La hija de Diana Turbay cuenta su duelo en un libro

Después de que María Carolina Hoyos se enteró de que su madre había sido asesinada por orden de Pablo Escobar, durante años guardó rencor. Sin embargo, con el apoyo de otras mujeres y con las herramientas sanadoras que encontró en el buceo, logró salir adelante. Ahora narra esta experiencia en 'Desde el fondo del mar', obra que presentará el 4 de mayo en la Feria del Libro.

Por Sergio Ávila
02 de mayo de 2019
La hija de Diana Turbay cuenta su duelo en un libro
María Carolina Hoyos tenía 18 años cuando asesinaron a su mamá.
 / Fotos: David Schwarz.

María Carolina Hoyos tenía 18 años cuando asesinaron a su mamá. / Fotos: David Schwarz.

El 25 de enero de 1991, la vida de María Carolina Hoyos se transformó de una manera que muchos de nosotros jamás podríamos entender. Su madre, la periodista Diana Turbay —hija de Julio César Turbay y de Nydia Quintero—, había sido asesinada en una operación de rescate tras haber sido secuestrada cinco meses antes por Pablo Escobar. Después de perderla, y con solo 18 años, María Carolina le hizo el juramento a su madre de no volver a sonreír.

Ese juramento, por fortuna, no lo mantuvo. María Carolina encontró refugio en las enseñanzas de su madre y en la red de apoyo que fue su familia. Gracias a eso salió adelante y aprendió lecciones que no solo le sirvieron para sobrevivir al duelo de Diana sino para todos los desafíos que le presentara la vida. Desde muy temprana edad se dedicó al periodismo y llegó a ser directora del Noticiero Nacional, fue viceministra del Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones, y ahora es presidenta de la Fundación Solidaridad por Colombia, liderada previamente por su abuela.

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En su libro, Desde el fondo del mar, Hoyos relata cómo es perder a una madre por la violencia, cómo lo superó gracias a códigos y lazos de amor —que representa por medio de señales de buceo, su gran pasión—, y cómo después de eso logró formar su propia familia, su propia manada. Cómo logró volver a sonreír, volver a reír.

¿Cómo eran las festividades con ella y cómo fueron después de su muerte?
Mi mamá se hacía sentir. Tenía una risa pegajosa y linda. Era linda físicamente y amorosa con su gente, entonces ella podía ser el centro de una reunión familiar. Cuando se va alguien tan especial, sin lugar a dudas, en las próximas celebraciones, inclusive hasta hoy, a mí todavía me hace falta mi mamá y nos acordamos de ella en cada una de las festividades. La Navidad, el Día de la Madre, la celebración de los cumpleaños, los nacimientos. Porque realmente era una mujer que se hacía querer y sentir, y era uno de los centros de la familia. 

El dicho dice “madre solo hay una”, pero usted pasó de tener a Diana, a tener un montón de madres sustitutas y una red de mujeres a su alrededor. ¿Cómo fue todo eso?
Madre solo hay una, pero yo logré, por ejemplo, con mi abuela Nydia, sentirme con mamá, aunque mi mamá había muerto. Tuve la posibilidad de experimentar el afecto, el cariño, el acompañamiento. Además me educaron, también. Entonces creo que la ley de la compensación existe. Se fue mi mamá, pero también me llegó una red de apoyo de mujeres que han sido fundamentales en mi vida y pues hasta mi papá ha sido una muy buena mamá. 

Hay dos momentos en el libro que no están conectados pero que se pueden leer en la misma clave: el primero, cuando usted llega al hospital, ve a su mamá y la reconoce por los pies (“Me impactó mucho verlos porque era en lo que más nos parecíamos, en los pies”.); y el segundo, cuando habla de tener a sus hijos y dejar de tinturarse el pelo para que los tres se parezcan y lo tengan castaño. ¿Siente que hay una correspondencia en la vivencia del cuerpo que solo se puede sentir desde la familia?
Nunca había relacionado esas dos cosas. Pero sí, definitivamente tener similitudes con alguien que tú quieres, te hace querer hacer más parte del clan. Hay organizaciones que crean clan, no a través del vínculo del amor, sino del uniforme, para que todos se parezcan. Hay otros que lo hacen a través del amor. Y yo creo que la familia es a través del amor. Nosotras nos poníamos las dos paticas la una al lado de la otra, para vernos parecidas. Y con mis hijos, yo sentí que la naturaleza fue sabia. Cuando nacen, las cebras bebés tienen que ver por horas las rayas de su mamá para que a ellas nunca se les olvide de qué clan son. Yo tenía 27 cuando tuve a mi hijo, y a mí me gustaba hacerme rayitos y cosas, pero decidí no hacer nada de eso porque, al contrario, yo lo que necesitaba era que él, cuando fuera creciendo y abriera los ojos, viera que su mamá era lo más parecido a él, para que encontrara el tema del clan. Yo por mucho tiempo vestí a mis dos hijos igual. Y cuando yo podía, me ponía, por ejemplo, saco azul si ellos iban a tener saco azul para que nos sintiéramos en manadita. Ahora, los desafíos cambiaron. Hoy ni los puedo uniformar, ya tengo rayitos y ya no me importa. No necesito que me vean así. 

