Los secretos de la pulla

Armados de ganas, rabia, rebeldía y argumentos, Juan Carlos Rincón, Juan David Torres y María Paulina Baena hacen la videocolumna de opinión de El Espectador, que se convirtió en un fenómeno mediático desde el día en que salió al aire. Esta es su historia, detrás de la cámara.

Por Natalia Roldán Rueda
25 de agosto de 2018
Los secretos de la pulla
Fotos: Daniel Álvarez

Fotos: Daniel Álvarez

Los guardias rodean a la pre­sentadora de La Pulla cuando sale del escenario. Hay 300 personas que la aplauden y no pueden quitarle los ojos de encima. Sienten una dicha que se parece mucho al ena­moramiento –como esa que les provocaba desmayos a las fans de los Beatles y que hace llorar a las seguidoras de J. Balvin, en medio de sus con­ciertos–. Quienes acaban de oír la charla, además, tienen una envidiosa satisfacción: lograron entrar al auditorio. Otros 300 tuvieron que verla a través de una pantalla en un salón del Parque Explora, en Medellín, y 2.500 se acomoda­ron en el Parque de los Deseos, donde también se organizó una proyección. Tanta gente está pendiente de ella, que las personas de seguridad eligen sacarla por el sótano, donde nadie la espera. María Paulina Baena es una ‘rockstar', pero a ella esa idea todavía no le cabe en la cabeza.

Aún no se acostumbra a que se tomen fotos con ella en las esquinas, a que le escriban cartas, a que le regalen flores o a que le pidan consejos. Des­de hace más de un año somos vecinas de oficina y su carisma también me hipnotizó a mí, así que ahora almorzamos juntas y he visto sus ojos confundidos cuando se le acercan en la ca­lle. He sido testigo de su lengua que se pasma y no encuentra las palabras para agradecer el afecto que le ofrecen (ella, que siempre tiene algo elocuente que decir). He observado esa sonrisa incómoda que se le escapa cuando le hacen saber que les encanta lo que hace. “La gente me da confianza por algo que irradio, pero uno tam­bién tiene muchos grises –me explica con una modestia que ella no percibe–. Ellos solo ven la parte linda de uno, la luz, y es difícil acostumbrarse a eso. Pero ha sido muy gratificante, me ha dado seguridad, me ha ayudado a reconocerme buena en algo”.

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Y es que María Paulina no se entrenó para ser una estre­lla. No es cantante ni actriz. Es periodista, y solían ser solo ella y sus textos en la redacción de El Espectador. Hasta que hizo una audición y resultó elegida para presentar un nuevo for­mato de opinión que algunos de sus colegas estaban idean­do en el periódico. Desde ese momento empezó a ser parte de una familia periodística que arrancó con cinco miembros pero que ahora es una triada, que completan Juan Carlos Rincón y Juan David Torres. Juntos hacen La Pulla, una columna en video que se con­virtió en un fenómeno desde el día que vio la luz.

 

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En un equipo sin jerarquías y con personalidades tan ditintas, puede haber tantas risas como choques de egos. Ellos han aprendido que las críticas solo se hacen por el bien común, por el bien del trabajo.

Nueve millones de perso­nas vieron la segunda Pulla en Facebook, la compartieron, le dieron like, la elogiaron y la destrozaron. Esa era la idea: llegarle a la gente, ponerla a debatir con argumentos, otor­garle al periodismo la emoción de la calle. Fue tal el impacto que generó, que empezaron a invitarlos para hacer charlas en diferentes lugares del país. Recibieron un Premio Simón Bolívar. Y no tardaron en bus­carlos de distintos rincones del mundo: un conversatorio en Harvard, un foro en Berlín, un taller de la BBC, en Lon­dres, un encuentro de jóvenes en Porto Alegre. El interés cre­ciente por el formato hablaba de que algo estaban haciendo bien, así ellos hubieran arran­cado caminando a tientas ha­cia un abismo, sin certezas y sin apoyo. Hablaba de que te­nían en sus manos una idea novedosa, necesaria, urgente.

