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No sé con precisión cuál es mi primer recuerdo con el fútbol. El más fresco, traído de los años noventa, me encuentra vestido con una camiseta azul llena de formas de colores como confetis. Recuerdo que la usaba porque se parecía al buzo de Óscar Córdoba en el 5 a 0 contra Argentina. Yo no tenía idea de lo que era tapar, pero igual le dije a mamá que me regalara unos guantes. Quizás mi momentánea inclinación por el arco era una mezcla de vestirse distinto en la cancha, Óscar Córdoba en el América de Cali y la posibilidad de jugar caminando, pues los guardametas no estaban obligados a correr y yo era un niño asmático que con cualquier pique se ahogaba. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
Del 5 a 0 de Colombia vs. Argentina, mis recuerdos saltan a la final de la Copa Libertadores en 1996, que el América de Cali perdió 2 a 1 ante River Plate. Entonces ya tenía 10 años, y el fútbol ocupaba un lugar valioso en mi existencia, pero todavía no me quitaba el tiempo que me quita en la actualidad. (También te puede interesar: Los hay despreciables y equilibrados: ¿qué tipo de hincha es usted?)
Sigue a Cromos en WhatsAppAhora que tengo unas breves nociones de táctica, estadísticas y tanta información a la mano, en Rusia 2018 me di cuenta de que vivo para el fútbol. La adicción a las redes sociales, a las que huyo porque pueden quitar más tiempo que ver la serie Casa de papel, la reemplazo con mi consumo masivo de noticias sobre jugadores, historias del fútbol de antaño, documentales, columnas de opinión, programas de radio.
Si fuera un niño de 10 años que vive con su mamá, ella estaría preocupada. Mamá le diría al doctor que sufro de una adicción fuerte, su cara no sería como si fuera un adicto a las drogas, pero sí a algo similar. (También te puede interesar: Si antes te gustaba el fútbol, ahora lo vas a amar con estas frases)
Por eso me pregunto si mi tiempo y dedicación es una actitud orgánica o más bien responde a los designios de la industria que maneja este deporte. Cuando Mario Vargas Llosa habla de la civilización del espectáculo, ¿a mí es a quien apunta con el dedo índice?
La respuesta es sí, se refiere a mí. Cuando soy consciente de todos los sábados, domingos, lunes… que le he dedicado al televisor, a los marcadores, a los portales de noticias, siento que los dedos se me embadurnan de culpa. Como si les pasaran un brochazo de pintura y me quedara untado el resto del día. Y me pregunto ¿por qué me gusta tanto el fútbol? ¿Será que siempre me va a gustar como me gusta? ¿Lo sigo tragando entero o más bien debería tener una actitud Che Guevara ante este negocio que mueve millones de dólares?
Ahora que Colombia está en segunda ronda, pronostico una desintoxicación difícil. Incluso encuentro imposible imaginarme un mundo en el que me voy alejando de los partidos hasta ya dedicar los días a otras cosas. De pronto me conviene buscar una verdadera pasión, una que no sea comercial, o cambiar de deporte, ser un experto en basquetbol (la NBA apenas dura seis meses al año) o llegar a la conclusión de que ningún deporte es lo suficientemente interesante como para dedicarle gran parte de la vida.