¿Cómo influyen las redes sociales en el desarrollo personal?
Los nuevos medios han creado un nuevo prototipo de hombre: el que vive obsesionado consigo mismo.
Por Sebastián Restrepo. Psicólogo gestaltista y sistémico.
29 de diciembre de 2016
Quiero hablarles del mito de Narciso como una imagen que caracteriza no solo una faceta de la existencia humana, sino especialmente algunos rasgos de la vida contemporánea: la obsesión consigo mismo, la búsqueda de espejismos, la superficialidad, la belleza muerta y la imposibilidad del amor. Todo lo anterior converge en una profunda falta de sentido, una depresión colectiva y un cansancio que día a día se vuelve más insoportable.
Recordemos a Narciso
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Era un joven muy hermoso que rechazaba constantemente a sus pretendientes por el orgullo que sentía de su propia belleza. Entre ellos estaba Eco, una ninfa condenada por la diosa Hera a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Un día, Narciso salió a casar ciervos y Eco lo siguió a hurtadillas con el deseo de hablarle, pero incapaz de hacerlo. Cuando aquel la descubrió, Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos, pero Narciso la rechazó con tal crueldad que la ninfa se escondió en una cueva, donde se consumió hasta que solo quedó su voz. Entonces Némesis, diosa de la venganza, hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en la superficie inmóvil de un estanque. Narciso, obsesionado y absorto por su reflejo, acabó ahogándose en las aguas del estanque.
Este mito habla de la tendencia humana a obsesionarse hasta perecer en una imagen artificial de sí mismo. Es la imagen de ese egoísmo que nos hace traicionarnos y traicionar a la vida, al mundo y a los otros. Es estar encerrado y perdido, revolcándose en el propio sufrimiento, en una vida autoreferenciada en la que lo único que vemos son los propios apegos y los propios miedos. Es, ni más ni menos, la muerte, el ahogamiento, el patetismo de ser tragado por una imagen de mentiras.
Hoy, más que nunca, Narciso parece ser la divinidad que gobierna nuestras vidas y nuestros desenlaces. Veamos.
El vacío de la vanidad
Narciso rechaza todos los pretendientes debido a su orgullosa belleza. Esa es la raíz de nuestro sufrimiento: del desamor, de la soledad, de la violencia, de la depresión y del inmenso vacío existencial que nos gobierna. Nos sentimos más y pasamos la vida entera tratando de validar ese sentimiento. Ignoramos que la búsqueda de gloria que nos inoculan desde niños no es más que la raíz de todos los desastres, porque uno no se encuentra a sí mismo apegándose a la estrechez de un espejismo egoísta, sino en la entrega y en el amor.
Por otro lado, ese reflejo en la superficie de un lago inmóvil nos habla de una belleza sin alma, artificial. Porque, capturados por la obsesión egoísta, renunciamos a una vida con alma. Nuestra alma se anuncia solo cuando vivimos desde el corazón, cuando existimos en el amor y en la consciencia; y lo hace a través de la belleza. Despojados del alma, quedamos sujetos a la belleza del Photoshop y a las salas de cirugía estética. Creemos en el brillo muerto de un suculento pollo envenenado por hormonas y una tentadora hamburguesa maquillada para el afiche publicitario. Narciso anuncia que una belleza sin alma es inevitablemente un espejismo mortal.
Pero esta obsesión por un reflejo es también una vida puesta al servicio del simulacro y la apariencia. La política, las universidades, las noticias, las redes sociales, nuestra cotidianidad entera, están permeadas por una actitud ubicua que no busca ser sino aparentar. Nos cambiamos a nosotros por imágenes de nosotros. Cambiamos los paisajes por fotos de Instagram; perdemos el encuentro entre amigos en la publicación de Facebook; desconectamos nuestras emociones genuinas escribiéndolas en microtextos que a nadie le importan. El costo es que nosotros mismos, de una u otra forma, nos volvemos una marca: algo para ser mostrado, vendido, comprado y consumido.
Pero no perdamos de vista que Narciso se enamora de una superficie, algo tan plano y efímero como nuestros amores sin conflicto, nuestra espiritualidad con recetarios, nuestra sexualidad hecha pornografía, y toda la información sin fondo que devoramos día a día. Promulgamos la transparencia, pero en su lugar nos dejamos gobernar por la inconsciencia: somos superficiales para desear, para hacer el amor, para hablar, para leer, para educar, para gobernar, para amar.
La paradoja es que narciso se niega a sí mismo al confundirse con una imagen. Ya no somos un misterio por descubrir, sino un anuncio por publicar. No somos autenticidad revelándose en la vida, sino predictibilidad en las redes. El resultado es una vida de cansancio, de repeticiones patéticas ad infinitum, de esperanzas que nunca se cumplen y temores que siempre se realizan.
Eco se consume sola, así como la tierra agoniza sola, así como tantos otros parten de nuestra vida solos y con las manos vacías, porque no vieron más que el patetismo de esa mirada consumida por el propio reflejo. Estuvieron pero estábamos absortos; hablaron pero no escuchamos; nos dieron amor pero no lo recibimos. Estábamos ocupados con el smartphone cuando nos dieron esa sonrisa, cuando salió esa lágrima. Estábamos ocupados en ser algo que no somos, mientras pasaba la vida de lo que sí somos: vacía y abandonada en manos de una ilusión. Y así pasa la vida de estos nuevos cien años de soledad, mucho, pero mucho más solos que los de Macondo.
Me reconforta imaginar que Narciso, en vez de morir, se despertó de su letargo cuando se cayó al lago. Que antes de sucumbir al ahogo pudo sentir la vida, y el frío del agua, y el miedo, y el remordimiento de esa gran embarrada de haberlo cambiado todo por un espejismo. Lo digo porque lo he visto también en los lechos de muerte de personas que se dedicaron a cultivar su espejismo y murieron sin amor.
Foto: iStock.