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¿Quién dijo que el fútbol no es afrodisíaco?

Una experiencia de años atrás, que nos hace mantener la esperanza viva. ¡A tomar nota!

Por Martín Tournier
08 de junio de 2016
¿Quién dijo que el fútbol no es afrodisíaco?

Durante muchos años he escuchado a cientos de mujeres quejarse por la forma en la que el fútbol interrumpe su vida sexual. El tema es recurrente y se ha vuelto cliché, hasta convertirse en el símbolo hiperbólico y violento del desdén masculino hacia el otro género cuando el esférico rueda por la cancha.

Esto, mis queridas, podría cambiar y hace poco descubrí la forma de lograrlo. El asunto no requiere de mayores trampas o menjurjes, y solo basta con un ejercicio práctico. Presten atención: hay que tener sexo durante un buen partido.

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Hace algún tiempo, durante la final de una Champions League en la que el Atlético de Madrid debía demostrar, una vez más, que vivía una racha inédita en su historial futbolero, convencí a mi novia de que nos sentáramos a ver al humilde onceno de Simeone enfrentarse a esa pléyade arrogante y malévola que es la nómina completa del Real Madrid.

El partido arrancó sin mayores emociones. Un Real Madrid algo apático, pero cerrado atrás, permitió que el Atlético fuera agotándose lentamente en su esfuerzo por anotar. En el minuto 36 del primer tiempo, de la mano de Diego Godín, llegó el gol esperado para los pequeños madrileños y, dado el paupérrimo nivel demostrado por su reputado rival, la final no auguraba mayores sorpresas.

El segundo tiempo comenzó con nuestra atención baja. Por la ventana de la habitación entraba un sol maravilloso, así que soltamos nuestra ropa y nos tendimoscasi desnudos frente al televisor, con el volumen arriba y la limonada en la mesa.

Lo que vino entonces fue uno de los mejores momentos sexuales de mi existencia. El Atlético, con el gol de Godín, había picado al diablo, y durante buena parte del segundo tiempo, Modre, Balec, Ronaldo y demás gamberros enfilaron baterías y fueron sacándole con un ritmo casi sádico el oxígeno a un Atlético que la pasaba mal tratando de retener la ventaja que había conseguido en el primer tiempo.

Todo este incremento de tensión futbolera despertó en nosotros el mismo demonio que andaba suelto en esa cancha. Y entre más jugaba el Real, más nos comíamos a besos Angelita y yo, abandonados a un encuentro sexual lento e intenso, de mordiscos en los muslos y aruñazos en los hombros, amenizado por la voz del locutor, que de repente perdió toda connotación lingüística y se convirtió en ritmo puro. Fue sexo del fino, de aquel en el que el deseo parece un destilado.

Nos vinimos juntos, como el Dios del Real Madrid manda, a eso del minuto 85. Cristiano y el resto de pandilleros no habían logrado el empate, pero la violencia con la que embestían al arco rival era continua. Conforme llegaba el minuto 90 la presión se hizo extrema, imparable, hasta que Angelita y yo tuvimos la fortuna de ver cómo, faltando ya pocos segundos para el final del minuto 94, siendo quizás la última jugada del partido, el cabezazo asesino de Sergio Ramos implosionó el castillo de naipes sobre la cual se había edificado, durante 90 minutos, la frágil moral del Atlético.

Fue maravilloso ver al Real ganar como ganó durante el tiempo extra. Uno, dos, tres goles seguidos obligaron al Atleti a recoger por pedacitos lo que les quedaba de autoestima y esperanza en el campo. Entre tanto, Angelita y yo sonreíamos bajo un sol picante: cinco orgasmos contamos esa mañana.

¿Que tal ah? hay que ponerle pasión al juego. 

 

Foto: Google con derecho a reutilización

Por Martín Tournier

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