"¡Cómo no voy a soñar con la paz si desde los siete años no he vivido un minuto de tranquilidad!" Germán Castro Caycedo
Cuando el sarcasmo se viste de mujer, seguramente se pinta un bigote para lucir de anfitriona en su propio ágape. Pero cuando se viste de hombre, es muy probable que tenga el verbo y la sonrisa de este señor de 75 años, templado en coraje y dedicado toda su vida a la investigación periodística.
Más allá de su impecable chaqueta de gamuza café y de una cabeza blanca que contrasta por sus canas, este hombre carga siempre sobre sus hombros una larguísima capa imaginaria, como una red hecha de palabras, atento a lanzarla con sorna frente al más mínimo asomo de querella.
Sigue a Cromos en WhatsAppParece no estar contento con nada. Y ante esa procesión de cosas que no le gustan y que vienen hacia él en contravía, en vez de embestirlas, se muerde los labios, sonríe y se burla. Su nombre es Germán y se apellida ironía.
Actúa como si nada de lo que dijera fuera en serio, pero en el fondo es su manera de volver más visible el problema que de verdad le preocupa, el que le roba la calma, para que no caiga en el olvido y la indolencia. Tiene méritos suficientes para rajar de lo humano y lo divino como testigo de su entorno.
¿Cree en este intento de paz en La Habana?
Pues, yo sí creo, yo espero, yo sueño con que se haga la paz, porque a los 7 años tuve mi camisa manchada con sangre de mi papá. No es que sean cincuenta años de violencia, en 1930 comenzaron los liberales a asesinar conservadores, y de ahí fue al revés y no ha parado desde entonces.
Germán, ¿y esa mancha de sangre de su papá, en su camisa a los siete años?
Porque la policía conservadora que trajeron con garrotes de una vereda de Boavita, en Boyacá, que se llama Chulavita, comenzó en Zipaquirá a aporrear a la gente por ser liberal, y a mi papá que tenía una corbata vino tinto, que se parecía al rojo del Partido Liberal, lo molieron a palos.
¿Y qué le pasó a su papá?
Le quebraron dos costillas, la clavícula y toda la dentadura, tuvo que ponerse caja. Todavía me veo con mi mamá, porque yo era el mayor, arrastrándolo por el zaguán para entrarlo a la casa. ¡Cómo no voy a esperar que haya paz! ¡Cómo no voy a soñar con la paz, si no he vivido desde los siete años un minuto de tranquilidad! Mire, mi hermana Margot tenía un muñeco de caucho, Jacobo lo llamaba, cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, yo con un lápiz le marqué al muñeco los tres balazos que mataron a Gaitán, uno atrás en la cabeza y dos en la espalda alta, muy cerca de la columna vertebral.
¿Pero, de verdad, cree en que estamos en el momento más cercano a la paz?
¡Ojalá fuera el momento! Lo que pasa es que yo no veo claros a los bandidos que están en La Habana, asesinando gente, a la más humilde; quitándoles el agua a los más pobres; contaminándoles el agua a los más miserables; rompiéndoles el acueducto a los más necesitados. ¡Esa es su valentía! ¡Qué lástima que no los hayan podido apaciguar con sus mismas armas, con plomo! Ahí si llevamos cincuenta años.
¿Cómo ve el otro lado de la moneda... A nuestra clase política?
¿Los partidos dónde están? ¡Desaparecieron! Como no hay doctrina, qué partidos hay, en qué creo, qué defiendo, qué pienso. No. Lo que importa es ver cómo le caigo al presupuesto nacional.
Algo en lo que creía a los 25 años y que hoy ya le perdió la fe.
En los partidos políticos, me creía un liberal doctrinario y, como le digo, ahora no hay doctrina.
“Menos sangre, menos facilismo”
¿Qué opina de lo que oye, ve y lee a diario en las noticias?
¡Demasiada violencia! ¿no? Abro El Tiempo, que es el primer periódico que leo, y lo que veo es ‘página roja’. ¿Eso qué muestra? Que no se trabaja. Llaman a una inspección de policía y con eso hacen los informes de puñaladas.
¿Qué temas le hacen falta?
Temas de interés general, temas humanos, temas culturales, menos página roja, menos sangre, menos facilismo.
Y súmele el mal español en los medios virtuales.
