¿Quieres que te toquen?

¿Está el yoga permitiendo toques inapropiados sin consentimiento? Este artículo ha puesto el asunto sobre el tapete en los Estados Unidos y muestra cómo por fin ha entrado al mundo del yoga el diálogo sobre tocar al otro y el consentimiento.

Por Katherine Rosman / The New York Times
15 de noviembre de 2019
¿Quieres que te toquen?
El mundo del yoga comienza a debatir sobre el consentimiento para el contacto físico de los maestros.  / Getty Images

El mundo del yoga comienza a debatir sobre el consentimiento para el contacto físico de los maestros. / Getty Images

Rachel Brathen no tenía idea del aluvión que se le vendría encima cuando les preguntó a sus seguidoras de Instagram si alguna vez las habían tocado al hacer yoga de una manera que se sintiera fuera de lugar.

Eso fue hace casi dos años. Brathen, de 31 años y dueña de un estudio de yoga en Aruba, fue contactada por cientos de personas.

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Las cartas describieron una constelación de abusos de poder e influencia: se les habían insinuado después de clases y en retiros de yoga, las habían besado a la fuerza en sesiones privadas de meditación y algunas fueron agredidas en las camillas de masaje luego del yoga.

Entre las quejas también mencionaban haber sido tocadas de manera inapropiada en las clases de yoga, es decir, prácticamente en público.

Más de 130 de las personas que respondieron le dieron permiso a Brathen de compartir sus historias con alguien que pudiera conseguir una especie de rendición de cuentas.

Generalmente el gobierno regula el trabajo de otros profesionistas que también deben tocar a las personas al realizar sus labores, como es el caso de un terapeuta masajista. Los maestros de yoga no son regulados y no hay una cámara de la industria encargada de hacerlo.

Así que Brathen, la autora de “Yoga Girl”, escribió algunas entradas en su blog con fragmentos editados de las cartas. Y hasta ahí llegó el asunto.

Unos cinco meses después, en abril de 2018, nueve mujeres revelaron en un artículo de una revista cómo las había tratado uno de los gurús de yoga más importantes e influyentes.

Una vez más, la cosa no pasó a mayores.

Ignorar las quejas sobre contacto físico indeseado, o cosas peores, ha sido el modus operandi en el yoga desde hace décadas. Gran parte de la comunidad del yoga no se ha apresurado a reaccionar o se ha rehusado a hacerlo, quizá porque los maestros se muestran reacios a criticar a quienes ven como gurús. Además, muchos maestros han construido sus negocios y marcas personales en parte gracias a que se relacionan con estas personalidades.

Si has tomado clases llamadas viniasa, power yoga o flow yoga, has practicado una versión del ashtanga. Krishna Pattabhi Jois, quien falleció en 2009 a los 93 años, nombró y popularizó esta vertiente del yoga.

El ashtanga, una serie físicamente ardua de posturas y movimientos dinámicos, atrajo a celebridades como Gwyneth Paltrow, Madonna, Willem Dafoe y Mike D. Ellos ayudaron a introducir a Jois (se pronuncia Yois) y el ashtanga a estadounidenses deseosos de un ejercicio intenso con un toque de espiritualidad.

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“Es el único gurú vivo del yoga ashtanga”, dijo Paltrow en el documental de 2003 titulado “Ashtanga, NY”.

Jois también ayudó a popularizar los llamados ajustes: la manera en que los maestros de yoga manipulan físicamente el cuerpo del alumno. Hoy en día, en un estudio de yoga promedio, los ajustes varían de maniobrar a la fuerza tu cuerpo para someterlo a ciertas posturas o hacer pequeños alineamientos para evitar heridas o para que los alumnos tengan un punto de apoyo durante una postura desafiante. Algunos maestros solo usan indicaciones verbales.