 

Pulla sobre la crisis energética (cuando ape­nas comenzaban)

“¿Ahora resulta que si hay apa­gón va a ser culpa nuestra por no ahorrar lo suficiente? ¡No, presidente Santos! Venga y le contamos de quién es la culpa (…) A usted, que se fue a la cum­bre de París a regodearse de su compromiso ambientalista, se le atrasó un tantico el reloj en este tema (…) En esta crisis que lleva más de dos décadas cons­truyéndose y en la que no hubo ni previsión ni buenos manejos, pasó lo que tenía que pasar”.

 

La soledad de los osados

Aunque su éxito, hoy, es inne­gable, en un principio los cues­tionaron y los desmotivaron. Todo comenzó con una idea de Juan Carlos Rincón, el joven coordinador de opinión de El Espectador. Inspirado en el hu­mor político gringo y en los you­tubers, pensó en una videoco­lumna. Primero consideró que podría ser el editorial llevado a un formato audiovisual, pero surgió algo mucho más poten­te, rabioso, sincero. Era el pun­to de vista de cinco periodistas que, armados de investigación y argumentos, ponían en la pantalla su indignación, que coincidía con la del vendedor de la plaza de mercado y la de la familia que discutía sobre política, a la hora del almuerzo.

Por eso le encantó a Fidel Cano, director de El Especta­dor, quien estaba sediento de novedad, ávido de que pusie­ran a prueba su mente abierta e interesado en acercar el dia­rio a los jóvenes. También por eso se conectó de inmediato con millones de colombianos. Pero no pasó lo mismo con al­gunos altos mandos del perió­dico, temerosos de los cambios y los riesgos. “Me dice mi hija que hay una señora gritando y diciendo groserías en la pági­na”, llamó a decirle a Fidel un ejecutivo. En los pasillos cu­chicheaban: “Esos niñitos van a enterrar a El Espectador”.

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Nueve millones de personas vieron el video sobre el apagón, en Facebook. Era el segundo que publicaban en su historia y hasta Santos les respondió.

Lo que hicieron, en reali­dad, fue catapultar la imagen del diario hasta lugares a los que no había llegado antes. Las cifras lo decían todo. Y la retroalimentación de la gente: la pulla sobre el apagón llevó a que incluso el presidente San­tos les respondiera con una contrapulla. Fidel pidió más, a pesar de tener todos los vien­tos en su contra. Ellos, fascina­dos con ese proyecto que los oxigenaba, hacían el esfuerzo de sacar videos, pero era di­fícil. Todos tenían las inten­sas responsabilidades de un diario, así que no les quedaba otra opción que robarle horas al día: arrancaban a las 6:00 de la mañana con el guion (que escrito a diez manos podía qui­tarles hasta cinco horas de vida); luego se concentraban en el pe­riódico y después volvían a La Pulla, para salir hacia las 10:00 de la noche a sus casas. Era un régimen tan estimulante como agotador

Esas jornadas imposibles, unidas a un proyecto en el que se sentían plenos, los impulsa­ron a dar la lucha por la indepen­dencia. No para liberarse de El Espectador, sino de las cadenas que los ataban a otras secciones, para así poner toda su atención en La Pulla. Era eso o tirar la toalla. Pero la guerra parecía perdida desde el principio: de­jar sus trabajos como redactores implicaba contratar más gente y, con la situación de los medios en la actualidad, cada uno es un tesoro. Así que después de salir varias veces ensangrentados del campo de batalla, decidie­ron cambiar de estrategia. Da­niel Salgar, el más ejecutivo del combo, hizo averiguaciones, se movió con maestría en las pro­tocolarias aguas de las ONG y consiguió financiación para el proyecto. Además, comenzaron a cobrar las charlas a las que los invitaban. Convirtieron a La Pulla en una idea autosostenible y de esta forma hicieron posible su grito de independencia.

 

Pulla a favor de la adopción por parte de parejas homosexuales (ganadora del Premio de Periodismo Simón Bolívar)

“Decir que los homosexuales no pueden adoptar porque hay que proteger los derechos de los niños, implica, de entrada, que los homosexuales son un peligro. Eso se llama homofo­bia (…). Dicen que los homo­sexuales son aberrantes y que están buscando niños para vio­larlos. Un datico del ICBF: el 92% de los agresores sexuales en Colombia son heterosexua­les. ¡Prohibamos entonces la adopción por parte de parejas heterosexuales!” .

 

El secreto del éxito

Doy un corto viaje en el tiempo y navego entre los comentarios que dejaron en los videos de La Pulla hace dos años.