Es que estoy diciendo en todo, donde estén son unos ignorantes. Yo no había visto a El Tiempo en su historia tan mal escrito como ahora. No tienen correctores, creen que todo está en Google. Que a los reporteritos los devuelvan al bachillerato, eso. Póngale cuidado, hay presentadorcitas de televisión diciendo “se incontró”. Parece que no hubiera directores en los noticieros porque no corrigen. Eso muestra el fracaso del bachillerato, y la ministra de Educación trae una legión de tipos que hablan inglés, y no hay castellano en el bachillerato. ¿En qué está la ministra?
Germán, lo veo obsesionado con la defensa del lenguaje.
Es que me tiene aterrado ver cómo estamos hablando de mal, de terriblemente mal, porque es que no sé, yo desde muy joven estuve aquí en Bogotá y se hablaba demasiado bien, por eso le decían la Atenas Suramericana.
Trabajó veinte años en televisión en Enviado Especial, ¿quién está haciendo hoy en día lo que usted hacía con sus investigaciones periodísticas?
De lo que veo de televisión, no veo a nadie. Hacen entrevistas, pero todo el país no está en ese periodismo.
¿Qué se está quedando por fuera?
Pues la vida del país, lo que siente este país.
¿Qué va a pasar si nadie habla de las cosas que importan?
Pues que la gente está alejada de su terruño y no sospecha lo que pasa. Mire, aquí es más importante lo que dijo la Miss Universo, que cualquier cosa que pase en el país de fondo.
Si tuviera que hacer un nuevo programa de Enviado Especial, ¿sobre qué lo haría?
Bueno, desde el punto de vista de denuncia, haría uno sobre el apocalipsis en el que estamos en este momento con la minería legal e ilegal de oro y coltán, la destrucción de la selva, del agua. Tengo ahorita unas 60 fotos aéreas con pequeños desiertos de 10 kms, en el cauce y en el nacimiento de los ríos. De eso el país no se ha dado cuenta.
¿Por qué no hay más investigación?
No sé exactamente, lo que pasa es que hoy los horarios triple A, los ocupan las telenovelas. En mi época Enviado Especial estuvo, por lo general, en triple A, y tenía un puntaje de sintonía muy alto.
Oiga esta frase: “Es pertinente reconocer que durante mis cuarenta años de carrera como investigador, he invertido mucho dinero en perder el tiempo”, eso lo dice Gay Talese hablando de su trabajo periodístico.
Sí, se pierde tiempo, pero no va a la basura en el caso mío. Eso es allá donde está Talese. Es que mire, por qué ese sentimiento de medirnos con Miamí, con tildé en la última i, si aquí hemos tenido la crónica más importante de América desde 1500, cuando empezaron a llegar los cronistas de Indias. Para mí el cronista más importante de los últimos siglos es Germán Pinzón, superior a Talese.
¿La crónica no tiene una pretensión literaria?
No, y es un siglo anterior a la novela. La primera parte de Don Quijote de la Mancha, que es novela moderna, se empezó a publicar en 1605, y en 1500 vinieron los primeros cronistas de Indias.
Defíname qué tiene que tener un buen cronista.
Primero, ser un buen periodista, porque la crónica es todo el periodismo en un gran género, incluye entrevista, tiene elementos como el manejo del tiempo dramático, manejo del tiempo de época, manejo de los climas para asegurar un ritmo. La crónica es narrativa no ficción, donde se investiga demasiado, porque se trata de no inventar ni una coma.
¡Se busca un tema!
Germán, usted ha sido un hombre de luchas, a los quince años ¿cuál fue su gran batalla?
No, no tenía batallas.
¿Y a los treinta?
Hacer periodismo, hacer periodismo en televisión, comenzar a escribir.
¿Colombia Amarga?
Eso fue una idea de Gloria, mi señora, de recopilar algunas crónicas que había hecho en El Tiempo para un libro que se llamó Colombia Amarga, pero no vale porque eso fue trabajo hecho ayer. El primer libro que hice de narrativa no ficción es Perdido en el Amazonas, luego fue Mi alma se la dejo al diablo, después El Karina, estos son los tres primeros libros no ficción que publiqué.
¿Y cuál es su lucha de hoy?
