Nacimiento de un niño
Al día siguiente abres los ojos y sientes que tus nervios están a flor de piel. Todo duele. Todo pesa. Piensas que si alguien te roza, te rompe. No puedes moverte, o eso crees. La cabeza está ahí, en ese cuarto de hospital, pero también está allá, en la sala de cirugía donde ayer nació Gabriela, tu primera hija. Iba a ser el momento más feliz de tu vida. Quieres llorar. Sientes unas ganas incontenibles de entrar al baño. Descubres que tus piernas funcionan, pero tu uretra no. Intentas una, dos y tres veces. No sale nada. Llamas a las enfermeras. Te revisan. Tienes cinco gasas que impiden que vacíes tu vejiga (¿cómo puede ser posible?). Te las sacan. Más dolor.
Recuerdas que ayer las contracciones te estaban matando y que intentabas sentarte para bajar su intensidad, pero la enfermera te empujaba y te obligaba a permanecer acostada. Sabes que aceptaste la anestesia porque ya no podías más. Te pidieron que pujaras con cada espasmo de tu útero, pero tú ya no sentías nada. Entonces pujarías cuando ella, tu obstetra, te lo indicara. “Puje”. Y pujas. “Uno no puja así”. Aún no sientes nada. “Está pujando con la garganta, si no puja bien, voy a tener que sacarle la niña con fórceps”. Tienes miedo. Pujas y pujas. La bebé sale y la sostienes durante unos segundos. Se la llevan. Extraen algo de tu cuerpo. Parece que halaran desde el cerebro. La enfermera está preocupada. “Doctora, pare ya, la placenta se demora en salir”. Unos minutos de descanso y luego halan otra vez. La placenta se rompe e introducen la mano para sacarla. Se demoran. No te lo dicen, pero tienes una hemorragia que deben detener. Por eso las gasas. Te cosen. Han hecho un corte en el periné para evitar que te desgarres y para ayudarle a la bebé a salir. El sufrimiento termina, por fin. Y hoy todo está inflamado. Hasta el alma.
Sigue a Cromos en WhatsAppJuanita Giraldo quería que su parto fuera lo más natural posible, pero las cosas no se dieron. No solo por el intenso dolor de sus contracciones, sino por la terquedad de algunos miembros del equipo médico que la atendió. Para ellos, no aceptar la epidural era una locura. Así como pedir que no le rompieran la membrana que sostiene al bebé o que no le hicieran la episiotomía (el corte del periné entre la vulva y el ano). Esos detalles del proceso de parto hacen parte del protocolo médico que guía las acciones de enfermeros y ginecobstetras en un hospital. Ellos hicieron lo que se les ha indicado que deben hacer. Pero el cuerpo era de ella y nadie la tuvo en cuenta. A eso se sumó el desacierto en el trato, la falta de delicadeza en los procedimientos y la inadecuada elección de las palabras. El dolor psicológico le duró casi un año, durante el que fue difícil interactuar con otras personas e incluso salir a la calle.
Juanita fue una de las múltiples víctimas silenciosas de violencia ginecobstétrica en el país. Un tipo de violencia que ocurre en un entorno íntimo, en el que a la persona maltratada le cuesta diferenciar si ha sido lastimada o si así es la experciencia de cualquiera cuando tiene un bebé. Un tipo de violencia que a veces se encuentra en el trato cruel o humillante hacia la mujer, pero que en otras ocasiones ocurre en el momento en el que un obstetra realiza procedimientos correctos pero innecesarios, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomienda y que implican mayor sufrimiento para la paciente, ya sea en el momento de dar a luz o en el posoperatorio. Un tipo de violencia del que es difícil hablar en Colombia, porque no está escrito dónde se traza la frontera entre el comportamiento agresivo de un tratante y el de una mamá sensible que carga con una historia traumática que influirá inevitablemente en su percepción del parto. Un tipo de violencia por la que suele satanizarse a la comunidad médica pero que está llena de matices que deben estudiarse antes de juzgar.
Relaciones de poder
Andrés Torres quedó pasmado. Mudo. En medio de su rotación por un hospital público de Bogotá, oyó que un médico le decía a una mujer, pudorosa de abrir las piernas antes de dar a luz: “Si abrió las piernas para tirar, cómo no va a ser capaz de abrirlas ahora para parir un niño”. Andrés no habló porque era un joven sin experiencia frente a un médico experto, en una profesión que se sustenta sobre jerarquías intocables.
“La violencia parte de relaciones de desigualdad que no se basan en el cuidado sino en el poder –explica Eliane Barreto, ginecóloga experta en violencia–. Desde el primer semestre, te instalan la idea de que eres superior por ser médico”. En los hospitales de estratos bajos, como el que describe Andrés, la situación suele ser peor: “Si tengo a mi cargo personas que en mi construcción social valen menos que yo, es más fácil dejar claro que yo soy mejor que usted”, agrega Barreto.
