca madrugar mucho, aunque en ocasiones alguien cancela su turno a las diez de la mañana.
Cuando la conocí, coqueteé a modo de juego con la idea de quitarle la manía de andar pintándose las uñas. Llevamos tres años y confieso que ya tiré la toalla. Le he dicho una y otra vez las razones por las que debería de respetar el color natural de sus uñas. Nada ha sido suficiente.
La primera razón para disuadirla es económica. Si los catorce mil pesos que le cuesta el servicio lo multiplico por cuatro semanas, el resultado más que inspirador para lograr mi objetivo. Si me pongo más realista y descarnado, agarro esos 56 mil pesos y los multiplico por 12. Me cuesta escribir lo que ella gasta en el año, sin contar lo que destina al pedicure. De acuerdo a la calculadora de mi computador, 672 mil pesos (oro) paga “por concepto” de inseguridad.
La segunda razón tiene que ver con empoderamiento. No soy implacable con la vanidad, todos tenemos varios grados de trabajo frente al espejo hasta lograr un look que valga la pena. En mi caso, hago ejercicio y suelo comprar ropa para sentirme bien en el transcurso del día.
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No he hecho las cuentas de cuánta plata gasto al año en camisetas y jeanes. Puedo poner las manos en el fuego a que es menos que los 672 mil pesos. Mi novia se defiende diciendo que fue criada por mujeres que se pintan religiosamente las uñas. Cuando me sale con esas, la atajo diciéndole que, si me hubiera hecho manicure desde niño, ya estaría libre de ese gusto adquirido . De hecho, 'descontaminarme' es lo que procuro hacer con lo que he heredado.
Este tema lo llevé a la oficina, en un almuerzo lo puse sobre la mesa. Fui convencido de que varios compañeros iban a estar de acuerdo conmigo. También varias mujeres. Cuando lo hice, todos dijeron que se pintan las uñas. Sin ganas de discutir, les pregunté "¿cuál es el chiste de tenerlas de un color?". Mi jefa dijo que le fascina verse los dedos mientras escribe, dos compañeros me sugirieron que lo intentara una vez para que pueda entenderlos, otra compañera, parafraseando a mi novia, advirtió que si no tiene las uñas arregladas se siente en bola caminando por la Avenida Caracas.
Por supuesto que no voy a ir a una peluquería ni le voy a pagar a nadie para me las haga en casa. Me agradan mis uñas con su color natural, con sus cueros salidos, con el cuidado básico y gratis que les doy a menudo. No miento: tardo menos de un minuto en cortarlas. Detesto tenerlas largas y sucias, aunque tampoco para decir que me siento en bola, caminando por una calle bogotana.