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La abstención en la primera fase no es alarmante, pero preocupa a las autoridades que parecen indefensas frente a las teorías conspirativas que nublan el plan de vacunación. Son diversas las razones que inflan la desconfianza. “Los abstencionistas se nutren de noticias falsas o testimonios no verificables, que rápida y eficientemente pueden difundirse para continuamente estar reclutando o radicalizando seguidores”, señala el epidemiólogo Julián Fernández.
Lamentablemente, las mentiras van más rápido que los avances científicos. Colombia no es la única que está enferma de ignorancia. Los supuestos daños colaterales y hasta un presunto plan de Bill Gates para implantar un chip a los vacunados agitan las banderas de los grupos antivacunas. En Alemania, Francia y Estados Unidos han tomado las plazas públicas para protestar contra los planes de inmunización. El inconveniente no es que salgan a gritar consignas; el problema está en que su manera de ver la realidad es replicada miles de veces en redes sociales hasta crear un estado generalizado de escepticismo.
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En 1998 hay un antes y un después en las teorías antivacunas. Entonces el médico británico Andrew Wakefield publicó en la revista The Lancet una investigación que relacionó la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola (conocida como la triple viral) con el autismo. Sus revelaciones abrieron ampollas y en cuestión de días levantó un telón de desconfianza que aún hoy persiste.
El periodista Brian Deer puso la lupa en las conclusiones. Los doce casos en los que se basó Wakefield y la financiación de grupos antivacunas llevaron al Consejo General Médico inglés a retirarle las credenciales y desestimar su publicación. Sin embargo, tarde se descubrió su engaño. En los años que estuvo vigente crecieron los colectivos al punto de que hoy el médico es considerado un genio incomprendido capaz de movilizar a los conspiranóicos.
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“Las teorías ofrecen un estado de facilidad cognitiva. Es un proceso de pensamiento donde no se debe esfuerzo para llegar a conclusiones. Estas teorías tienden a ser muy rápidas y fáciles de comprender”, señala Carlos Gantiva, profesor en el Departamento de Psicología de la Universidad de Los Andes. Para mitigar las consecuencias de los comportamientos derivados de la información falsa, la OMS, las Naciones Unidas, la Unesco y la Federación Internacional Sociedades de la Cruz Roja definieron que la infodemia “es la sobreabundancia de información, en línea o en otros formatos, e incluye los intentos deliberados por difundir información errónea para socavar la respuesta de salud pública y promover otros intereses de determinados grupos o personas”.
A pesar de las campañas de concientización apoyada por expertos, el pulso está tan reñido que se abrió la puerta para un debate: obligar o no a los ciudadanos a vacunarse. Para unos especialistas sería pegarse un tiro en el pie porque fortalecería a los promotores del “no”. En cambio, los que la proponen ven en esta vía una posibilidad viable de inmunizar a la población.
Uno de los diagnósticos más amplios del comportamiento de la población colombiana lo realizó la Universidad de Rosario. Su Encuesta Nacional de Vacunación determinó en marzo que “aquí existen varios grupos: un grupo que podríamos denominar antivacunas, otro grupo de escépticos y unas personas que, desafortunadamente, no tienen la información suficiente para tomar la decisión de vacunarse. Lo que hace falta es una pedagogía sobre el proceso y los beneficios de la vacunación en Colombia”.
La recomendación del documento es acelerar el plan de inmunización sin descuidar las campañas que consoliden la confianza en el sistema. Para lograrlo es fundamental la transparencia del gobierno, el papel de los medios de comunicación, el pensamiento crítico y la paciencia de las personas y el autocuidado. La ejecución de estas variables puede cambiar el rumbo de la pandemia.