Pero en muchos casos, los ajustes de Jois no tenían que ver con el yoga, sostienen algunas de sus exalumnas. “Se ponía sobre mí, se aseguraba de que sus genitales estuvieran directamente encima de los míos, empujaba mi pierna hacia el piso y se frotaba contra mí”, dijo Karen Rain, quien ahora tiene 53 años. “Restregaba sus genitales contra los míos”.

Debido al poder y devoción que poseía Jois, y porque estos ajustes se realizaban en público (lo cual por alguna razón los normalizaba) y debido al papel que “dejarse llevar” desempeña en el yoga, en algunos casos tuvieron que pasar años para que las mujeres comprendieran a fondo sus experiencias.

“Intenté justificar su comportamiento diciéndome que solo me estaba ajustando y que debía rendirme al asana” (una palabra en sánscrito que se usa para referirse a posturas y movimientos del yoga) “y que había una razón para que lo hiciera, pero yo todavía no la entendía y, si lo seguía haciendo, quizá algún día tendría sentido, tal vez”, contó Rain.

Conoció a Jois en 1993 y se volvió una discípula embelesada. “Desvariaba”, dijo de sí misma.

Jubilee Cooke, quien ahora tiene 54 años, estudió con Jois en 1997. Dijo que a diario la manoseaba.

“Pattabhi Jois me llegó de atrás mientras estaba en plena posición de flor de loto y me agarró la entrepierna, me agarró los genitales y me empujó hacia atrás, me levantó para que cayera en una lagartija de yoga”, dijo Cooke.

Solía echarse sobre ella y restregarse, como lo hacía con Rain. A veces se ponía detrás de ella mientras estaba doblada hacia adelante. Veía que él hacía movimientos sexuales al aire, lanzando su pelvis hacia ella.

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Mientras Jois estaba vivo, algunas personas intentaron hacer algo. Farley Harding, de 58 años, estudió en India con Jois en 1995.

Luego de sentir indignación por haber visto lo que Jois les hacía a las mujeres —“les agarraba el trasero y las besaba”, describió Harding— confrontó en privado a Jois. “Le dije, ‘Eres un maestro y nosotros somos estudiantes y lo que les haces a las estudiantes está mal’”.

Harding cuenta que Jois actuó como si no supiera de qué hablaba, pero Harding no se lo creyó. Dejó de estudiar con Jois.

Otra persona que dijo algo es Micki Evslin. En 2002, cuando ella tenía 54 años, fue a un taller que ofreció Jois en Hawái.

En algún momento, les pidió a unos 150 alumnos que se doblaran hacia adelante. “Lograba ver sus piecitos acercándose un poco atrás de mí. Y yo pensé, ‘¡Ah! Pattabhi Jois me va a corregir’. Y pone sus dedos bajo mi coxis y como que la usó de palanca para alzarme de jalón”, relató.

Le sorprendió, pero no se ofendió. Unos minutos después, cuando Jois le pidió a la clase que se doblaran hacia adelante con las piernas muy abiertas, vio que sus pies se acercaban una vez más. “Tengo la cabeza en el suelo, mis pies están separados. Y esta vez, me clavó sus dos dedos en mi vagina, yo diría que con fuerza, porque lo sentí a pesar de mis mallas y ropa interior”, sostuvo.

Se quedó estupefacta. “No quieres que haya un altercado”, dijo Evslin. “No sabes bien qué hacer y estás procesando todo, como: ‘¿Qué digo? ¿Cómo lo manejo?’”.

Le informó de lo sucedido a una organizadora del taller, quien no le dio importancia. “Como que lo minimizó”, dijo Evslin, “’Ah, está viejo, es un abuelo’”.

Las crudas historias de acoso y abuso también han mostrado cuán complicado puede ser navegar por situaciones más ambiguas. Entrevisté a más de 50 practicantes de yoga, entre ellos a maestros y dueños de estudios, sobre el contacto físico en esta disciplina. De lo que me he dado cuenta es que quizá no haya una zona gris más gris que un estudio de yoga, donde la intimidad física, la espiritualidad y las dinámicas de poder se unen en un pequeño cuarto en el que sudas.