La lucha es buscar un tema para un libro, desde luego que no sea ni violencia, ni narcotráfico. Este, del apocalipsis colombiano con la minería legal e ilegal no porque es muy amargo, muy tenaz, eso se lo dejo a la prensa.
Pero su libro más reciente tiene su amargura.
El último libro se llama Nuestra guerra ajena, que es lo que están haciendo los Estados Unidos en Colombia, con el pretexto, con el disfraz, de luchar contra el narcotráfico, están detrás del agua de Sudamérica, es la Cuenca Amazónica, el Acuífero Guaraní y los grandes lagos de la Patagonia. Hay ahorita un lago que se llama Alter do Chão, en el Brasil, que tiene debajo un océano de agua dulce, eso es lo que les interesa a ellos, con el cuento del vicio que los está dañando.
Según Vandana Shiva, en su libro Las guerras del agua, “se prevé que para el año 2025 haya 56 países con escasez hídrica, y que habrá 817 millones de personas que vivan en países sin suficiente agua”.
Cifras que no llegan de Miamí, qué maravilla. (Sonríe).
Germán, ¿con los años el sarcasmo se le ha aumentado?
No, ese sigue, es que es muy chévere. El sarcasmo, a veces, dice más que un discurso.
Desde su punto de vista, ¿cómo ve a Colombia hoy en día?
La veo más decadente que siempre. En lo económico apenas estamos comenzando a bajar en el gran abismo que dejaron Uribe con su TLC con Estados Unidos, y el señor Santos con todos los TLC con el mundo, es que estamos importando hasta café con el TLC pésimamente negociado. Por eso insisto y tomo tanto del pelo con Miamí, con tilde en la última í, porque somos un país sin personalidad que quiere parecerse a todo menos a Colombia.
Germán, ¿hasta cuándo Germán Castro?
Pues no sé, creo que hasta el último día de mi vida pensaré en escribir un libro.
¿Y en este momento en qué libro está pensando?
Estoy buscando un tema, generalmente los temas salen de los medios de comunicación, por ejemplo, la historia de esa señora que sobrevivió al accidente aéreo en el Chocó, cuatro días con su bebé en plena selva, lo que pasa es que el tiempo es muy corto, cuatro días de vivencia. Pero tal vez estoy equivocado, porque si me voy y describo bien esa selva y lo que pasó... pero es que ya un tercer libro de selva, no. Hay que cambiar, hay que ser versátil. No quiero volverme monotemático.
¿Cuántos libros más piensa escribir?
Yo creo que pocos.
“Como investigador, conocí el país”
Como testigo de muchos cambios en el mundo, ¿cuál lo ha marcado profundamente?
Estamos viviendo una de las revoluciones más profundas de la Humanidad, la velocidad con la que evolucionan las comunicaciones es impresionante. Es que está usted en tiempo real viendo en su teléfono móvil lo que pasa en el mundo entero.
¿Qué va a pasar con el papel?
Ahí va a seguir.
¿Cuál fue su mayor ganancia como periodista investigador?
Conocer el país.
En su oficio, ¿cuántas veces estuvo en peligro su vida?
Una vez me fui 10 meses a México, me mandó El Tiempo, en un intercambio entre los mejores periódicos de América Latina, y cuando regresé me comenzaron a llegar unos anónimos amenazándome, me decían: “usted salió ayer de su casa a tal hora en el carro de tales placas y llegó a El Tiempo a tal hora”. A las 48 horas me fui, volví a los diez meses y me encontré con el general Rivas, que cuando yo me fui era de inteligencia del ejército, y me dijo: “¿sabe quién lo estaba amenazando a usted? Tal, tal y tal”, ¡tres personas de El Tiempo!, compañeros míos.
¿Y el motivo?
Pues debía ser envidia.
¿Y los ha vuelto a ver?
Sí, todos están por ahí.
Pero en su experiencia con Pablo Escobar, ¿ahí no estuvo en peligro su vida?
Es que con Pablo Escobar hablé unas nueve veces para buscar el método para entrevistarlo, porque como tenía tanta información, y cuando ya encontré la manera le pusieron una bomba al edificio Mónaco, y no volví. Luego la mujer y los dos hijos se fueron para Alemania y allá les tomaron el pelo, y cuando regresaron, en Residencias Tequendama, el hijo me dijo: “mire, yo estoy muy apenado porque mi papá lo mandó a matar a usted, porque unos bandidos le dijeron que usted era policía, para poder matarlo y ellos cobrar treinta millones de pesos”, eso me dijo el hijo de Escobar que se ha pasado su vida pidiendo perdón.
