Isla Contadora, decadente paraíso de los magnates
El majestuoso Hotel Contadora, que fue el gran símbolo de la isla, se yergue fantasmal, completamente desvalijado por vándalos y saqueadores. Al frente yace, corroído por el óxido, el catamarán "Las 7 Perlas", que antaño transportaba a los turistas y que quedó varado tras una avería.
Sigue a Cromos en WhatsAppTampoco hay rastro de famosos o políticos. El único atisbo de aquella Contadora del folleto se avizora sólo cuando a bordo de un cochecito de golf pasa una señora con un perro en brazos recién salido de la peluquería. "Los turistas no vienen a ver casas" de magnates, se lamenta Matile Cuadrado, quien considera que el atractivo de la isla es su enorme belleza natural.
Cuadrado llegó a Contadora como empleada doméstica de unos hacendados cubanos y logró reunir suficiente dinero como para comprar una tiendecita y una pequeña fonda que ha tenido que dar en alquiler porque ya no le es rentable. "Conocí la isla en su apogeo", dice con aflicción Angelina Ramos, que administra junto a su marido la Asociación de Residentes, Propietarios y Usuarios de Isla Contadora (ARPUIC), y no tiene conocimiento de ningún proyecto que pueda reflotar la precaria situación de los habitantes de la isla.
Contadora era, en las postrimerías del siglo pasado, el mayor polo turístico de Panamá. Atraía a cientos de miles de visitantes cada año ávidos de sol, playa, tranquilidad y lujo desaforado. Su auge y su decadencia ilustran las fisuras de un modelo de explotación que no tenía contemplado reinventarse.
Ahora los inversores se fijan en la vecina isla de Saboga para tratar de levantar un nuevo emporio hotelero para el turismo masivo, pero mientras tanto los habitantes de Contadora que llegaron a trabajar para los magnates se preguntan qué va a suceder con la isla y con su futuro.
De isla de piratas a refugio de famosos
La historia de la Contadora actual comienza con un accidente fortuito, cuando un día de finales de la década de 1960, el acaudalado panameño Gabriel Lewis Galindo se vio forzado a anclar su yate averiado frente a la isla, durante una travesía de pesca por el archipiélago de las Perlas.
"El yate Casimiro se dañó, y sus ocupantes bajaron a tierra. Les gustó e hicieron sus transacciones con el Gobierno central", explica el alcalde del municipio de Balboa, que engloba al archipiélago de las Perlas, Jesús Manuel Olivarren, a bordo del bote con el que surca las aguas de su distrito, compuesto por 255 islas e islotes.
Lewis Galindo quedó inmediatamente prendado de sus playas y sus límpidas aguas que van desde el añil intenso a la transparencia absoluta, pasando por verdes vítreos que revelan un fondo de arenas blancas y finas, moteado de arrecifes coralinos. Todo, a tan sólo 40 millas marinas de la capital, a 15 minutos de vuelo en avión.
No se lo pensó dos veces. Compró las 110 hectáreas de isla al Gobierno panameño en 1968, construyó una suntuosa mansión para su familia y se propuso la idea de desarrollarla turísticamente.
El éxito del proyecto fue arrollador. Al poco tiempo, la pequeña isla, que había pasado desapercibida en los anales de la historia salvo para piratas y bucaneros que hacían escala allí para contar sus robos y repartir sus botines -de ahí su nombre-, estaba atestada de enormes mansiones de hacendados y famosos, y partida en dos por una pista de aterrizaje perfecta para sus "jets".
Matilde Cuadrado, colombiana de 58 años, evoca vívidamente su desembarco hace 27 años, cuando la "jet set" del planeta acudía en masa para ver y dejarse ver. "La isla que encontré era muy bonita. El Hotel Contadora estaba en su apogeo, había casino, cuatro vuelos por la mañana y tres por la tarde... Había muchos venados, pavos reales...: esto era un paraíso", dice, tras el mostrador del modesto comercio que regenta junto a la pista de aterrizaje, bautizado como "Fantasía de verano", en el que vende prendas de baño y artículos variopintos. "Había personas que venían en avión a su mansión privada sólo a almorzar y a jugar en los casinos", recuerda.
