Las máscaras de la anticoncepción hormonal

La píldora ha sido, sin duda, un estandarte de la liberación sexual femenina. Sin embargo, para muchas, esa ‘libertad’ ha venido acompañada de una serie de efectos secundarios, físicos y mentales, que superan sus beneficios.

Por Diana F. Ortega / @dianafortega
27 de noviembre de 2019
Se encontró que más de 40 millones de mujeres con necesidades insatisfechas tenían entre 15 y 24 años
Fotografía por: pixabay
Además de los efectos físicos, que pueden llegar a afectar la calidad de vida de las mujeres, están los mentales, que aún no se han investigado lo suficiente. / Foto: Getty.

Además de los efectos físicos, que pueden llegar a afectar la calidad de vida de las mujeres, están los mentales, que aún no se han investigado lo suficiente. / Foto: Getty.

Hace unos días, en un grupo de mujeres de Facebook, pregunté qué efectos secundarios habían tenido los anticonceptivos hormonales en sus cuerpos y en su salud mental. Muchas respondieron:

—Descubrí que me dan migraña.

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— Las pastillas trajeron consigo un problema de salud gigante, al punto de tener que estar anticoagulada de por vida.

—Yo no las puedo tomar. Me sientan fatal. Además de la parte emocional, me producen vómito, taquicardia y sabor a metal.

—Me provocaban migraña, se me dormía un brazo, la mitad de la cara y la lengua, no podía hablar... Era algo horrible.

—A mí me dio durísimo el uso de las pastas. Las tuve que suspender, no te imaginas los dolores de cabeza.

—A mí me apagaron el apetito sexual por años. Fue una maravilla dejar de tomarlas. El más feliz fue mi esposo.

—A mí, unas en especial, me hacían sentir embarazada todo el tiempo. Lloraba todos los días.

—A mí, unas en particular, me dieron migrañas insoportables, un mal genio que no me resistía ni a mí misma... Casi enloquezco durante los tres meses que las tomé. Desafortunadamente, por un tema médico, debo tomarlas para controlar la endometriosis, pero daría lo que fuera por poderlas suspender.

—Las tomé desde que tenía 18 años y, cuando las dejé para buscar un bebé, me di cuenta de que todo ese tiempo mi personalidad estuvo filtrada. Las pastillas me moderaban, me quitaban las ganas de socializar y limitaban mis emociones  más humanas, como la rabia o el deseo.

Otras mujeres en el grupo insistieron en que se hablara también de los efectos positivos que estos métodos traen, como que ayudan a controlar el acné, permiten tratar la endometriosis y, por supuesto,  son muy efectivos para evitar embarazos no deseados. A mí me han servido durante años con mis ovarios poliquísticos, que desde adolescente me atormentaron con cólicos dolorosísimos, sangrados abundantes y ciclos irregulares”. 

Sin duda, las pastillas anticonceptivas fueron un hito clave en la lucha de las mujeres por el derecho a decidir sobre sus cuerpos, ya que les brindaron la posibilidad de desligar el sexo de la procreación. Sin embargo, desde su aparición, en la década de los sesenta, se ha hablado de sus innumerables efectos adversos: algunos sutiles y otros tan serios, en relación con la salud física y mental, que han sobrepasado los beneficios del método. 

“Los anticonceptivos hormonales, por lo general, tienen dos clasificaciones –explica Pilar Pinzón Gómez, ginecóloga y obstetra de la Universidad del Rosario, y especialista en anticoncepción de la Universidad de Antioquia–: los combinados, que vienen con un componente de estrógeno y un derivado de progestina, y los que son solamente progestina. Los efectos secundarios que se han reportado, a lo largo de la historia, tienen relación, en principio, con esa dosis de estrógeno: dolor de cabeza, migraña, dolor en las piernas, riesgo de trombos, irritación gástrica, aparición de várices. Los primeros anticonceptivos tenían una carga hormonal alta, con una concentración estrogénica de 50 microgramos. De ese entonces a la actualidad han tenido una evolución importante”.  

Los preparados actuales traen usualmente 30 microgramos, aunque hay algunos de 20 microgramos, que son las presentaciones que conocemos como ‘mini’ o ‘suave’ y que tienen la intención de disminuir los efectos secundarios, pero mantener la efectividad. A pesar del desarrollo que han tenido estas moléculas a través de los años, las mujeres siguen lidiando, muchas veces sin saberlo, con los efectos de estas pastillas.

“Yo empecé a tomar anticonceptivos hormonales más o menos a los 12 años porque tenía quistes en los ovarios y mi periodo era irregular. Los tomé hasta los 20 y dos años después los retomé como método de anticoncepción. Comencé a sentir los efectos. Cada vez que me llegaba el periodo sentía unos dolores de cabeza fuertísimos. Me provocaba pasar todo el día en la cama. A los 24 años, un examen médico reveló que tenía una condición en la sangre que hacía que fuera propensa a los trombos. La hematóloga me dijo que, muy probablemente, mis migrañas se debían a los anticonceptivos hormonales. Los dejé de inmediato. Los dolores desaparecieron y me decidí por la T de cobre. Ahora pienso que a mí nunca me hicieron exámenes ni me dijeron que esa podía ser una contraindicación a la hora de tomar las pastillas”, explica Laura, una de las mujeres del grupo de Facebook que se animó a contarme su testimonio.