Ernesto Piedrahita: “¡Qué cosa tan espectacular estos vi­deos! Se nota estudio y buena investigación. Felicitaciones a todos los integrantes. Sigan ade­lante y tomen la crítica destructiva, como decía un pensador, como una patadita en el trasero, que al fin y al cabo los empujará hacia delante”.

Juan Carlos, Juan David y María Pau­lina son conscientes de que, en cierta me­dida, el éxito fue producto del azar. El de ellos fue un experimento más de muchos otros que no funcionaron, pero este llegó en el momento preciso y reunió a la gente que era. “Llegamos a llenar un vacío en un país muy necesitado de una catarsis argumentada –cuenta Juan Carlos–. En el país donde está prohibido hablar sin tapujos, nosotros lo hacemos, con críti­cas sustentadas, eficientes y entreteni­das. Y sacudimos a una población que el periodismo había dado por perdida, que se consideraba indiferente, como los mi­llennials, a quienes acusaban de ser una generación desinteresada, pero que no lo es, que simplemente necesitaba que le ha­blaran de política de una forma distinta”.
 

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"Una de las dificultades de hacer La Pulla es encontrarle el enfoque a un tema, para aportarle algo al debate de una manera que sea accesible", Juan Carlos Rincón.

Aunque no estaba fríamente calculado que se conectarían con los jóvenes, lo hi­cieron de inmediato. No hay una fórmula para descifrar qué fue lo que los engan­chó, pero los periodistas sospechan que las razones radican en que La Pulla es osadía, frescura y claridad. “Usamos el lenguaje de la calle, no nos complicamos, no les damos vueltas a las cosas –dice Juan David–. En un contexto polarizado, llegamos a hablar de lo que todos discutían en el almuerzo un domingo, y con la fuerza de la voz de María Paulina, que ocupa todo el espacio y hace que pongas atención”.

Ella, por su parte, cree que sus seguidores se co­nectan con la espontaneidad del formato, que adquie­re credibilidad con el soporte de un periódico de 130 años de historia, en los que ha luchado con rigurosidad por la libertad de expresión: “No existía una voz juve­nil en el periodismo que hablara con insolencia y re­beldía, que fuera tan contundente, que se distanciara de la cátedra de los noticieros de tres horas y dotara al periodismo de emociones. Nosotros mismos estába­mos aburridos del periodismo que estábamos hacien­do, no era sexi, y nos preguntamos qué nos gustaría ver a nosotros, qué temas les interesarían a nuestros amigos, que no leen el periódico”.

Del aburrimiento, la autenticidad y la libertad que les dio Fidel Cano surgió un producto que la gente necesitaba y buscaba sin saberlo. “La Pulla es la ma­terialización de la promesa del periodismo sin filtros –agrega Juan Carlos–. Podemos decir lo que se nos antoje, tenemos mucha liber­tad y con eso llegan muchas res­ponsabilidades, porque la idea es aportarle al debate, no al ruido. La Pulla es un acto de resistencia contra los peores instintos del debate público colombiano y, a la vez, sirve de inspiración para mucha gente. Al ciudadano co­mún, frustrado en un país en el que no se siente representado, le decimos ‘acá estamos’”.

 

Pulla contra Ernesto Macías  (cuando ya han madurado su voz y su propósito)

“¿Cómo logró Macías subir, subir y subir? La razón es simple, por­que es un tipo útil para manipu­lar, meter miedo y mostrar los dientes cuando el uribismo ne­cesita morder a alguien y sacar sangre (…). Es un hombre digno de nuestros tiempos: arrabalero, desinformado, violento, mani­pulador, paranoico, chamánico y fiel creyente del 'evangelio' se­gún Uribe”.

 

Tres por tres: el equipo milagroso

—Con un poco más de luju­ria –le dice Juan Carlos a María Paulina, mientras graban La Pulla contra Ernesto Macías en la oficina de Fidel. Ella se ríe y repite la frase frente a la cámara.

Quién fuera Santos para debilitarte el empleo, mi amor. – Termina y vuelve a reírse.

—Mucho, mucho… Sin mos­trar las ganas desde el principio

–vuelve a guiarla Juan Carlos en medio de más risas.

