Ciudad de México, 15 de marzo del 2017. Tamara de Anda camina por la calle, distraída, con el celular guardado en su maletín. Junto a un andén hay carros estacionados, entre ellos un taxi, del que sale una expresión que la obliga a voltear y mirar. Ella se detiene y retrocede hasta quedar frente al chófer. La palabra ‘guapa’ hace eco en el cerebro. “Nadie pidió tu opinión”, le dice al taxista, que, en tono burlón y algo apenado, niega haber dicho algo. No es la primera vez, ni será la última que Tamara confronte a un repartidor de piropos. “No hay nadie más en la calle. Qué cobarde eres”, le señala. La joven de 34 años saca su teléfono celular y toma fotos a las placas. El hombre se intimida, ahora parece sumiso, de esos que no se meten con nadie, menos con una mujer.
“Esto es una falta administrativa, si hubiera un policía podría multarte”, le dice Tamara. El chofer vuelve a su semblante original y empieza a burlarse. La reta a que lo denuncie, convencido de que ella no es capaz. En ese instante viene por la calle una grúa de tránsito. Tamara hace señas para que se detenga. Adentro van una mujer y un hombre. Ambos agentes escuchan “el señor me está acosando y quiero proceder”.
Sigue a Cromos en WhatsAppTamara no puede creer lo que está sucediendo. Un juez cívico recibirá la denuncia. El agente hombre se va en el taxi con el acusado y Tamara sube a la grúa, que es conducida por la agente mujer. Camino a la oficina, le pregunta a qué se dedica. “Soy periodista, trabajo en mis redes sociales”, responde. Este dato es importante, porque en la noche la policía le escribe a su Facebook que el taxista no pagó la multa porque prefirió pasar unas horas en detención.
Tamara de Anda denunció en 2017 a un taxista después de que le gritara "¡Guapa!" en la calle.
¿Por qué el piropo está naturalizado?
La cultura popular mexicana ha hecho del piropo un motivo de orgullo. Aquí los hombres se jactan de hacer poesía a la hora de lanzarlos. El piropo lo encuentras hasta en la época del cine de oro. En las películas los actores acosan a sus pretendidas, en una especie de narrativa de amor romántico, en el que las mujeres primero se ofenden, pero luego caen rendidas a los pies del galán.
¿En qué momento supo que el piropo es un acto naturalizado que en realidad debería llamarse acoso?
Hasta hace poco creí que era un acto normal. Mi evolución fue así: inicialmente me aterrorizaba, cuando era niña me sentía incómoda y vulnerable. Incluso me hacía sentir culpable, que es una de las intenciones principales del piropo. En mis veinte decidí agradecerlo en las calles, equivocadamente, llegué a creer que el piropo era algo bueno. Al recibirlo me volteaba, miraba a los hombres directamente a los ojos y les decía “muchas gracias”. Era interesante ver su incomodidad. Posteriormente, cuando me picó la araña del feminismo, entendí por qué el piropo es acoso y me llené de razones para luchar contra este problema.
¿Por qué los piropeadores se incomodan con la reacción?
Una respuesta tuya es lo último que esperan, aspiran a que bajes la mirada, como lo hacían las mujeres en las películas de la época de oro. Empecé a ensayar otro tipo de respuestas. Hoy me volteo y les digo: “Gracias, pero nadie pidió tu opinión”. Con algunos hombres, si tengo tiempo, me devuelvo y hablo un rato. Les digo: “Yo sé que crees que es halagador para mí, pero la verdad es que no te conozco. Las mujeres estamos expuestas a mucha violencia. Te invito a que no lo hagas más, nosotras no la pasamos bien. Pregúntale a tus amigas, a las mujeres que te rodean y verás”. Generalmente reaccionan muy bien.
Si la situación no se da para platicar, contesto: “Nadie te pidió tu opinión”. En ocasiones suelo decir: “Esto es una falta administrativa y, si hubiera un policía, te podrían poner una multa”, que fue lo que ocurrió con el taxista.
Usted iba caminando por la calle y un chofer de taxi le gritó “¡Guapa!”, desde su carro. ¿Cómo le fue cuando la policía y el juez recibieron su denuncia? ¿La tomaron con la seriedad que exige la situación?
