¿Cómo comunicarle a un padre la muerte de su hijo? En el escenario menos inesperado, en plena Serranía de la Macarena, Miguel Salazar presenció cómo su guía de 14 años se ahogó en uno de los profundos pozos del río Caño Cristales. El más hermoso del mundo. Caída la noche, como si el impacto de la tragedia no hubiera sido suficiente, tuvo que contarle a Ciro, el padre del joven, la noticia. Sin advertirlo, este momento sería el punto de partida no solo para una amistad entre los dos hombres, sino también para su documental Ciro y Yo. “Esas son las experiencias que le hacen a uno quitarse las máscaras y compartir verdaderamente la humanidad, esa tragedia hizo que Ciro y yo nos conectáramos de por vida”, expresa del director colombiano.
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Ciro Galindo nació el 29 de agosto de 1952 en Coyaima, Tolima. Cuadro era un niño huyó hacia los llanos orientales junto a su madre, de la guerra bipartidista que enfrentó a liberales y conservadores en la década de los 50. A los nueve años, Ciro fue abandonado en un orfanato, lugar de donde se escapó a los pocos meses. Años después, la bonanza de la coca lo llevó al Guaviare, donde conoció a su esposa Anita con quien tuvo tres hijos: Elkin, Esneider y John.
A pesar de las pruebas que Ciro había logrado sortear en la vida, la muerte de John no era hasta ese entonces equiparable a nada. Sin embargo, esa pérdida fue tan solo el comienzo de lo que devendría sobre la familia Galindo en el futuro. Durante los 21 años que le siguieron a ese desafortunado episodio, Ciro fue víctima de todos los actores armados del país: guerrilla, ejército, paramilitares; vio cómo sus hijos fueron reclutados para la guerra; enterró a su esposa que falleció, literalmente, de pena moral; tuvo que desplazarse en repetidas ocasiones huyendo de la violencia, y sufrió la ineficiencia de un Estado que no contó con las herramientas para protegerlo.
En Ciro y Yo, el documental del director Miguel Salazar, el dolor toma la palabra para contar el pasado de Ciro y su familia, que es la historia de miles de colombianos víctimas de la violencia, que es la memoria de un país que ha sufrido sin tregua durante más de 50 años. Pero también, se vislumbra un mensaje de perdón, de un deseo insondable porque en el futuro las cosas sean diferentes.
“Esta película busca reflexionar sobre el pasado del país, para que no se repita. Es un ejercicio de memoria desde la coyuntura histórica en la que está Colombia que trae un mensaje de “Perdón si, olvido no”, de eso se trata nuestro presente como país, eso es la justicia especial para la paz. Tenemos que exigir verdad, exigir que a Ciro le cuenten la verdad de lo que pasó con su hijo utilizado en la guerra y si eso sucede, este padre está dispuesto a personar. Porque él quiere mirar hacia adelante, construir un futuro para su hijo y su nieta. Al final el documental plantea esperanza”, dice Salazar.
¿Para usted, ¿quién es Ciro?
Ciro es un héroe, un amigo, un valiente que no se dio por vencido, que no se dejó derrotar, que no tomó las armas, que no optó por la violencia. Es el ejemplo que el país necesita, la narrativa que necesitamos todos: historias de héroes anónimos que, con amor y bondad, se enfrentaron a los violentos, lucharon y lo perdieron todo por salvar a su familia. Es una persona dispuesta a perdonar, tras haber vivido el horror y ese es un mensaje poderoso. Pero también exige verdad: “Perdón si, olvido no”.
¿Por qué decidió contar la historia de Ciro y la de su familia?
Sentí que me tocaba contar esta historia. El destino me puso en el camino a Ciro y compartí con él parte del dolor de verle enterrar a dos de sus hijos. Debía contarlo. Entendí que la historia de Ciro es la historia de Colombia. A través de su humanidad, sentí que nos podía ayudar a entender de una manera más emotiva, más sincera y menos mediática, el horror que se vivió acá. También fue una forma de hacerles justicia a sus familiares muertos: a su hijo Memin (Elkin) que fue reclutado a los 13 años, y a Ania que fue una madre bondadosa que dio todo por sus hijos y que murió literalmente de tristeza al perderlos. Quise ayudar a Ciro, empoderarlo, pero sobre todo hacer justicia con él, hacer memoria con su familia y hacer memoria para todo Colombia.
¿Cómo fue para usted el proceso de grabación, en momentos tan duros como cuando Ciro debe enfrentarse a la cámara para contar su historia en medio de lágrimas, enfrente suyo, que no solo era el director de la película, sino también su amigo?
Contar la historia de Ciro fue un proceso extremadamente doloroso tanto para él como para nosotros. Creo que mi trabajo es muchas veces eso, darle la palabra al dolor. Shakespeare tiene una frase que creo que es de Macbeth que dice "Dad palabra al dolor, el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe" y ese fue el punto inicial de contar esta película. Lo primero que se hizo fue hacer una larga entrevista con Ciro en la que nos habló de toda su vida. Fue un trabajo que tomó dos o tres días en donde todos llorábamos: Ciro, el camarógrafo, el sonidista, yo. Doloroso, mucho. pero también catártico, liberador. Su historia tenía un inicio, una mitad y un final y de eso se trata este documental, de darle un orden a una narrativa que es confusa, que nos ha destruido y que no entendemos del todo.
Fue doloroso, pero también vi que el presente de Ciro empezaba a cambiar. Que las iniciativas gubernamentales le empezaban a cumplir a Ciro por primera vez y que su destino podría estar en sus manos.
¿Qué le dijeron Ciro y su hijo cuando vieron el documental por primera vez?
La primera función se hizo en el Bogota Audiovisual Market en julio del año pasado. Hubo lágrimas, Ciro vio a su esposa llena de tristeza, a su hijo Memin tan fuerte, pero por otro lado hubo satisfacción, su historia, su dolor, su fuerza para salir adelante, todo estaba reflejado en la pantalla. Lo más revelador fue lo que pasó al final de la función: el teatro se puso de pie y aplaudió, y cuando la gente se dio cuenta de que Ciro estaba allá, todos se aproximaron a darle un abrazo. Más de 50 personas haciendo fila india para decirle gracias, usted es un valiente, algunos para pedirle perdón. Fue inexplicable. Ciro y su hijo se sienten muy satisfechos de poder contar su historia. Ahora quieren mirar hacia adelante.
¿Cuál es el reto que tiene el cine colombiano a la hora de hablar de memoria y paz?
Son muchas cosas. Uno es no estetizar la violencia. Embellecer la violencia no creo que sea algo que ayude a construir memoria y paz. Creo que hay un reto de no revictimizar, no caer en el amarillismo, no explotar a las víctimas y su dolor. Estamos en un momento de contar las historias de la gente común y corriente como Ciro, que hicieron cosas extraordinarias para sobrevivir. No más historias de victimarios, de matones, creo que Colombia necesita ejemplos de honestidad, de bondad, de luchas por los hijos, eso es lo que nos sirve para construir paz.
Ahora vamos a entrar a una guerra por la memoria, por quien cuenta la verdad histórica, y en este escenario es importante escuchar a todos los bandos, pero sin tomar partido, sin hacer propaganda. Es muy fácil hacer cine políticamente cargado hacia algún lado. Es un reto también, saber escuchar a aquellos que fueron silenciados. Por último, el cine colombiano tiene que narrar de una forma entretenida, emotiva, para que le llegue a la gente, pero que aun así nos hagan reflexionar sobre el país que vivimos y en el que queremos vivir. Siento que ese es el efecto que va a tener en el público este documental.
Fotos: cortesía.