Por: Mariana Rolón Salazar
Fotos: David Schwarz
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El sueño de muchos es estudiar en Harvard o, al menos, conocer esta prestigiosa universidad estadounidense. Para María Roa Borja, visitar una de las instituciones más importantes del mundo nunca estuvo dentro de sus planes ni, mucho menos, pararse en un atril a hablar sobre mujeres, trabajo y construcción de paz.
Llegó a Harvard gracias a una estudiante colombiana que hacía su tesis en esa universidad, sobre las condiciones laborales de las empleadas domésticas. Luego de buscar quién podía ayudarle en su investigación, dio con el contacto de María, la presidenta del Sindicato UTRASD (Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico), quien aceptó ayudarla, y en ese camino terminó dando una charla sobre su gremio en Harvard.
Las palabras de María en esa institución hacían parte de su lucha por el respeto de los derechos de las mujeres. Ya han pasado dos años luego de su viaje a Estados Unidos y aún continúa tocando puertas para mejorar las condiciones laborales de las trabajadoras domésticas. En octubre, por ejemplo, participó en un debate de control político en el Congreso para impulsar una ley que regule su jornada laboral y reduzca de 10 a 8 las horas de trabajo.
Ella, que ya ha compartido silla con los senadores, no se cohíbe en ese recinto del Estado. Ella merece estar ahí, como en el 2016, cuando viajó en bus hasta el Congreso para presentar, junto con sus compañeras del Sindicato, una ponencia sobre la ley de prima para empleadas domésticas. Su clave para llegar hasta esas instancias, dice ella, es mirar siempre a los ojos y reconocerse por lo que son: mujeres fuertes.
“Yo solo le digo a mis otras compañeras que no nos debemos avergonzar por el trabajo que hacemos, que es igual a todos los demás y que, desde diferentes ángulos, le apostamos a la reivindicación de nuestros derechos”, sostiene María. Habla con mucha propiedad y determinación. Sabe lo que busca en la vida. Pero no siempre fue así. De pequeña tuvo que sortear el rechazo, la discriminación y la violencia.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, una de cada diez mujeres de la región trabaja en el servicio doméstico.
Nació en Apartadó, un municipio del Urabá Antioqueño donde había una fuerte presencia de la guerrilla. Vivía en una finca bananera con su familia, hasta que un atentado de las Farc acabó con la vida de una de sus hermanas y la obligó a desplazarse a Medellín. Tenía 18 años cuando llegó a Esfuerzos de Paz, un asentamiento en la Comuna 8, donde la mayoría de la población es desplazada y afro, como María. Allí conocería, por primera vez, la palabra racismo.
“Lo que más nos impactó cuando llegamos a Medellín fue que nos miraban como inferiores. La gente se retiraba y nos rechazaba por ser negros. Encontrarse con eso fue muy duro, pues lo primero que le brindan a uno es el trabajo doméstico”, relata María. El problema, dice, no era ser empleada en una casa, sino las condiciones laborales que ofrecían.
A veces, sus patrones pensaban que por ser de raza negra podía aguantar cualquier cosa. Como si se tratara de un espécimen venido de otro mundo, con el que no se puede compartir el mismo espacio, ni ofrecerle la misma comida o hablarle de igual a igual. “A los negros no les duele, los negros no se cansan”, eran las palabras de una de las empleadoras de María.
No pasó mucho tiempo para que María se diera cuenta de que debía actuar. Comenzó por asesorarse con un líder del asentamiento sobre las alternativas que ofrecía el gobierno para las víctimas del conflicto armado. Así consiguió que la Cruz Roja, la Unidad de Víctimas, la Personería Jurídica y la Defensoría de Medellín le brindaran su apoyo.
Poco a poco, fueron conociéndola en la comuna como una líder. Era ella quien llevaba a los otros desplazados y mujeres cabeza de familia a que aprovecharan lo que el gobierno les ofrecía.
“Yo les hablaba con bases y seguridad sobre la ley de desplazamiento forzado. Les decía que había una herramienta que nos amparaba. Comencé a llevar a uno y a otro, y fui tomado ese rol de lideresa en el asentamiento. Los funcionarios de Acción Social me conocían y cuando llegaban a la comuna me buscaban, y yo hablaba por toda la comunidad y ellos me apoyaban”, cuenta.
Fue entonces cuando María y otras trabajadoras del hogar decidieron contarle al país que estaban cansadas del mal trato y decirle que las ofertas económicas debían mejorar. Pensaron que lo más conveniente era crear una organización que fuera reconocida a nivel nacional. Por lo que el primero de abril del 2013, fundaron el Sindicato UTRASD.
Hoy, María ya no trabaja como empleada doméstica, pues las labores del Sindicato copan todo su tiempo. Por lo pronto, seguirá llevando su mensaje de empoderamiento a las mujeres colombianas y buscará becas para un sueño que ha postergado: convertirse en abogada.
Ya no se ve como una mujer desplazada ni discriminada. En cambio, se reconoce como una luchadora que no necesitó de un título para llegar a Harvard y presentar una ponencia en el Congreso.
“Podemos decir que somos mujeres que le apostamos a la paz, que podemos negociar y que no nos da pena llegar lejos. Podemos decir: soy negra, indígena, mestiza, empleada doméstica y le apuesto a esta lucha”, concluye.