Actores y políticos
En esa época, se podía ver a estrellas como Elisabeth Taylor, John Wayne o Mario Moreno "Cantinflas" bañándose en las bellas playas de la isla, entre las que se cuenta la de las Suecas, la única nudista del litoral pacífico panameño y cuyo nombre proviene de la memorable exhibición de atributos que en su día realizaron unas bellas damas escandinavas.
Mario Espinosa, que se considera a sí mismo uno de los descubridores de Contadora, pues llegó a la isla hace 30 años de la mano de Gabriel Lewis Galindo, a quien sirvió como camarero, también recuerda con cierta nostalgia los tiempos dorados. "A Sofía Loren la vi de pasada, nada más. Le regalé un vaso con hielo, eso es lo que ella me pidió", rememora desde el taller en el que ahora recicla los muebles que tiran al basurero los dueños de las mansiones.
Paralelamente a la llegada de famosos, comenzó un desfile de políticos de primer nivel. Lewis Galindo se convirtió en 1977 en embajador en Washington de la mano del general Omar Torrijos, llegado al poder en 1969 tras un golpe de Estado, y ambos utilizaron Contadora como cuartel general para la diplomacia.
En 1977, la casa de Lewis Galindo conocida como "El Búnker" acogió las negociaciones entre Torrijos y el presidente estadounidense Jimmy Carter para recuperar progresivamente la soberanía de la zona aledaña al Canal de Panamá, que los norteamericanos ejercieron desde 1903, con la construcción del Canal.
Muchos presidentes de países vecinos como Alfonso López Michelsen, de Colombia; Carlos Andrés Pérez, de Venezuela; Daniel Oduber, de Costa Rica, o Oswaldo López Orellano, de Honduras, recalaron en la isla como huéspedes de Torrijos y Lewis Galindo.
La familia Kennedy también frecuentaba este enclave, devenido una jaula de oro para poderosos y potentados, en el que en 1983 se creó el Grupo de Contadora, una plataforma de presidentes Latinoamericanos que lograron el premio Príncipe de Asturias por impulsar la pacificación de Centroamérica.
Contadora estaba en la cresta de la ola. Espinosa explica que cuando el último Sha de Persia, Mohammad Reza Pahlavi, se exilió en la isla en 1980, junto a su esposa Farah Diba, tras el triunfo de la revolución islámica en Irán, llegó a ofrecer 25 millones de dólares por unos terrenos baldíos. Pero, al final, no se los vendieron. El Sha tuvo que vivir de prestado en Punta Lara, otra de las mansiones de Lewis Galindo.
Espinosa recuerda de esa época que el ex presidente español Felipe González prefería el whisky Johnny Walker etiqueta negra y que el Sha tenía contraindicada la bebida a causa del cáncer que acabó con su vida. Pero, entre su extenso anecdotario, destaca el rodaje de la película "Hecho en Panamá", en la que participó Julio Iglesias.
"Él vino a Contadora y quería alquilar un "buggy". El carro era de un judío y estaba en un taller de mecánica, y el que trabajaba en el taller lo alquiló sin su permiso. Cuando el judío vio el carro en el cine, lo tuvo que despedir", cuenta entre risas.
Un hito: el Hotel Contadora La mayoría de las personas que llegaban a la isla se hospedaban en el Hotel Contadora, de estilo colonial francés y construido con maderas nobles sobre la playa. El ‘resort', que tras sucesivas ampliaciones llegó a tener 354 habitaciones, contaba con casino, centro de convenciones y multitud de servicios.
Ese hotel se convirtió en un símbolo de la isla y sus empleados fueron la base para crear una población flotante de alrededor de 400 personas, compuesta por los trabajadores y la servidumbre de los magnates.