Y ahí se cortó toda comunicación con Pablo Escobar.
Ya se había cortado con la bomba al edificio Mónaco, pues ahí me di cuenta de que había una guerra con el cartel de Cali y no volví, eso me salvó, digamos, de ser cierto lo que me dijo el hijo.
Germán, si tuviera que cambiar de oficio, ¿a qué se dedicaría?
Sería profesor de español, pero lo que pasa es que con el sueldo de un profesor no vivo.
¿Con los años se ha vuelto más o menos creyente?
Yo sigo creyendo en Cristo, pero la iglesia no me atrae, la iglesia es una cosa de hombres decadentes. Tengo el conocimiento que Cristo no está en la iglesia, está en el evangelio.
¿Y lo lee?
A ratos, ahora mucho menos. Soy católico pero no soy ni apostólico ni romano.
¿Cuando joven qué pensaba de la vejez?
La veía tan supremamente lejana que no le perdía tiempo, ahora que me han salido canas ya pienso otra cosa.
¿Hoy para usted qué es el tiempo?
Es algo tan fugaz, tan extraordinariamente fugaz, cada vez lo siento más fugaz. En la juventud sentía que un año era muy largo y ahora lo siento demasiado breve.
¿Dónde quedaron los afanes de todos los días?
Siguen los mismos, conocer más el país, vivir más el país, escribir más.
Postales de un cronista
Le voy a pedir que me dibuje con palabras, algunas postales suyas. Un momento para enmarcar en su infancia.
El día que presentí la selva, a los seis años, en una quinta bellísima, Villa Elvira, a las afueras de Zipaquirá, caminando al atardecer con mi mamá. Eran unos árboles gigantescos, de grandes troncos, de unas copas impresionantemente grandes y una luz filtrada, una luz tamizada. Veinte años después, cuando viajé a Leticia y por fin llegué a la selva sentí que se abrían las rejas de aquellos jardines que eran propiedad privada en mi pueblo.
La cita que nunca pudo cumplir.
La cita con el golpe militar en la Argentina, estaba yo recién entrado a El Tiempo, le dije a don Hernando Santos: “golpe militar en la Argentina, me voy”. Me iba al día siguiente y una medio novia se ofreció a llevarme al aeropuerto, pero ella antes se mandó a peinar, y la peinada del angelito me costó que me dejara el avión. Nunca llegué porque el siguiente vuelo a Buenos Aires se demoraba dos días y ya no me esperaba Videla.
Un día doloroso.
Cuando me caí en Moscú, iba para el Ártico, me resbalé y me fracturé la base del cráneo, y estuve un mes en una clínica en Moscú, acostado, amarrada la cabeza para que no la moviera. Le debo a la medicina rusa no haber quedado cuadripléjico o por lo menos parapléjico.
Una locura irrepetible.
Imagínate que compré una carabina y me fui para el llano estando en El Tiempo y creí que estaba descargada y le apunté a Miguel Díaz, el fotógrafo, que estaba a 50 centímetros de la punta del cañón, pero cuando hale el gatillo subí instintivamente el cañón hacia el techo y salió un balazo. Cogí la bendita carabina y la boté por ahí. Es la única vez en la vida que he tenido un arma en la mano. Miguel del susto no podía hablar, se le pegó el pito. (Sonríe).
Un malentendido que todavía hoy no logra aclarar.
El que hoy todavía tengo con mi primera novia de los 17 años. Un buen día dejó de hablarme, no me volvió a hablar sin yo saber por qué. Y hace unos meses me la encontré en un cóctel, 58 años después, y todavía me odiaba y no quiso decirme qué había pasado.
¿Y no tiene ni la más remota idea de qué fue lo que pasó?
Algún chisme, es que Zipaquirá es una de las grandes cunas de la lengua (Sonríe).
¿Y ella era de Zipaquirá?
‘Zipaquirienta’ como yo.
Si tuviera que hacer un documental sobre Germán Castro Caycedo, ¿por dónde comenzaría?
Por ningún lado, porque el ego no me da.
Fotos: David Schwarz