En ocasiones, la superioridad no se muestra a través de frases humillantes, sino que radica en que los tratantes imponen su punto de vista frente al de la mujer. Ella no quiere la epidural, él insiste en ponerla. Ella prefiere tener un parto vertical, él está acostumbrado al horizontal. “La violencia se da desde el momento en que le quitan a la mujer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, empezando por la posibilidad de abortar –asegura el ginecobstetra Ricardo Rueda–. Nosotros solo somos policías, el parto no es un evento médico. Estamos ahí para vigilar, para protegerlas emocionalmente y no deberíamos intervenir en sus decisiones a menos de que haya un inconveniente. Ellas deben tener autonomía y libertad”.
En esta medida, seguir un protocolo médico puede ser considerado violencia obstétrica si va en contra de los deseos de la mujer o si ella no recibe información sobre lo que van a hacer con su cuerpo, como le ocurrió a Juanita. “Para que un parto no sea violento, deber ser informado, libre y seguro –explica Sara Barbosa, coordinadora intercultural de la asociación de parteras tradicionales Mujeres Bachué–. Hay violencia si un médico realiza un procedimiento innecesario que interrumpe el proceso fisiológico de un nacimiento. Como cuando se dan medicamentos para acelerarlo o cuando se realiza una cesárea antes del desencadenamiento natural del parto, sin que la mujer sea consciente de sus alternativas”. Una partera también puede agredir a una mamá cuando la obliga a quedarse en casa a pesar de que ella considera que se sentirá mejor en el hospital.
La agresión obstétrica tiene múltiples caras y a la hora de analizarla también hay que tener en cuenta los frágiles límites que existen entre la violencia real y la sensibilidad de una mujer que se encuentra en un estado vulnerable. “Yo he tenido partos totalmente naturales, pero las mamás cargan con historias de abuso tan dolorosas que para ellas la experiencia es traumática y violenta, a pesar de que no haya agresión de parte de los tratantes –explica Susana Bueno, ginecobstetra que tiene un modelo de atención mínimamente invasivo–. Según cifras de ONU Mujeres, 1 de cada 3 mujeres ha sido violentada en algún momento de su vida”.
“Las mujeres están mal hechas”
Juanita no denunció la violencia de la que fue víctima y su esposo tampoco. Él fue testigo de todo. Pensó, mientras ocurría, que cada procedimiento era normal. Su hija nació sana y su esposa estaba bien. La ignorancia hace que los pacientes no tengan otra opción que confiar.
Si no hay demandas no hay cifras. La violencia obstétrica existe, pero es invisible. La mayoría de las veces, las mujeres no denuncian porque consideran que han vivido un parto como cualquier otro. “Culturalmente se les ha puesto a las mujeres una carga de sacrificio y abnegación –explica el especialista en partería Ramiro Romero, de Mujeres Bachué–. Tienen que pasar por el dolor para ser madres”. Por otra parte, el cuerpo de la mujer ha sino menospreciado. “Existía el paradigma de que las mujeres estábamos mal hechas –explica Elisa Terren, coordinadora de comunicaciones y pedagogía internacional de Mujeres Bachué–. Se pensaba que no teníamos el cuerpo adecuado para parir y necesitábamos ayuda. De ahí viene la medicalización del parto”.
Ante la supuesta incompetencia del cuerpo femenino, le medicina intercedió y se crearon guías que les indican a los médicos qué hacer para reducir los riesgos de complicaciones. Según Terren, la ciencia ha confirmado que, de 100 mujeres, entre 2 y 8 podrían tener dificultades a la hora de un parto vaginal natural; sin embargo, los protocolos de intervención aplican en todas, por si acaso. “Las guías médicas existen por el miedo de los especialistas a que algo salga mal –explica Cristina Serra, coordinadora de medios y plataformas de Mujeres Bachué–. Muchas veces prefieren hacer una episiotomía o una cesárea porque así tienen más control”.
Sin embargo, los estudios han confirmado que el parto natural es más beneficioso para el bebé y la mamá. “La ciencia ha comprobado que desde la gestación hasta el primer año de vida se determina cómo será la salud de un niño y su capacidad de lidiar con el mundo –explica Terren–. Los estudios indican que las drogas de inducción de parto tienen una correlación con el autismo y que la cesárea antes de que se desencadene la labor de parto aumenta el riesgo de obesidad y diabetes. También se sabe que el nacimiento influye en la capacidad de amar, de sentir empatía y de socializar”.