Además de los efectos físicos, que pueden llegar a afectar la calidad de vida, están los mentales, que aún no se han investigado lo suficiente. A Paulina, por ejemplo, las pastillas le provocaban unos episodios de tristeza muy fuertes. 

“Yo empecé a tomar pastillas por el acné. Tenía unos 19 años y estaba en segundo semestre de la universidad. Al principio no tuve efectos adversos, la piel se puso perfecta. Hasta que un día, después de salir de clase, me monté en el carro y me sentí triste. Muy triste. Algo parecido a lo que sentía cuando estaba por llegarme la regla. Con el tiempo, esa tristeza se convirtió en mi pan de cada día. Ya no solo era cuando tenía el periodo, sino todos los días del ciclo. Me sentía irritable, desesperada, mi vida se convirtió en un infierno... El ginecólogo me dijo que eso era normal, que esperara un poco más a que el cuerpo se adaptara, pero nada fue diferente. Finalmente, pedí que me cambiaran las pastillas, pero la tristeza siguió ahí. Llegó un momento en el que dije ‘no más’. Y abandoné los métodos hormonales para dedicarme a investigar y a escuchar mi cuerpo. Hago seguimiento a mi ciclo con la ayuda de una aplicación y hoy en día lo conozco tanto que ya sé cuáles son los días en los que ovulo o en los que voy a sangrar. La tristeza dejó de ser permanente y aprendí a reconocer los estados de ánimo que vienen con cada fase”. 

La investigación más mencionada sobre este tema se realizó en Dinamarca, entre el 2000 y el 2013. Estudió a más de un millón de mujeres entre los 15 y los 34 años. Excluyó a aquellas que, antes del 2000, habían usado antidepresivos o tenían otro diagnóstico psiquiátrico. Los científicos encontraron que las usuarias de la anticoncepción hormonal tenían un riesgo del 40% de sufrir depresión después de seis meses. Así mismo, descubrieron que algunos métodos conllevan un riesgo mayor: en las mujeres que usaron píldoras solo de progestágeno, el riesgo aumentó más del doble; en las que usaron el dispositivo intrauterino de levonorgestrel (el DIU, mejor conocido como la T), el riesgo se triplicó. Estas probabilidades persistieron incluso después de considerar edad, nivel educativo y otros factores. 

“Aunque el riesgo de depresión aumenta sustancialmente con estos medicamentos, y un aumento del 40% no es trivial, la mayoría de las mujeres que los usan no se deprimirán –dijo Oejvind Lidegaard, profesor de obstetricia y ginecología en la Universidad de Copenhague y autor principal del estudio–. Aún así, es importante que les digamos a las mujeres que existe esa posibilidad y que existen métodos efectivos de control de la natalidad no hormonales”. 

No nos cuentan los efectos adversos

Pensémoslo bien. ¿A cuántas de nosotras nos hablaron de los efectos secundarios que podría tener ese método anticonceptivo que nos prescribieron y que aceptamos sin chistar? A mí no. Es posible que nos hayan contado sobre sus beneficios y que nos hayan explicado que hoy en día las moléculas tienen particularidades que resultan muy útiles, no solo a la hora de planificar, sino de regular el ciclo menstrual, controlar el sangrado abundante, disminuir los cólicos y tratar el acné, la endometriosis o los ovarios poliquísticos. “Te va a poner la piel hermosa”, me dijo mi primer ginecólogo, cuando me mandó las pastillas, y así fue. Después de lidiar con un acné que me trajo serios problemas de autoestima y de haber intentado sin éxito cuánto tratamiento me recomendaron, el milagrito se me hizo cuando comencé a tomar anticonceptivos. 

Ver: Endometriosis: abrazar el dolor

Pero de los efectos adversos no dicen nada. Es cierto que la posibilidad de sufrirlos es relativamente baja, pero ¿no quisieras enterarte de que existe la posibilidad, por mínima que sea, de que esa pastilla que te tomas todos los días, sagradamente, puede, por ejemplo, apagar tu libido? Quizá, al final, para ti sea más beneficioso librarte de una regla insufrible y te decidas por el método, pero la idea es que sea tu decisión. 

No solo es importante tener esta información sino recibirla a tiempo. En ocasiones, las consecuencias no se manifiestan a corto plazo, sino años después. “A muchas adolescentes se les receta la píldora y solo se dan cuenta de los efectos secundarios 10 o 15 años más tarde, cuando la interrumpen. Simplemente, no conocían cómo era su cuerpo antes de tomarla”, escribió la periodista Sabrina Debusquat, autora del libro J’arrête la pilule (Dejo la píldora, en español). 

