Hacerse la vasectomía: finalmente lo decidí y hoy me siento orgullosamente estéril

Le tengo temor a las salas de espera, a las agujas, a quitarme la ropa y quedar en bata, pero le temo más a la idea de ser papá. Por eso di este paso.

Por Boris Zapata
06 de marzo de 2019
Hacerse la vasectomía:  finalmente lo decidí y hoy me siento orgullosamente estéril
Pixabay

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A los treinta años arrancan los nacimientos en masa. Al menos así pasa en mi grupo de amigos. Para los que no nacimos para ser papás y vivimos con nuestras parejas, en esta década un polvo se convierte en una enorme posibilidad de condenarnos a lo que le huimos con vehemencia y determinación. Aclaro que soy ateo para afirmar lo siguiente: cuando no tomas decisiones radicales, los hijos, donde quiera que estén esperando turno, vienen al mundo sin pedir permiso. Por eso es mejor anticiparse al azar, seguir teniendo sexo sin profilácticos, tranquilo, sin estar expuesto a las horribles pruebas de embarazo y a la difícil posibilidad de abortar.

Aclaro para los que me malentienden: esta es la opinión de quien odia la idea de ser papá. Es individual, aplica solo para mí y quizás para los que sienten repulsión de ser papás. Los hombres y mujeres que buscan agrandar la familia están en su derecho de hacerlo. Los respeto y, de corazón, les deseo lo mejor en la aventura de ser la figura más influyente en una persona.

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Volviendo a los que son hinchas de mi equipo, estuve tan decidido a la vasectomía que hubiera sido capaz de hacérmela solo, con un tutorial de Youtube, con tal de anular mi fertilidad.  Seguí el conducto regular para que me cortaran los conductos referentes: en la EPS me vio un médico general, luego un urólogo y, finalmente, me remitieron a Profamilia para cristalizar mi deseo. En menos de un mes tuve turno para ser orgullosamente estéril.

Fue mi primera operación. Tuve nervios, aunque la tranquilidad de quedar sin opciones de embarazar me llenó de confianza. Iba preparado para que me doliera, para que realmente fuera una puñalada en la entrepierna. Salí sorprendido, en realidad lo que más me dolió fue la larga espera para que me llamaran a cirugía. Pero no importó, fueron los doce minutos más útiles en mi vida adulta. Temblé mientras la uróloga hizo lo que tenía que hacer. Como un puñado de profesionales de la salud estaba alrededor de mi pene, mi temblequera fue una mezcla de vergüenza, miedo y afán.

Una vez la anestesia desapareció, tuve tres días de un dolor que finalmente se puede controlar con reposo absoluto. Por más sencilla que sea una vasectomía, hay que tomarse en serio la incapacidad (me dieron una semana). Y mucho más en serio el espermograma, que por suerte salió como yo quería. Un hijo no deseado es un accidente escrito con mayúsculas y celebro poder andar por el mundo sin temor a tener una familia conformada por tres personas.

Una vida de dos es lo que siempre soñé. El azar, al menos en este tema, no se salió con la suya.

Por Boris Zapata

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