En Ciudad de México está la Ley de Cultura Cívica, que sanciona faltas como orinar o beber en la calle, revender boletos, fumar marihuana o repartir propaganda sin permiso. Como respuesta a los casos de violencia hacia la mujer, en el 2016, las autoridades hurgaron en la legislación existente y se corrió la voz de que podía aplicarse el artículo 23 para combatir los piropos, en el que ni siquiera está especificado como acoso sexual, sino como maltrato a cualquier persona. El artículo es ambiguo, yo me enteré de que sirve porque un policía en una ocasión anterior, en la que me enfrenté a un acosador, se acercó a decirme que podía proceder por esa vía, que es administrativa y no penal. Con el taxista fue una sorpresa que los policías supieran de lo que yo les estaba hablando y se pusieran de mi parte.
“El piropo es acoso sexual porque su objetivo es recordarte tu papel a partir del cuerpo en que naciste. Como mujer eres una provocación al deseo irrefrenable del hombre”.
¿Hubo celeridad para castigar al taxista?
Fuimos con los agentes ante un juez cívico. En la oficina nos quedamos un rato con los detenidos por fumar marihuana y hacer pipí en la calle, que esperaban sus multas. Un amigo fue a acompañarme. En ese tramo yo sentía un poco de culpa, me repetía: “Claro, soy blanca, de clase media, periodista freelance, que tiene tiempo de venir a poner una denuncia mientras el pobre señor taxista se queda sin trabajar”. Sin embargo, había otra voz interior que me decía: “No se trata de ti. Esto es algo que viven las mujeres a diario, principalmente las que son más vulnerables que tú. Si sientas un precedente y haces que le pongan una multa a este señor, estás hablando por todas, por las que no tienen los privilegios tuyos, que carecen de herramientas para conocer sus derechos, que no tienen la seguridad para enfrentarse a un hombre potencialmente violento. ¡Sacúdete de la pinche culpa!”.
¿Qué le dijo el taxista durante la diligencia? ¿Se sintió intimidada?
En la declaración reconoció haberme dicho “guapa”, antes de despacharse con una queja: “ella en la calle se regresó y me insultó bien feo, me dijo maldito acosador”. No recuerdo si yo me reí, porque en el fondo todo estuvo gracioso. La asistente del juez cívico, una señora muy encantadora, lo regañó: “¿Usted, señor, por qué le anda gritando cosas a la señorita?”. Otra mujer le dijo “Eso del piropo nos ofende, señor, nosotras nos sentimos mal, el piropo es acoso”. El señor se puso pálido. Fue una escena muy mexicana.
Al salir de la declaración, narré por Periscope cómo había cerrado el asunto. En la tarde de ese día lo que había vivido explotó en redes sociales. Fueron dos semanas intensas, recibí mensajes de apoyo e insultos.
Los medios mexicanos hicieron eco de su situación.
Yo acepté casi todas las entrevistas, incluso a programas de televisión donde preparan recetas de cocina y tienen sección de horóscopo. Imagínate el debate de llamar las cosas por su nombre en un programa con esta línea editorial. Fui porque es valioso hablar no solo en los medios progresistas; hay que apuntar al público de programas que no están acostumbrados a cuestionarse este tipo de situaciones.
Me dijo que fue víctima de amenazas y burlas en redes sociales. En Twitter se lee el siguiente mensaje, dejado en su cuenta: “Oye pedazo de imbécil, eso es discriminación porque fue un taxista, pero si hubiera sido un licenciado en un carro Audi o Mercedes, entonces sería piropo”.
En Twitter existe una red de trols con comportamientos específicos contra mujeres, activistas, periodistas, que envían en masa trinos intimidantes. Es acoso cibernético. Me mandaron fotos de mujeres descuartizadas, de pistolas con mi nombre, es un horror volverse insensible a eso. Hubo un par de amenazas de violencia de cuentas reales, concretamente de Facebook, que publicaron la dirección en la que trabajo y mi horario. Eso sí me dio miedo. Fue desconcertante ver las reacciones de gente estudiada, que no es consciente de este tipo de violencia que las mujeres vivimos a diario.
¿Cualquier piropo es acoso, un acto intolerable sin justificación?