Además, cada mujer, cada historia y cada nacimiento es diferente. Por todos estos factores, la OMS recomienda que haya la menor intervención médica posible en cada parto. Si la medicalización se vuelve rutina, los hospitales irrespetarían la singularidad de cada mujer y caerían en procedimientos innecesarios, muchos de los cuales producen lesiones que hacen que ellas se sientan vulneradas, humilladas y agredidas. Nada es una obligación: ni los frecuentes tactos vaginales, ni la episiotomía, ni el nacimiento horizontal. No obstante, lo habitual es que estos procedimientos se den, debido a los vacíos legales y académicos: existen protocolos médicos anticuados que la ley aún aprueba y las universidades aún enseñan, y algunos especialistas son obstinados y prefieren hacer las cosas a su manera.
Para un especialista el porcentaje de riesgo puede ser alarmante. “Nuestra profesión tiene implicaciones éticas, civiles y penales –explica Susana Bueno–. Uno entiende que ciertos médicos se limiten a los protocolos de hace años, que son los procedimientos con los que se sienten seguros y los que les han enseñado. Para que eso sea diferente necesitamos un cambio sistémico. Además, así como yo he acompañado partos que no han tenido la más mínima intervención médica, también me he visto forzada a usar la estigmatizada maniobra de Kristeller (ayudar al bebé a salir presionando el abdomen de la madre). Todo depende de la manera en que se haga y en que cuentes con la dueña de ese cuerpo–”. La violencia se evitará si son ellas quienes deciden, ya que no hay un solo camino correcto.
Una tormenta de realidad
Hay 10 mamás en trabajo de parto. Respiran agitadas, gritan, aguantan. El miedo se pasea por el aire. Miedo al dolor, a la muerte, a la soledad. Los papás de sus bebés están lejos, a varias puertas de distancia, inquietos y ansiosos. Deambulan como zombis. Esperan. Ellas sienten cómo las contracciones se intensifican. Se agarran de la cama, fruncen el ceño, se doblan y se estiran. Nada calma el malestar. Parece que nadie las oye sufrir. Los médicos posponen la anestesia hasta que ya no hay otra opción que pujar y resistir. Creen que no van a poder, pero pueden. Arde. La enfermera las reprende: “¿Acaba de tener un bebé y ahora hace pataleta porque le arde? Lo más triste es que cada vez que entre al baño va a sentir ese mismo ardor”.
Esta imagen se repite en los hospitales públicos de Bogotá y se encuentra en el documental Nacer, del cineasta Jorge Caballero, que da a conocer la crueldad que despierta en los equipos médicos el sistema de salud colombiano. “La Ley 100 pervirtió la relación entre el médico y el paciente, que se convirtió en cliente”, explica Ricardo Rueda. A los médicos les pagan por paciente visto, así que se la pasan en una carrera económica. Intentan ahorrar y en el proceso sacrifican el bienestar de las mujeres (como lo que ocurre con la privación de la anestesia). Atienden pacientes en 10 minutos y hacen turnos de 72 horas. En algunos hospitales, solo dos obstetras se deben encargar de recibir 400 partos al mes. “Los médicos son maltratados y caen en el juego. Para ellos no hacer daño se desdibuja frente a la perversidad del sistema”, agrega Rueda.
Ante estas condiciones, Barreto y Bueno coinciden en que muchos médicos jóvenes están sufriendo infartos o se han retirado para ejercer labores administrativas. “El agotamiento impide que puedan conectarse con el dolor del otro –dice Barreto–. Esto no justifica sus acciones, pero las explica”. Cuando un tratante recibe 13 partos al día, no puede dedicarles el tiempo que querría. Y si tiene la posibilidad de acelerarlos, a pesar de ir en contra de las recomendaciones de la OMS, mejor. No es malicia, sino pragmatismo. No es desobediencia, sino una alta dosis de realidad.
Aunque esta violencia se cimienta en el sistema de salud, el machismo es aún otra de sus causas. Hasta el siglo XX, la medicina fue una práctica exclusiva de los hombres. Y los médicos de hoy crecieron en la cultura machista de ayer. Es lo que conocen, es lo que replican y es lo que creen que está bien. Por eso, este tipo de violencia no ocurre solo en hospitales que atienden cientos de partos al mes. Las instituciones más prestigiosas también han sido permeadas por el machismo y la misoginia. No solo se ven casos de violencia obstétrica, los departamentos de ginecología y obstetricia de los hospitales incluso son víctimas de matoneo. “Somos los patitos feos de los hospitales –explica Ricardo Rueda–. A nosotros siempre nos llegan los equipos usados que están desbaratados”.
Para cambiar el mundo
Para evitar la violencia obstétrica, las mujeres, sus parejas y la comunidad médica deben empezar por entender que el embarazo no es una enfermedad. A partir de ahí, Susana Bueno promueve los partos ‘integrativos’, que se sustenten en los derechos de las mujeres, la evidencia científica y la dignidad médica. Esto garantizará que sean ellas quienes tomen las decisiones sobre su cuerpo, a partir de un apoyo científico que tratará de ser lo menos invasivo posible y en compañía de especialistas que tendrán tiempo y cabeza para brindar la mejor atención.
