Sigue a Cromos en WhatsApp
Seguí el consejo. A los 27 años yo no sabía montar en bicicleta. Estaba decidida a intentarlo. Fui con mi mamá a la Biciescuela, un colectivo de personas que enseñan gratis en los alrededores de El Campín. Las dos estabámos en las mismas. Mi mamá aprendió primero; era un ejercicio de conectar la mente con el cuerpo, de pensar que no te vas a caer. En definitiva, pedalear sin ayuda era un acto simple y grande de seguridad, como si te tomaras una pastica que produce confianza. En una caída me lesioné. La situación se presentó para que yo desistiera, pero seguí. ¡Pude hacerlo después de mucho esfuerzo! Y no contenta con mi conquista, enfrenté la calle. Me lancé arriba de las dos ruedas. Lentamente fui sumando cuadras. Me desafié. En la medida que me fui apropiando de la ciudad a bordo de la bici, mi forma de ser fue otra. Había dejado lejos a la mujer triste y temerosa. No me importó irme en falda, me fui poniendo bonita, sin importar si sudaba. Me tenía sin cuidado que algunos transeúntes me faltaran al respeto con sus piropos, la intolerancia de los carros.
Paralelo a esa positiva transformación, yo estaba buscando un proyecto de vida para dedicarme de lleno. Pertenecía a una ONG, en la que hacía una investigación en Soacha con población vulnerable. Había problemas muy perceptibles, sobre todo en población femenina. Quería trabajar con mujeres, sin embargo, no hallaba el enfoque y la forma. Necesitaba un clic. Revisé mi propio recorrido y tomé un episodio que hace tres años marcó mi existencia: un intento de abuso sexual. Era un secreto que no sabía nadie; que lo tenía celosamente guardado para mí.
Para trabajar en una comunidad con solo niñas, Natalia explicó a los padres las razones por las que solo lo hace con ellas. “En resumen, les dije que Niñas sin miedo es un proyecto de desarrollo, en el que las menores van a aprender a relacionarse saludablemente”.
En ese ejercicio introspectivo, se juntaron un montón de vivencias en pasado, presente y futuro. Así di con la respuesta a mi proyecto de vida, lo acoté a niñas en situación de vulnerabilidad. Contaba con cifras y había explorado maneras de intervenir. Cuando lo conecté conmigo, pensé en herramientas de educación para prevenir el embarazo adolescente y la violencia de género. Descubrí que en Camboya hay iniciativas de niñas que van al colegio en bicicleta, para prevenir violencia sexual y para desarrollar seguridad. Recuerdo haber dicho “¡no soy la única!”; en Estados Unidos encontré Little bellas, un grupo que empodera a las mujeres a través de la bicicleta. En este punto de mi historia, se juntó todo y para bien.
En noviembre del año pasado empecé a incubar la fundación Niñas sin miedo en Wikideas y mi trabajo con la población de niñas en Soacha inició en marzo. Hago talleres con un grupo de voluntarios sin que lo esperara. Yo empecé a promover lo que estaba haciendo por redes sociales. Hoy somos un equipo de seis personas que va para el mismo lado.
Las 15 niñas están entre 6 y 18 años. A esa edad tomas decisiones importantes en tu vida, en un entorno como Soacha, municipio que ocupa el segundo lugar de a usar las bicicletas. No todas saben montar y en su barrio es más complicado, porque las vías están sin pavimentar.
Hemos hecho actividades de mapeo comunitario, en el que exploramos por dónde pueden andar. En la fundación medimos el impacto de lo que hacemos en sus rendimientos académicos, observando si en estos meses la relación con el sexo opuesto ha cambiado.
Hay niñas que empiezan a tener novio desde los 8 años y se pelean con sus amigas, hacen lo que sea, para tenerlo a su lado. Siendo pequeñas, les cuesta tener relaciones saludables, generalmente por la presión de grupo. En Niñas sin miedo procuramos que no queden embarazadas, que terminen su bachillerato y, ante todo, queremos mejorar su autoestima.
La bicicleta es nuestro símbolo para que tomen decisiones por sí mismas, para que se sientan empoderadas, como me pasó a mí hace tres años”.
Foto: David Schwarz.