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Recuerdos imaginarios de Juan Gabriel Vásquez: un texto de Álvaro Castillo Granada

El escritor y librero Álvaro Castillo Granada escribe sobre su relación con la obra de Juan Gabriel Vásquez, a propósito de la reciente publicación del libro Los nombres de Feliza.

Por Redacción Cromos
04 de enero de 2025
Álvaro Castillo Granada es columnista de Cromos.
Fotografía por: Leonardo Sánchez

Las 279 páginas de la nueva novela de Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza, las leí en una noche y en una tarde. En mi casa y en la librería. Fueron dos jornadas y no una porque, sencillamente, estaba tan atrapado por el libro que, si no me detenía y dejaba algo para el día siguiente, lo iba a leer en una sentada. Como hacía rato no me pasaba, como rara vez pasa…

He tenido el privilegio de seguir la carrera de Juan Gabriel paso a paso. Libro a libro. Lo conocí como lector afiebrado de Mario Vargas Llosa. Lo recuerdo ir a la librería donde yo trabajaba a mediados de los años noventa, buscando sus libros con pasión y esperanza. Siempre acompañado por Mariana, su compañera. Los dos eran unos muchachos leyendo y descubriendo el mundo. Y suena raro que diga “muchachos”, cuando la diferencia entre nosotros no era más de cinco años. En ese entonces los veía así. Y no he dejado de verlos así. Nos une el recuerdo de esas búsquedas y de unas fotocopias y un libro con páginas en blanco…

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He leído todos sus libros apenas han salido. Y es, realmente, a partir de Los informantes cuando me volví un devoto y un admirador suyo, cuando encuentra su manera de mirar el mundo y construir una novela: cómo el pasado afecta el presente, cómo lo influye y modifica, cómo lo construye y nos cuenta… Este descubrimiento, esta iluminación, lo ha llevado a ir construyendo un edificio narrativo sólido y contundente. Una aventura como pocas en nuestro país.

En la página 93 una frase me hizo detenerme: “dejando que los hechos comprobados se confundan con imágenes que mi cabeza construía, esos recuerdos imaginarios que son con frecuencia la única manera que tenemos de visitar el pasado”.

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¿”Recuerdos imaginarios”? ¿Cómo y cuándo empiezan a habitarnos? Cerré mis ojos un momento y “recordé” que, aunque yo jamás conocí a Feliza Bursztyn, tenía varias imágenes y memorias suyas que me habitaban. Por una lado, las historias que me contaron Nicolás Suescún, Camilo Delgado y Alicia Baraibar. Coincidían todas en su manera propia de ver y estar en el mundo y lo sonoro de sus carcajadas. Sólo comparables, en estridencia y contundencia, a las de José Pubén (a quien tampoco conocí y me habitan sus recuerdos). Por otro lado, un libro que le perteneció y alguna vez llegó a mis manos. No recuerdo dónde. La fecha está escrita en él: Febrero 22 de 1998. Es la novela Climas, de André Maurois (la edición del Círculo de lectores).

¿Por qué lo tomé y abrí la tercera página, para descubrir una firma, escrita con tinta azul, un nombre que ya me habitaba: “Felisa de Burztyn” (sí, mal escrito, como tantas veces sucede con los nombres de Feliza). No lo recuerdo y no lo sé. Y no importa. Estaba destinado a suceder.

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Esta novela es una demostración más del talento narrativo de Juan Gabriel Vásquez, un escritor que muy temprano descubrió “ese impulso que siempre es imperfecto: la reconstrucción del pasado, ese lugar incómodo que sólo existe mientras lo contamos”.

Leemos y el pasado existe para convocar el nuestro y así, construir, un inmenso fresco, un “mapa en blanco”, donde las memorias y los recuerdos inventados existen para seguir contando la historia de una mujer que murió en París, de tristeza, vivió su vida como decidió y quiso, creó una obra que no deja de sorprendernos y acompañó uno de los libros de poesía más hermosos de nuestra lengua, Si mañana despierto, donde Jorge Gaitán Durán le dio un nombre más: Betina.

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