Un piropo debería entenderse como un halago en situación de consenso. Entre amigos, entre personas que conoces, se vale decir cualquier comentario positivo acerca de la apariencia. También está el piropo en el trabajo, donde alguien, en una situación de mayor poder que tú, hace comentarios no solicitados sobre tu look. El problema de este tipo de acoso es que no se trata de tu apariencia o de hacerte sentir bien al respecto. Es una forma de ejercer poder. En el caso específico del callejero, es una forma de marcar territorio, de manifestar que ese espacio público es de los hombres. Tú estás sola y él tiene el derecho de decirte lo que quiera.
Este tipo de violencia, que ocurre en el trabajo, en la calle, en la escuela, espacios donde hay desigualdad de poderes, ¿cómo se puede combatir?
Existe porque, desafortunadamente, callamos. Las mujeres tenemos que pensar en grupo, tenemos que pensar en las que no tienen las posibilidades que tú tienes. Debemos responder en la medida de lo posible en la calle y el trabajo. Ojo, es muy fácil decir que no denunciamos. Nos quedamos calladas porque a lo mejor si tu jefe te está acosando y lo denuncias, pierdes tu trabajo, y tienes una familia que mantener. O te acosa el profesor en la escuela y te urge titularte porque quieres salir de tu casa. Hay un montón de situaciones en las que es muy fácil hablar, pero es necesario ver las otras formas de opresión que vivimos. Hay que hablar en los contextos personales, con las personas que normalizan el acoso a nuestro alrededor, con hombres y mujeres que lo ven irrelevante.
“Yo era de las que le sacaba chiste a un piropo callejero. No podemos juzgar a quien sigue pensando de esta manera, porque así es como nos educan la familia, los medios y las instituciones”.
Usted fue víctima de acoso callejero, pero una porción del público no lo ve como tal. ¿Por qué es difícil creer a las víctimas de violencia contra la mujer?
Debemos dejar de cuestionar sus versiones de los hechos, dejar de buscarles errores o justificaciones. De verdad, son impresionantes las reacciones a la violencia contra la mujer. Hace poco un hombre asesinó a una chava en el campus de una ciudad universitaria de la UNAM. La Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México tuitteó que la mujer era drogadicta y debía materias. Si me matan de pronto van a sacar que debo impuestos, que nunca me titulé, cosas que no tienen nada que ver con la raíz del problema. Hay que dejar de lado la cultura de “abusaron de mí y quién me mandó a andar sola por la calle”. El acoso es el eslabón de una cadena de violencias más graves.
¿El taxista tuvo un castigo ejemplar?
Me encantaría que estos temas no solo se atacaran por la vía punitiva. Posiblemente el taxista y su familia ya no vuelvan a acosar o se lo piensen dos veces antes de hacerlo, porque saben que puede haber consecuencias. No creo que haya habido una reflexión real de por qué el piropo estuvo mal. Sí, las autoridades le ponen una multa o lo encierran seis horas, pero jamás le dan un folleto con información sobre por qué es malo e invasivo el acoso callejero. A mí no me sirve de nada que esté en prisión o pague la multa de 900 pesos (94.000 pesos colombianos), yo prefiero que le den un taller de conducta, así será más difícil que la lección le entre por un oído y le salga por el otro.
¿Cada mujer carga con el recuerdo de un Harvey Wenstein?
Pensando en las mujeres a mi alrededor, por supuesto que hay muchas historias laborales y en las escuelas. Hace dos años publiqué un texto en mi blog sobre un profesor que me acosaba en la universidad, que vendría a ser mi Harvey Weinstein. Tras leerse esta nota, hubo otras mujeres que también lo denunciaron. Algunas acosadas por él hacía 20 años y otras el semestre pasado. Usaba el mismo modus operandi, era un hombre que siempre se jactaba de tener poder. Supe que de la UNAM lo despidieron por una razón administrativa, la institución nunca reconoció las denuncias de las chicas, se lavó las manos.
¿Qué piensa de los que caricaturizan el debate que usted puso sobre la mesa, que la tildan de feminazi?
Es un adjetivo absurdo, yo lo uso coloquialmente, porque no tiene sentido. A los que me critican de un lado les digo “claro que soy feminazi, mírame, te voy a hacer algo, mucho cuidado”. Y me hago la sorda con los que me critican desde el feminismo, porque supuestamente soy de lo más fresa y lo que represento es un feminismo blanco y privilegiado. Más allá de esto, considero que a las mujeres nos ayudaría tener conciencia de género. Debatir con argumentos y visibilizar problemáticas contagia a los hombres, para que haya un cambio verdadero e igualitario, en conjunto.