Este verano, para empaparme de yoga mientras hacía este reportaje, acudí al Festival Asheville de Yoga en Carolina del Norte. Lo que aprendí ahí es que el diálogo público sobre tocar al otro y el consentimiento que durante tanto tiempo había eludido el mundo del yoga por fin ha comenzado.

La primera clase que tomé fue un taller de Inversiones y Ajustes. Lo dio Jonny Kest, de 52 años, una estrella del mundo del yoga.

Kest influye sobre todas las maneras en que la industria del ejercicio ahora se trata de marcas de ropa deportiva, expandir el negocio con programas para capacitación de maestros y crear experiencias para sacar a la gente de sus casas y alejarla de sus teléfonos.  

Es un inversionista en la compañía de ropa Spiritual Gangster (su hijo, Jonah, un maestro de yoga con muchos seguidores en las redes, es el rostro de la marca).

El programa de capacitación para maestros de Kest fue comprado en 2011 por Life Time Inc., una cadena de gimnasios con casi 150 sucursales en todo Estados Unidos. Kest es el “maestro de maestros” en la cadena. Tan solo este año ha supervisado la capacitación de 800 yoguis. Para fines de año, el programa habrá generado 2,4 millones de dólares para Life Time.

Su linaje lo vincula tanto con Pattabhi Jois como con su hermano Bryan Kest, otra celebridad del mundo del yoga.

En las clases de Jonny Kest en el Centro de Yoga, el estudio suburbano de Detroit que fundó en 1993, no es inusual encontrar a 75 o más estudiantes metidos en un espacio muy caluroso y muy oscuro. “Es asombroso con los mensajes. Nunca he tenido un maestro que transmita mensajes como lo hace él”, dijo Kelli Harrington, propietaria de Red Yoga en Ann Arbor, Míchigan, y exalumna de Kest. “La gente se conecta a través de los mensajes y siente que puede relacionarse con esa persona. Es un vínculo”.

Aparte de su trabajo en Life Time, Kest dirige retiros y talleres en todo el país, como al que asistí en Asheville.

En esa clase de cuatro horas, Kest explicó diferentes tipos de ajustes a unos 30 instructores y entusiastas de yoga, la mayoría eran mujeres.

Hay ajustes verbales, en los que un maestro le indica a un alumno que mueva un brazo o gire un hombro. Hay ajustes de “punto de presión”, en los que se usa un toque muy ligero como sugerencia, por ejemplo, con la palma de la mano apenas se toca la parte superior de la cabeza de un estudiante para indicarle que debe alargar su columna vertebral.

Luego están los ajustes que involucran más contacto.

Parado detrás de una estudiante que tenía una pierna enganchada alrededor de una de sus propias piernas, Kest envolvió uno de sus brazos alrededor de su torso y colocó una mano entre su pecho y la clavícula. Estaba en una pose comúnmente llamada triángulo. “Una vez más, deben tener cuidado con los lugares de los que desean mantenerse alejados”, dijo Kest. Algunos estudiantes de la clase se rieron.

Más tarde, hizo una demostración de un ajuste inusual a un estudiante mientras estaba en la pose de descanso final. Los yoguis que han practicado en el Centro de Yoga en Míchigan dicen que esto se conoce comúnmente como el “cambio de pañal”.

“Requiere de cierta intimidad”, dijo Kest, después de haber seleccionado a una voluntaria que dijo que experimentaba molestias en la parte baja de la espalda cuando estaba acostada en el piso. Este ajuste, dijo, tiene la intención de aliviar eso. Con la estudiante en el suelo, él puso las rodillas debajo de la espalda baja. Su trasero luego descansó en el regazo de Kest.

