La Universidad de Manchester recientemente confirmó en un estudio que el smarth phone es como un estadio de fútbol para el nuevo coronavirus.
Una pareja que quiere viajar de Bogotá a Cali se hace la prueba antes de armar maletas. Uno de los dos se lleva una sorpresa. Su positivo es inexplicable porque, según él, se ha mantenido acuartelado precisamente para poder dirigirse a su ciudad. La rabia y la impotencia los envuelve a ambos. Ahora su novia teme que en algún momento deje de ser asintomático.
En el apartamento les resulta difícil vivir separados. Eligen el cuarto de los huéspedes, cruzando los dedos para que la cosa se mantenga sin dificultades respiratorias ni nuevos contagios.
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Una duda sobrevuela su tranquilidad: ¿cómo entró el coronavirus a la casa? Le echan cabeza, tratan de recordar la última vez que se vieron con alguien. Las pistas no coinciden con una posibilidad real. En sus cavilaciones piensan que puede tratarse de un falso positivo. Sin embargo, hasta que no vuelvan a someterse a una segunda prueba, la duda se enconará aún más...
Los objetos que son focos de infección son lo último en lo que ponen su mirada. La lista es larga: las cerraduras, los encendedores de luz, el teléfono celular, el computador, el control remoto del televisor y el escritorio. La pareja teletrabaja, viven conectados a sus compañeros vía Internet...
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Habría que inventarse la prueba que detecte en dónde está el covid-19. Mientras llega, a los dos solo les queda jugársela por prevenir. Desinfectar los focos como si fueran sus propias manos. Hacerlo es engorroso, pero necesario para reducir la chance de repetir un positivo. La Universidad de Manchester confirmó en un estudio reciente que un smarth phone es como un estadio de fútbol para el nuevo coronavirus. Su concentración en la pantalla y en los bordes multiplica el peligro, casi que se convierte en un espía indetectable si no se limpia a diario con desinfectante.
Lo ideal es pasar un trapo húmedo y luego con desinfectante los elementos anteriormente mencionados. Nadie debe olvidar que, al tratarse de extensiones del cuerpo humano, los objetos que mejoran la vida están igual de expuestos a nosotros. Es imperativo que su limpieza sea tan rigurosa como la de las manos.