El Contadora "era el alma de la isla", dice Angelina Ramos en el despacho de la ARPUIC, que aglutina a los propietarios de mansiones y la colonia de 100 familias de empleados que éstos mantienen permanentemente a su servicio en la isla.
Mientras funcionó el hotel, todo parecía florecer. Pero, desde que el 15 de enero de 2009 cerró sus puertas tras unos años de oscura gestión por parte de su último propietario, el colombiano Carlos Arango, la isla entró en un periodo de hibernación tropical. "Empezó a bajar de categoría. En vista de que todo iba bajando, quiso atraer a la gente trayéndola en barco... Te daban toda la comida y todo el licor que fuera nacional. Quitaron el casino", recuerda sobre el comienzo de la decadencia Matilde Cuadrado.
En los últimos tiempos, explican los habitantes de Contadora, Arango mantenía a cientos de trabajadores viviendo en el hotel registrados como clientes y era imposible hacer una reserva porque en todas las agencias aparecía como completo. Algunos dicen que los negocios turbios de Arango eran "un secreto a voces".
"Entraban como turistas a trabajar para que el hotel se viera lleno. Los mismos empleados decían que allí no había nadie. ¿Cómo se iba a mantener el hotel con 300 personas si no había turistas?", se pregunta Doris Aparicio, empleada doméstica de un miembro de la familia Lewis, descendiente del Gabriel que trajo el primer cemento a la isla.
Ahora el estado del hotel es tan deplorable y espectral que se frustró su venta a un grupo de inversores extranjeros, aunque también contribuyó el hecho de que Arango, fallecido en un accidente de avioneta, dejara una deuda con el fisco de 13 millones de dólares, agrega la administradora de la ARPUIC.
"Hicieron una transacción de compraventa, pero no salió bien: lo desbarataron, hubo vandalismo y ahora existen problemas", lamenta el alcalde Olivarren. Con el Hotel Contadora en ruinas, la frecuencia de vuelos se ha visto reducida, y las embarcaciones que viajan a la isla con turistas desde Panamá son escasas. Los hijos y nietos de Lewis Galindo, poseedores aún de gran parte de la isla, apenas viajan allí algunos fines de semana al año, y los otros dueños de las mansiones acuden otras tantas veces a encerrarse al arropo de los muros marmóreos de sus mansiones palaciegas.
Contadora "no ha perdido un poquito, sino bastante, porque no hay casas de hospedaje suficientes para sostener la demanda", dice Olivarren, con resignación. Ya sólo quedan tres hoteles pequeños y algunas cabañas y albergues. "Arango fue el que terminó de sepultar la isla", sentencia Ramos.
Los verdaderos habitantes de la isla A pesar del declive, muchas personas trabajan en la isla la y viven en humildes galpones, en los aledaños de las cerca de 120 mansiones que hay en Contadora. Son los únicos residentes permanentes, algunos desde hace 30 años, mientras las mansiones pasan de "millonario" en "millonario", como ellos se refieren a sus dueños.
Según el alcalde, hay 115 votantes registrados en Contadora, en su gran mayoría de la colonia de trabajadores que llegaron en busca de empleo. Han tenido una descendencia de 50 retoños, por lo que el Estado tuvo que poner una pequeña escuela de primaria en la que una sola maestra imparte todos los grados.
"El hotel mató completamente a la isla. Ahora bien, los residentes siguen siendo esos "millonarios" que vienen en sus aviones y en sus yates. Ellos no tienen problemas, los que tenemos problemas somos nosotros", se lamenta desde su pequeña tienda Matilde Cuadrado, que tuvo que dar en alquiler la pequeña fonda en la que servía comidas a los trabajadores temporales, hoy muy escasos, porque ya no le compensaba.
"Los verdaderos residentes somos los que estamos aquí", reivindica, aunque asegura que la relación entre los trabajadores de la colonia y los "millonarios" es cordial. "Los domingos nos encontramos a las 10:30 en la misa", resume.
