No soportaba mi fertilidad y así me fue en la vasectomía por EPS
El viernes 9 de marzo una uróloga me cortó los conductos deferentes. Un anticipo: la cirugía dura 15 minutos y es muy…
Por Redacción Cromos
28 de marzo de 2018
Por Alberto Ochoa Mackenzie
1. El plan obligatorio de salud respondió
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Quería pagar la vasectomía en Profamilia (400 mil pesos), pero preferí tomar el camino barato y aparentemente más largo. El camino de la EPS y del bono de doce mil pesos. Un médico general me derivó a un urólogo. Este urólogo a su vez dio la autorización para que Profamilia realizara la esperada intervención.
En Profamilia me vio un segundo urólogo, que dio el visto bueno de la operación. La programaron para el 9 de marzo a las 2:30 p.m.
En todos los casos los médicos me preguntaron "¿cuántos hijos tiene?", a lo que respondí "ninguno". Respetaron mi decisión, para nada intentaron disuadirme. Fueron enfáticos en decir que es una intervención irreversible.
Ojalá sea irreversible.
2. La vasectomía y yo
De unos meses para acá me empezó a perseguir una idea: la de ser papá contra mi voluntad.
Hace un año vivo con mi novia.
Aunque planificamos con Ciclofem, se me metieron en la cabeza las palabras retraso, prueba casera, prueba de laboratorio, aborto. En ese tiempo mi mejor amiga atravesaba sus días más felices de embarazo.
Imaginación disparada, no quería estar en el lugar de futuro padre. Mi novia tampoco quería estarlo, por lo que me dejé de especulaciones y saqué las citas en la EPS.
La vasectomía es un practica fácil para los urólogos. Para ellos es tan sencillo como aplicar una inyección en el brazo.
3. Viernes, día de la cirugía (9 de marzo, 2:30 pm)
Llegué diez minutos tarde a Profamilia. Por suerte, no tuve problemas, porque los médicos atiende en orden de llegada. Hacia las 4:00 p.m. me llamaron a cirugía.
Sentado en una silla recibí indicaciones de una enfermera. En un baño me quité la ropa, me puse una capa azul, gorro y guardé en un locker la pinta que llevaba, a excepción de los interiores, porque, según la enfermera, los iba a necesitar.
Adentro había otra sala de espera, en la que me encontré a otros tres hombres, que llegaron primero. Estaban vestidos como yo, apenas con la capa, el gorro y unas bolsas que hacían de medias.
Cuarenta minutos de espera.
De acuerdo a mis cálculos, trece minutos demoró cada uno en cirugía.
Hasta que por fin me llamaron. En la sala de espera quedó un paciente, el último del día. En la sala de operación ahora me encontré con tres mujeres. La uróloga Diana Torres se presentó, mientras yo me acostaba en una camilla.
¿A qué se dedica?, me preguntó. Le respondí que soy periodista, que trabajo temas de salud, algunos con el doctor Juan Carlos Vargas, asesor científico de Profamilia.
Mientras conversábamos, una enfermera adhería una cinta a mi pene para pegarlo en la pelvis, de tal manera que no quedara colgando.
Esto me dolió muchísmo, porque el Micropore quedó pegado en el glande y no en la tela que protege el pene (prepucio).
Estaba acostado, sin ver a la enfermera que me limpiaba con Insodine la zona de los testículos.
Estaba nervioso y adolorido por la cinta en el glande (perdón que insista con esto del glande).
“Le voy a aplicar anestesia”, me dijo la uróloga. La miré como quien sabe que se viene lo más difícil. “Es una aguja pequeña. Casi no la va a sentir”, me explicó.
Conocidos que ya se habían hecho la vasectomía me habían contado que la anestesia era la parte dura.
“Doctora, doctora”, interrumpí. “¿Puedo morder algo, para aguantarme el dolor”.
Ella se rió sin burlarse.
“No estamos en el lejano oeste”, me dijo y procedió a aplicar las inyecciones.
Ahora no exagero: la anestesia puesta en los testículos se siente como cuando te aplican anestesia en las encías, antes de sacarte una muela o una caries profunda.
Es una sensación molesta, pero tolerable.
Con dos pinchazos fue suficiente para distraer la sensibilidad. En adelante no sentí nada, incluso quise ver qué tanto sacaba y cortaba la doctora, quería ver si había sangre en sus guantes.
No me atreví.
Confieso que a ratos temblaba. Los nervios nunca desaparecen. Te acompañan y uno los aprende a dominar.
En menos de quince minutos, la uróloga cortó los conductos deferentes (por donde pasan los espermatozoides antes de salir en el semen). Los separó con una fascia de mis propios testículos, para que no se vayan a volver a unir espontáneamente.
Ni siquiera hubo necesidad de coserme. Puso algodón y más Micropore en el lugar del breve corte, por donde sacó los conductos.
Una de las enfermeras me ayudó a ponerme el interior. Salí de la sala hacia otra sala de espera, en la que me dieron hielo. Los pacientes que estaban antes de mí me preguntaron cómo me fue.
Hablamos hasta que se fueron yendo. Yo me fui a los veinte minutos.
4. Primera orinada posvasectomía
Creí que iba a poder seguir sin problema con mi rutina, que los cuatro días de incapacidad eran una exageración.
Me equivoqué. Son necesarios del mismo modo que es necesaria la quietud y el mínimo esfuerzo. Una vez desaparece la anestesia, se asoma un dolor punzante. La fricción entre testículos y piernas aumenta con el caminar. La evité. Evité el efecto campana.
Estuve en cama, limitado a ver películas y series.
La recuperación es real con el correr de los días.
Ahora sí, la primera orinada pos cirugía: no duele, aunque es una orinada torpe. Evité hacer fuerza, dejé que el chorro saliera solito, lento, sin rumbo. Recomiendo orinar sentado.
La fuerza que imprimimos los hombres al orinar produce dolor.
Cuidado con la sacudida. ¡Duele! Mejor limpiarse la punta con papel higiénico.
5. Aprender a eyacular
La primera semana tuve pocas erecciones. Las que tuve fueron buscadas, solo para comprobar que se me iba a parar de nuevo.
Retomar mi actividad sexual demoró casi tres semanas.
Pude masturbarme recién a los quince días. Varias mañanas creí que mis testículos iban a responder y aparecía un dolor de herida en la parte inferior, donde se acumuló la sangre de la operación.
El malestar despareció. La primera eyaculación fue tímida y corta. "¿Quedé mal operado?", alcancé a preguntarme
Los dos primeros polvos fueron extraños. Con efecto especial (regadera).
El tercer polvo sucedió hace poco y ese sí pareció a cualquiera.
Aquí me dije “ya estoy bien. Puedo tirar”.
6. El polvo de la normalidad
En tres meses debo realizarme un espermograma, para ser declarado estéril. De aquí a entonces, no puedo andar por la vida creyendo que soy felizmente infértil.
Así que aún existe la posibilidad de ser papá.
Mi novia y yo seguimos planificando. Dejaremos de hacerlo cuando tengamos el resultado.
Foto: Istock.