Toda su vida estuvo rodeada de mujeres excepcionales: de Nydia, de Pilar, de su madre… ¿Sintió alguna vez presión de estar a la altura de ellas?
Jamás. Lo que tuve fue una inspiración. Y realmente estuve rodeada de seres humanos excepcionales que lograron cumplir sus sueños a través de la persistencia, el amor, la convicción. Y yo creo que todo eso fue tan inspirador para mí que me empezó a definir a través del amor. A través de lo positivo. O sea, no es sostenible pensar en que “yo tengo que ser esto...”, es frustrante. Pero si es a través del ejemplo, de la motivación, pues se convierten en referentes que hacen que a donde tú llegues eso se vuelva sostenible. Porque lo haces es por convicción, no por darle gusto a alguien.
 
¿Cuál cree que es la mayor diferencia entre su crianza como hija y la crianza que está dando como madre?
Mucha. Primero, porque a mí me hizo falta tanta mamá, que yo les he dado lo contrario. Es decir, he estado ahí, al lado, buscando que tengan exceso de mamá. Toda la mamá que necesiten y que quieran. Mi mejor proyecto son mis dos hijos. Yo fui mamá conscientemente, y deseaba poder tener esta posibilidad y ha sido lo mejor que me ha podido pasar. Yo trato conscientemente de ocupar esos espacios en los que a mí me hubiera gustado que mi mamá estuviera.

Lo que a usted le pasó con su madre fue sumamente doloroso y es una cosa inentendible para muchos de nosotros. ¿En algún momento pensó en no ser mamá por eso?
No. Jamás. Nunca pensé eso. Al contrario, de chiquita yo jugaba con muñecas pensando en que quería ser mamá. Toda la vida les puse nombres a mis hijos hipotéticos y gracias a Dios tuve la posibilidad de hacerlo, porque no hubiera entendido mi vida sin la posibilidad de tener a Tomás y a Mateo. Tomás y Mateo son mi gran fortaleza, y también mi debilidad. Ellos han sido maestros en mi vida, y yo he sido una maestra en su vida. Pero sobre todo soy su mamá. No quiero ni ser su amiga, ni nada. Yo soy la autoridad, yo soy la mamá, yo soy, digamos, la líder de la manada, hasta que cada uno vaya y monte su propia manada.

¿Cómo fue el proceso de depurar y de conservar los objetos en el duelo tras la pérdida de su madre? 
Es difícil. Porque uno es humano y entonces uno busca estar pegado a través de la materia. Por ejemplo, a mí, la piyama de mi mamá me olía a ella y dormí mucho tiempo con eso. Y la materia es importante, pero hay que aprender a no engancharse, ni de la materia. Yo por mucho tiempo cargué el último perfume de mi mamá hasta que un día dije: “Amo ese perfume, me acuerda a mi mamá, pero tengo que avanzar”. Porque lo sacaba con la intención de sentirla cerca,  pero eso no me ayudaba. Eso es una cosa tenaz porque los objetos cargan la energía de otros. Son muletas que le sirven a uno, apoyos que le sirven a uno. Pero uno en algún momento también tiene que soltarlos. Son un apoyo al principio, pero la vida tiene que continuar y uno tiene que darle la verdadera dimensión a donde están los seres humanos y donde está el recuerdo.

Hay un momento en el libro en el que dice que hay conversaciones completamente triviales que, bajo el lente de la tragedia, se convierten en una cosa completamente distinta. ¿Eso cambió su forma de comunicarse?
Sí. Hoy en día no vivo pensando que vaya a ser la última vez que vea a Tomás o a Mateo, pero yo a mis hijos les explico todos los santos días que los amo. Los tengo entecados. Ellos han crecido y a mí no me importa que ya tengan 14 o 16 años. Les recuerdo todos los días lo importantes que son para mí. Y eso se convirtió en una manera de ver la vida. Cuando tú te das cuenta de que hoy puede ser tu último día, cuándo tú te das cuenta de que la vida no la tienes comprada, cuando tú te das cuenta de que todo puede cambiar en tu contra, pues aprendes también a celebrar las pequeñas cosas de la vida.

Por Sergio Ávila

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