Sin embargo, según Angelina Ramos no todo el mundo comparte el pesimismo de los trabajadores. Los dueños de las mansiones, asegura, "son felices", porque ven la isla como algo de "ellos solos, sienten que los turistas les robaban la tranquilidad".
Uno de los bastiones de la colonia es la cantina "El Manguito", donde hay música, billar y cerveza a precios casi populares, ya que la insularidad hace todo más caro en Contadora. Sin embargo, este pequeño reducto de socialización tampoco es visto con buenos ojos por muchos de los dueños de las mansiones.
"Lo que no quieren los residentes es que se junten los empleados a crear bulla. Han intentado varias veces cerrar la cantina", dice la empleada doméstica Doris Aparicio. "Ellos hacen sus fiestas en sus mansiones. Cogen su yate y se van aquí y allá", añade. Angelina Ramos ha recibido también quejas en la ARPUIC sobre la cantina, sobre todo porque los dueños de las casas temen que haya drogas.
Los trabajadores "van a beber y a bailar. Aquí no tenemos problemas de violencia ni robos. Lo único que recuerdo en los 18 años que he estado aquí ha sido el robo en Romántica", señala Ramos. Hace unas semanas unos encapuchados entraron armados a robar en el hotel Villa Romántica, regentado por Charlie, un excéntrico austríaco de mucho dinero que lleva años en la isla y es uno de los pocos residentes extranjeros permanentes.
Poco antes del robo, Charlie afirmaba, ufano: "Los que estamos aquí o pasamos demasiado tiempo en casa o bebemos demasiado o estamos un poco locos. A mí me pasan las tres cosas", mientras exhibía las fotografías de su extravagante vehículo Hummer remozado con un jacuzzi en la parte trasera.
Al parecer, según las investigaciones policiales, los ladrones provenían de la vecina isla de Saboga, donde la decadencia de Contadora ha dejado a muchas personas sin trabajo y sin perspectivas.
Un futuro incierto
Desde que los habitantes de las islas del archipiélago de las Perlas esquilmaron las ostras perlíferas hace unos 70 años, las cerca de 3.000 personas del distrito se dedican a la pesca, a la construcción y a pasear a los turistas en bote, explica el alcalde.
Olivarren añade que en el archipiélago "hay mucho desempleo" y es de capital importancia que rehabiliten el Hotel Contadora para reimpulsar el turismo, algo con lo que coincide el gerente del Hotel Punta Galeón, Juan Carlos Pimienta, entre otras cosas porque sólo así se lograría aumentar de nuevo la frecuencia de transporte a la isla.
Con el Contadora a pleno rendimiento "se manejaba el transporte marítimo y eso permitía el turismo local", añade Pimienta, cuyo hotel, de 48 habitaciones, apenas supera el 60 por ciento de ocupación en temporada alta.
Una de las nueves fuentes de ingreso del archipiélago es la extracción de arena de los fondos marinos para la construcción, una actividad que supone pingües beneficios, pero es desastrosa para el litoral, pues se hace evidente en la desaparición de playas, aunque Olivarren lo atribuye a los desmanes de la población y asegura que no va a permitir que la Asamblea Nacional panameña frene la draga.
La fortuna también sonríe al archipiélago por otros flancos. En la vecina isla de Saboga, en gran parte virgen y de una belleza exuberante, unos inversores van a construir tres megacomplejos hoteleros a pie de playa con sendos chiringuitos que estarán terminados en los próximos diez años. Los cimientos de algunas de las estructuras ya pueden verse invadiendo la arena blanca.
Cuestionado sobre el posible daño ecológico, Olivarren lo niega de plano. Luego, se le llena la boca con la palabra "dinero", mientras se frota las yemas de los dedos índice y pulgar, exhibiendo un anillo de oro falso con el símbolo del dólar.