Por primera vez soy testigo de una grabación de La Pulla y me dan ganas de pedirles que me inviten siempre. Sienta bien estar ahí. Estimula la catarsis y refresca. Para Juan Carlos, María Paulina y Juan David, lo más importante es disfru­tar el proceso. Y es evidente que es una dicha de principio a fin. Por eso, aunque a veces les gustaría recibir más ayu­da, no les importa ser los res­ponsables de todo: hacen la in­vestigación, escriben el guion, consiguen las luces, montan la cámara de Juan Carlos sobre un trípode de libros, definen la apertura de los planos que encuadrarán a María Paulina, trabajan de directores y luego editan y hacen la difusión en redes sociales. Ellos no nece­sitan a nadie. Bueno, tal vez a ‘las pullitas’, tres practicantes que contrataron con el soporte de la financiación y que pare­cen cortadas con la misma ti­jera que ellos: Tatiana Peláez, Irene Alonso y Cindy Bautista son inquietas, encuentran todo lo que buscan, no le hacen re­verencias a nadie, discuten sin pena y abren debates.

Ahora, después de dos años de trabajar juntos, los guio­nes salen más o menos en dos horas y media. Casi se leen la mente. Cuando arrancaron se quedaban atrapados en discu­siones sin salida. “Estábamos acostumbrados a trabajar so­los, nos interesaba desarrollar un estilo propio, teníamos un control absoluto de nuestros textos, así que fue difícil em­pezar a trabajar juntos, porque

uno es terco y ceder es complicado cuan­do uno siente que tiene la razón –explica Juan David–. Al principio, uno no sabía si la crítica a una frase era personal o en pro del producto final. Tuvimos que aprender a desaparecer el ego, a negociar, a enten­der que nuestra voz ahora era colectiva”. María Paulina cree que lo que ellos han logrado es “milagroso y divino”, porque aprendieron a autorregularse, a pesar de que no existan jerarquías, a pesar de ser tan diferentes entre sí.

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“Con el video que hicimos sobre Nicaragua logramos algo que queríamos desde hace rato: salir de Colombia. Nos escribieron muchas personas desde allá, les encantó, estaban muy agradecidos”, Juan David Torres.

Juan David es silencioso y reflexivo. También es mi vecino, pero no lo siento. Si me asomo, lo veo trabajar como una má­quina. No se despega de la investigación o la escritura o la edición hasta que ter­mina. Que exista la palabra procrastinar seguramente le parece innecesario y su disciplina rinde fruto. Antes de La Pulla, fue redactor de la sección Internacional y también paseó por Cultura. Su equipo sos­pecha, entre burlas, que solo oye sinfonías de Beethoven y que su cuarto está decora­do con afiches de Nietzsche, como si fuera un intelectual maldito. En realidad, es un tipo sencillo, amable, perfeccionista, que no se mete con nadie si no se meten con él, que sonríe si se cruza contigo en ese bre­ve instante en el que separa la mirada del computador, que piensa profundo y que prefiere las pullas que se construyen con análisis más que con reportería.

Juan Carlos no se detiene un segundo. No puede. Su cuerpo no lo deja parar de crear. Por eso está detrás de otros forma­tos audiovisuales de El Espectador, como Las Igualadas y La Red Zoocial, además de pararse al frente de la sección de Opinión.

También lo podrá encontrar dan­do clases o escribiendo un poema o estudiando. A veces se cansa, pero sigue. Es ambicioso y, en la misma medida, generoso. Quiso estudiar Cine, pero por su papá terminó en Derecho, y luego la vida lo llevó al periodismo, porque su articulada estructura mental le daba las he­rramientas para dedicarse a ar­gumentar en los editoriales. Hizo documentales, escribió blogs. Cuando conversa nunca titubea y construye columnas en una charla cotidiana. Cuando te habla, mira hondo, oye hondo, siente hondo.

María Paulina es magnética. Lejos de la cámara, su voz endulza, envuelve, cautiva. Siempre tiene una buena historia que contar y la mejor manera de contarla. Por eso uno quisiera andar con ella siem­pre. Piensa claro, bonito, pero se la pasa con la mirada analítica frente al mundo, así que constantemen­te está lista para ‘pullar’, aunque esté apartada de las luces de la ofi­cina de Fidel. Hace reír a la gente y su centro de paz se encuentra en Armenia, de dónde es su familia. Complementó el periodismo con la ciencia política y llegó a El Es­pectador para trabajar en la sec­ción Vivir. Es curiosa y dispersa, porque el mundo tiene muchas cosas de las que vale la pena estar pendiente. También es pícara a ra­tos, pero inofensiva. Odia los lunes y la monotonía. Ama las motos y los abrazos. Camina, siempre, con la sensibilidad y la autocrítica ro­zándole la piel.