En su libro Cómo la píldora lo cambia todo, la psicóloga social Sarah E. Hill explica cómo afecta la píldora el cerebro de las mujeres. En una entrevista con The Guardian, cuenta: “La píldora funciona principalmente imitando la segunda mitad del ciclo ovulatorio mensual de una mujer, en el que la hormona progesterona es dominante. Su ingrediente principal es la progesterona artificial, llamada progestina, que apaga la señal cerebral que impulsa el desarrollo del óvulo. Pero eso también significa que los ovarios no producen estrógeno, la hormona que domina la primera mitad del ciclo natural de la mujer. Y el estrógeno hace algunas de nuestras cosas favoritas en nuestros cerebros y en nuestros cuerpos, como hacernos sentir más sexys y con más energía. Si bien la mayoría de las píldoras incluyen algo de estrógeno sintético, principalmente, para compensar los desagradables efectos secundarios de la progestina, las mujeres pueden sentir su ausencia”. 

¿Cómo saber si me harán daño?

El doctor Andrés Julián Hoyos, especialista en Ginecología y Obstetricia, y en Homeopatía y Medicina Alternativa, advierte que lo más importante es que cualquier anticonceptivo se use bajo recomendación médica. La regla de que “las pastillas que le funcionaron a mi amiga me van a funcionar a mí” es falsa y puede traer riesgos. 

Pinzón Gómez explica que existen ciertos aspectos médicos que les ayudan a los profesionales de la salud a elegir el método adecuado y el que menos efectos secundarios traerá a la paciente. Por eso, una charla franca y minuciosa sobre la historia médica de la mujer es fundamental. “No existen métodos mejores que otros, sino uno adecuado para cada mujer”, afirma. 

“Hoy en día tenemos una herramienta que desarrolló la Organización Mundial de la Salud, que nos brinda unos criterios de elegibilidad —explica Gómez—.  Ahí ponemos información de la paciente: su edad, si tiene hijos o no, si ha tenido abortos o no, si fuma, si tiene enfermedades vasculares o tendencia a formar trombos. Esto nos arroja los beneficios frente a los riesgos de cada método para esa paciente en particular”. 

Es muy difícil saber qué mujer va a sufrir efectos secundarios. Existen indicios que le permiten al ginecólogo escoger el método menos riesgoso, sin que eso sea una garantía total. Aquí, la ciencia debe seguir avanzando, pero al parecer no hay suficiente interés en ello. “La píldora es tan útil que nadie quiere examinarla demasiado críticamente”, asegura Sarah E. Hill. 

Una mirada interesante al tema la da el profesor Raúl Espert, quien cita un estudio publicado en el 2016, realizado por la revista Human Reproductive Update de la Universidad de Siena, en Italia: “Para minimizar los efectos adversos de la píldora se debería actuar según cada mujer, en función de su edad, su estatura, su masa corporal y su genética”. 

El otro camino para las mujeres, que se niega a encontrar la luz, es el desarrollo de anticonceptivos hormonales masculinos. No han podido ser comercializados  debido a los efectos secundarios que, en las pruebas realizadas hasta ahora, han tenido en los hombres. ¡Qué ironía!

Ver: Ovarios poliquísticos: un ballet fallido de hormonas

Tenemos alternativas  

Con los años, la libertad que nos proporcionaron las pastillas se ha desvanecido en tanto las mujeres hemos perdido participación en la elección del método. Y en esto, parte de la responsabilidad es nuestra. Muchas veces es más fácil tomarnos una pastilla mágica que ponernos en la tarea juiciosa de leer nuestro cuerpo, preguntar, investigar y expresar nuestros sentimientos y nuestros deseos. 

Las mujeres tenemos el derecho y el deber de decidir sobre el método anticonceptivo que queremos. Esta elección, por supuesto, no debe ser arbitraria, sino informada y guiada por el médico, quien debe darnos todas las alternativas disponibles y a la vez advertirnos de las consecuencias de cada elección.  Eso incluye los métodos de barrera y los no hormonales, una opción que está ganando cada vez más adeptas, aunque requiere un nivel de disciplina y de educación bastante alto.  

La información es la única herramienta que tenemos para no perder el control sobre nuestros cuerpos, por eso no solo debemos exigirla, sino autogestionarla. Tomar parte activa de nuestra salud reproductiva es fundamental para poder decidir, para que los hombres sepan lo que nos están pidiendo que tomemos, para hablar fuerte sobre los efectos adversos, para que desde la ciencia haya un mayor interés por crear alternativas que sean menos agresivas con el cuerpo femenino y para que, por fin, los métodos hormonales masculinos sean una realidad y nos quiten de encima la carga de ser las mayores responsables del control de la natalidad.   

Por lo pronto, lo más importante es saber que tenemos opciones. Que podemos escoger. 

Por Diana F. Ortega / @dianafortega

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