Para rastrear los orígenes de Francisco Lopera (1951) como investigador habría que visitar su infancia. Habría que imaginarlo en Aragón, un corregimiento de Santa Rosa de Osos, en Antioquia, sintiéndose triste e insatisfecho por no poder ingresar a la escuela. En esa época, a finales de los años 50, solo podía entrar a la escuela quien tuviera ocho años, y él no los tenía. Su hermana mayor, sí. Ella sabía leer y así podía acercarse a los misterios del mundo adulto. “Esa experiencia tuvo impacto en mi vida porque asumí que la lectura era un privilegio: pensaba que quien podía leer tenía acceso a muchos secretos. Finalmente, la ciencia consiste en descubrir secretos, y el primer paso era adquirir la capacidad de la lectura”, me dijo el neurólogo desde Medellín.
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Sigue a Cromos en WhatsAppHabría que imaginar, también, lo que significó para él la llegada de un diccionario por primera vez a su casa. Su padre decidió regalarle a su hermana un Larousse por su cumpleaños número 15. Le comentó que ahí estaba la puerta al conocimiento y le encargó la responsabilidad de administrar su uso entre toda la familia. Con 12 hermanos en casa, ella se vio abocada a conformar un reglamento, que incluía lavar las manos con agua y jabón antes de utilizarlo, y pasar las hojas sin humedecer el dedo con saliva, para no averiar su composición frágil. Se reafirmaba la idea de que había una serie de pasos que cumplir para acceder al conocimiento.
Francisco Lopera es el coordinador del Grupo de Neurociencias de Antioquia.
En bachillerato Lopera quería ser astronauta o astrónomo. Era fanático de El Espectador, especialmente de El Magazín, su suplemento literario. Un día leyó un artículo que señalaba que los ovnis y los platillos voladores solo existían en la mente de las personas, no eran objetos reales, y cambió de parecer: ya no quería estudiar astronomía, sino el cerebro humano. Más tarde estudió medicina y se especializó en neurología clínica, neuropsicología y neuropediatría, pues estaba interesado en comprender las funciones mentales, la memoria, el lenguaje y los recuerdos.
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Francisco Lopera: en dónde trabaja. A esto se dedica en la actualidad
Hoy es profesor, investigador y coordinador del Grupo de Neurociencias de Antioquia (GNA), adscrito a la Universidad de Antioquia, y se convirtió recientemente en el primer latinoamericano en recibir el premio Potamkin Prize for Research in Pick’s, Alzheimer’s, and Related Diseases, otorgado por la Academia Americana de Neurología y la Fundación Americana del Cerebro. “El trabajo liderado por el doctor Lopera con familias de Colombia con enfermedad de alzhéimer, por casi 40 años, ha contribuido de manera significativa al conocimiento que se tiene en el mundo sobre esta enfermedad y las enfermedades neurodegenerativas”, afirmó Yakeel Quiroz, profesora de la Facultad de Medicina de Harvard, quien nominó al investigador al premio.
En entrevista con Cromos, Lopera especificó cuál fue el aporte de su equipo para enfrentar esta enfermedad, cuyo mayor estrago es llevar a la pérdida de autonomía e independencia del paciente, empujándolo a un estado de demencia que requiere a un cuidador permanente: “Hemos descubierto que en la naturaleza habitan la enfermedad y la cura. Lo más revelador es que no hay que inventar la cura del alzhéimer, ya está inventada, la inventó la naturaleza. Lo que hay que hacer es imitar la naturaleza. Y eso se hace desarrollando una molécula que imita el mecanismo de acción del gen protector, que retrasa la enfermedad 20 o 30 años”.
Franciso Lopera: este es su aporte a la cura del alzhéimer
La mayor parte de los descubrimientos los hicieron sin dinero, aseguró el neurólogo. Desde 1984, cuando todo empezó con el GNA, hasta 2010 no contaron con financiación para investigar. Aprovechando su salario fijo como profesor de la Universidad de Antioquia viajaba con su equipo a pueblos para reconstruir historias de demencia. Lo hacían en bus intermunicipal o en el carro de algún amigo. “Lo tomaba como un paseo, no como un trabajo. No era doloroso, no causaba fatiga, simplemente lo hacía por curiosidad, por puro placer”.
Después de 2010, gracias a los hallazgos, recibieron los recursos necesarios para llevar la indagación a otra escala. El grupo ha construido una relación muy familiar con los pacientes de alzhéimer. Al no tener un lugar donde recibirlos durante las primeras décadas, los visitaban en sus veredas, en sus casas, lo que acabó afianzando los lazos afectivos. De hecho, celebran la Navidad juntos y organizan encuentros cada tanto, en los que las personas enfermas comparten sus angustias y los investigadores comentan sus avances.
El momento más doloroso de esta larga búsqueda ocurrió en 2022, cuando Lopera y su equipo lograron confirmar que un medicamento contra el alzhéimer que usaron durante ocho años y medio finalmente no sirvió. Sin embargo, los mismos pacientes que recibieron el tratamiento les permitieron presenciar el fenómeno más revelador en estas cuatro décadas de estudio. “Dos pacientes con alzhéimer genético demostraron que eran seres protegidos: tenían en el cuerpo el gen que produce la enfermedad y el gen mutado que la cura. Este fue el resultado de nuestra capacidad de asombro. Ahora estamos buscando comprobar que dos genes candidatos sí son protectores. Cada gen de este tipo es una posibilidad para curar la enfermedad”, concluyó.