Para llegar a estos partos es necesario un revolcón del sistema. Todo debe empezar desde la legislación. “Necesitamos más legisladoras mujeres y activistas –asegura Ricardo Rueda–. Los hombres tienen que dejar de decidir por los cuerpos de las mujeres. Sería excelente noticia que pudiéramos integrar la partería en los hospitales; así ‘desmedicalizaríamos’ la obstetricia y aseguraríamos mejores resultados en los partos, ya que ellas manejan lo emocional mejor que nadie”. Su idea la complementa Alejandra Quintero-Rendón, ginecóloga y educadora sexual que ha trabajado este tema desde la Secretaría de la Mujer: “Las mujeres deben empoderarse para generar un movimiento social fuerte que mueva las estructuras legislativas y académicas”.
El asunto de la ley, no obstante, debe analizarse con pinzas. Aunque el delito ha sido tipificado en países de la región –como Argentina, Venezuela y México–, muchos especialistas en el tema consideran que no deberían exitir condenas penales: “La violencia no mejora con leyes –dice contundente Eliane Barreto–. De ser así el robo y la corrupción ya habrían desaparecido. Si regulamos desde el castigo, los ginecobstetras preferirán no ejercer su profesión”. La idea es legislar desde la evidencia científica para indicarle a la comunidad médica que hay transformaciones necesarias que se deben hacer desde la academia: “El Ministerio de Salud y el Ministerio de Educación deben trabajar de la mano, porque de nada sirve que desde la OMS lleguen unas recomendaciones si las universidades siguen con las mismas costumbres de hace años”. Si los médicos aún no saben recibir un parto vertical, muy probablemente tendrán que hacer la episiotomía para que el bebé pueda salir en una posición horizontal.
Hoy, algunos empiezan a abrir los ojos. En clínicas como la Reina Sofía o el Country ya hay salas TPR (Trabajo de Parto y Recuperación) que les permiten a las mujeres dar a luz lejos de las intervenciones quirúrgicas. Otras, como la Clínica de la Mujer, aceptan el acompañamiento de doulas (que dan apoyo emocional durante el parto). La Fundación Parir, en Cali, y la Universidad de Antioquia, en Medellín, se han mostrado abiertas al cambio. Y en Cauca y Putumayo algunos hospitales se han aliado con las parteras y han eliminado la mortalidad maternoinfantil en los últimos dos años.
Ante la confirmación científica de que la forma en que nacemos influye en que seamos mejores personas, más sanas y empáticas, los partos deben cambiar, por un mundo mejor.
Algunas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (desde 1985):
-Un pariente de la mujer debe tener libre acceso durante el parto.
- La observación del recién nacido sano no justifica la separación de su madre.
- Ningún país puede tener más de un 10-15% de cesáreas.
- No hay pruebas de que después de una cesárea previa sea necesaria una nueva cesárea.
- No está indicado rasurar el vello púbico.
- No se recomienda el parto horizontal.
- Se recomienda caminar durante la dilatación.
- Debe protegerse el perineo siempre que sea posible.
- Ningún país debería tener más de 10% de inducciones de parto.
- No está justificada la rotura precoz artificial de membranas.
Principales derechos que se vulneran por medio de la violencia obstétrica:
1. A la intimidad, por la intromisión no consentida en la privacidad de las mujeres, mediante la exhibición o revisión masiva del cuerpo y los órganos genitales.
2. A la integridad corporal, que se relaciona con los principios básicos de privacidad, autonomía y dignidad.
3. A la información y a la toma de decisiones libres e informadas sobre su salud. Cuando se realizan prácticas sin previa consulta.
4. Al respeto, cuando se reciben tratos crueles, inhumanos o degradantes. Con insensibilidad frente al dolor, el silencio, los insultos y los comentarios humillantes.
5. Al más alto nivel de salud posible, cuando no se aplican los conocimientos más actualizados y se causa daño.
Por un mundo mejor
El parto vaginal y humanizado influye en la salud y el futuro de los niños. Estos son algunos de los hallazgos de la ciencia:
- El parto vaginal estimula la adaptación respiratoria de los bebés.
- Las bacterias de la vagina de la mamá favorecen el sistema inmunológico del niño.
- Las drogas de inducción de parto y la exposición larga a epidurales son factores de riesgo para el desarrollo de autismo en los niños.
- Los partos por cesárea, antes de que la labor de parto se desencadene espontáneamente, aumentan el riesgo de obesidad y diabetes en los niños.
- El estrés del parto es muy importante para que el bebé pueda lidiar con el estrés a lo largo de su vida.
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