“Entonces vas a tomar sus pies, abrir las piernas y abrazarlas a los lados”, dijo, mientras hacía eso con las piernas de la estudiante. Recomendó frotar los antebrazos del estudiante, inclinarse hacia adelante y presionar sobre los hombros, pero colocando las manos sobre el vientre o la pelvis. “Muchas veces, incluso me balanceo un poco solo para relajarme”.

Después de que Kest hizo la demostración, Catherine Derrow, profesora de yoga y entrenadora personal de Columbus, Ohio, se le acercó para preguntarle si alguna vez había pedido permiso antes de hacer esa posición. Él la animó para que le hiciera esa pregunta al grupo.

“Me sorprendería mucho si alguien me hiciera eso en una clase”, ella le comentó a todos en la sala. “Eso no me haría feliz”.

Kest dijo: “Esta es una conversación muy buena e importante. ¿Cómo limitas lo ofensivo? Preguntas: ‘¿Puedo tocarte?’”.

“Eso no funciona realmente”, dijo él.

“Esto es diferente a tocar, creo”, repuso Derrow. Ella reformuló la pregunta para él: “’¿Puedo sentarme entre tus piernas y abrirlas y sentarme?’”.

Derrow dijo que en el estudio donde ella enseña, hay “tarjetas de consentimiento”, con X y O en ellas para que los estudiantes puedan indicar sin palabras si desean que los toquen.

“A lo largo de los años he descubierto que eso de las X y las O realmente no funciona”, dijo Kest.

Otro estudiante le sugirió que pidiera a las personas al comienzo de la clase que coloquen su mano sobre sus corazones o vientres si quieren ser ajustados. Alguien sugirió que simplemente podía pedir permiso.

“No hago nada de eso”, contestó.

En un correo electrónico enviado a los editores de The New York Times, Kest dijo que el escrutinio sobre sus clases es injusto y expresó su preocupación acerca de que este artículo fuese una táctica destinada a afectar su negocio. “Esto sucede a pesar del hecho de que nuestro enfoque se alinea con innumerables boutiques de yoga a nivel nacional y más allá”, escribió.

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En el taller en Asheville, Kest explicó que es importante crear una expectativa sobre la enseñanza práctica, si ese es el tipo de clase que los asistentes van a dirigir. “Dar este tipo de posición”, dijo sobre el cambio de pañal, “realmente depende de qué tipo de cultura creas en tu clase”.

Entre los yoguis de los suburbios de Detroit, Kest es conocido por su uso prolífico del tacto y los ajustes íntimos, atributos que son muy promocionados en las fotografías y los videos que aparecen en el sitio web del estudio. Y sus clases son muy populares.

Pero cuando trabaja en otras comunidades puede ofender a los estudiantes que no conocen sus métodos. Jenni Donnell, de 43 años, tomó una clase de Kest en un estudio de Life Time en el Condado de Orange, California, en 2014.

Durante la clase, Kest habló sobre la intimidad y la pasión. Mientras Donnell estaba en una pose, boca arriba con el tobillo sobre la rodilla en la figura cuatro, Kest se le acercó y le agarró el pie extendido.

Ubicándose al frente suyo, clavó el pie de ella en su ingle. Luego se inclinó hacia ella y puso sus palmas abiertas sobre su pecho, tocando parte de uno de sus pechos.

En la pose de descanso final, volvió a suceder. “Puso su mano nuevamente sobre mi pecho, luego movió su mano hacia mi pelvis inferior”, dijo Donnell.

Ella no sabía qué pensar de la experiencia. Se preguntó si estaba exagerando. Incluso días después, estaba confundida y molesta. Sin nombrar a Kest, escribió sobre su experiencia.

Cinco años después, siente más claridad al respecto: “Si él se hubiera acercado y me hubiera preguntado: ‘¿Está bien si clavo tu pie en mi pelvis cerca de mi entrepierna, cerca de mis partes privadas?’, yo le habría contestado: ‘No, no está bien’”.

c.2019 The New York Times Company

Por Katherine Rosman / The New York Times

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