 

Pulla a favor del aborto (cuando las críticas hicieron que tuviera pesadillas)

El 10 de mayo se cumplen diez años desde que se despenalizó par­cialmente el aborto, pero esa ley a medias ha permitido que la burocracia se invente cuanto obstáculo se ha imaginado y, mientras tanto, las mujeres si­guen sufriendo en silencio. Ya es hora de que los congresistas dejen la cobardía y legalicen el aborto en todos los casos.

 

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Sacar cuero

“El periodismo no estaría tan degradado si su mamá la hubiera abortado a usted”, le escribieron a María Paulina después de publicar La Pulla sobre el aborto. En esa misma tanda de mensajes violentos, le llegaron imágenes de fetos muertos. Casi abandona La Pulla, pero resistió. Y uno pen­saría que 24 meses después de ser un pararrayos de odio, ya habría sacado cuero, pero to­davía no se acostumbra a la crítica. Ninguno lo ha logrado.

Los videos que publicaron durante las elecciones fueron devastadores. Especialmente ese que titularon Gustavo Pe­tro no merece ser presidente. Le dieron en la yugular a sus seguidores más fieles, quienes los destrozaron. “Cuando pu­blicamos un video, nos llegan unas 120 notificaciones cada tres o cuatro horas; con el de Petro nos llegaban 120 cada 10 minutos –recuerda Juan Da­vid–. Nos querían matar. Era un video sólido y como no sa­bían cómo tumbarlo empeza­ron a atacar con la varilla que encontraran, eso fue como montonera de colegio. Termi­né enfermo, no podía respirar bien, tenía dolores de cabeza, tuvimos que tomarnos una se­mana antes de retomar”.

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Cindy Bautista,Tatiana Peláez e Irene Alonso ayudan en el minucioso trabajo de investigación y reportería que hay detrás de
cada programa.

María Paulina, en esos días, sintió miedo. Sus familiares y amigos le empezaron a reco­mendar que tuviera cuidado. Se le metió, entonces, la para­noia en la cabeza. Tenía pesa­dillas y se preguntaba en qué momento las amenazas vir­tuales pasarían a ser físicas. Después de unas semanas todo volvió a la normalidad. “Nosotros, por lo general, te­nemos una virtud y es que so­mos muy ingenuos, no vivimos asustados –dice Juan Carlos–. Sin embargo, desilusiona en­contrarse con ese rechazo que nos demuestra que le ha­blamos a una audiencia irre­flexiva. Con el video de Petro yo esperaba que el público no estuviera de acuerdo, pero no esperaba que la reacción fuera “esta gente se vendió”… Eso me entristeció porque uno quie­re creer que está creando una manera un poquito distinta y más compleja de discutir sobre esos temas y encontrarse con ese odio tan básico y sectario es muy descorazonador”.

Sí, no todos los quieren. El formato que inventaron oscila entre el amor y el odio. Eso es difícil de manejar, pero es también lo que les ha per­mitido mantenerse vigentes: apuntan a las emociones de las personas. Por esta razón, la gente no se cansa de un mo­delo que ellos pensaban que se agotaría muy pronto. Y cuando sacan un producto nuevo, como el noticiero Me acabo de en­terar, vuelve a ser un rotundo éxito. En­contraron un vacío y lo están llenando, en diferentes formas, pero con el mismo estilo y la misma voz.

En la medida en que la gente siga con­sumiendo lo que ellos producen, ellos seguirán ofreciéndolo, con la intención de ir creciendo. Siempre caminando al borde del abismo, ya que no hay nada en su proceso que haya sido previsible. La suya sigue siendo aquella historia de lo improbable.

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Producción general: María Angélica Camacho García. / Maquillaje: @yosoyenriquetrujillo / Asistente de fotografía: Natalia Pedraza Bravo.
Vestuario: Blazer y cortabata: Zara / Pantalon y camisa: Arturo Calle / Zapatos: Converse

Por Natalia Roldán Rueda

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