Nubia Muñoz, la científica que desafió al cáncer
Esta colombiana ya hizo historia con sus investigaciones que la llevaron a descubrir la causa del cáncer de cuello uterino.
Por Redacción Cromos
07 de marzo de 2017
Nubia Muñoz, la científica que desafió al cáncer
Médica, patóloga y epidemióloga llegó a Lyon en 1970 y desde ahí lideró, por más de 30 años, estudios en la Agencia Internacional para la Investigación de Cáncer. Su nombre sonó para el premio Nobel y hoy es una abanderada de la vacuna para prevenir la enfermedad que más mata mujeres en Colombia.
***
Por: Guido Hoyos - Lyon, Francia.
Fotos: Juan Felipe Barriga.
Sigue a Cromos en WhatsApp
Nubia es de Cali pero su acento se esfumó con los años, suena neutra y por momentos las letras parecen patinar en la sonoridad del francés, su otra lengua desde hace 45 años, cuando llegó a Lyon. Habla claro, sin rodeos y ‘aterriza’ al lenguaje cotidiano virus, enfermedades y palabras científicas que enredarían a los que apenas tocaron un tubo de ensayo en el laboratorio del colegio.
Imitando su estilo claro, su gran aporte a la ciencia podría resumirse así: descubrió en 1992, y después de varios años de investigaciones, que la infección por el Virus del Papiloma Humano (VPH) era la causante del cáncer de cérvix. No es triunfalismo, su conclusión cambió radicalmente la vida de miles de mujeres en riesgo de sufrir esta enfermedad.
Nubia Muñoz se decidió a estudiar medicina, al pensar en su padre, quien falleció a causa de la difteria cuando ella tenía 6 años.
Esto no lo logra cualquiera y por eso ha recibido distinciones en la comunidad científica en diferentes países y su nombre estuvo en la lista de candidatos al Nobel en 2008, premio que al final se llevó el alemán Harald zur Hausen por un descubrimiento igual al de Nubia. Hubo controversia, pues para muchos su trabajo era muy importante para la prevención del cáncer cervical, pero hoy Nubia prefiere no entrar en discusiones que a lo mejor mostrarían cierta vanidad científica que en ella no aflora.
La importancia de que su nombre hubiera estado en la mira de la academia sueca se debió a que Nubia no se contentó con comprobar en el laboratorio que el cáncer era producido por el virus de papiloma humano, sino que lo corroboró con el análisis de su comportamiento en diferentes mujeres y países. Para hacerlo tenía el apoyo de Xavier Bosch, director del Programa de investigaciones epidemiológicas en cáncer del Instituto Catalán de Oncología de Barcelona, quien fue su gran aliado en la investigación desde 1985.
“El grupo de zur Hausen ya estaba convencido de que el virus era la causa del cáncer, pero Xavier Bosch y yo queríamos que se afirmara con base en estudios epidemiológicos. Nosotros analizamos los hábitos de 2.500 mujeres con cáncer versus 2.500 mujeres sin cáncer, en doce países. Luego hicimos el estudio en 22 países con mujeres con cáncer invasor, recolectamos los tumores, los trajimos a Lyon y demostramos que fragmentos del virus estaban en el 99,7 por ciento de más de mil biopsias congeladas. En 1992 dijimos que el virus era la causa y en 1999 aseguramos que sin el VPH no había cáncer de cuello uterino.
Un universo lleno de detalles y pruebas que la rondaban desde que era la mejor alumna del salón en el Liceo Departamental, en Cali. “Pensé en estudiar biología, microbiología, bacteriología y a último momento me decidí por la medicina”, cuenta. No hubo una razón poderosa pero cree que la muerte de su padre quizás le dejó un mensaje en el subconsciente a la hora de decidirse. Cuando Nubia tenía seis años, su papá murió de difteria debido a que no se le hizo el tratamiento adecuado y la penicilina apenas llegaba a Colombia.
La menor de cinco hijos y la única mujer creció en el barrio Libertadores, muy cerca al centro de Cali, donde quedaba su colegio, toda una institución para mujeres en la ciudad y donde la educación, además de ser de calidad, era gratuita. “Mi mamá sabía leer y escribir pero no tuvo una profesión. Ella trabajaba lavando ropa para sostener la casa y tenía unas primas con más dinero que vivían cerca al colegio, que eran como mis madrinas, y yo iba a almorzar a su casa”, recuerda. Pero su mamá no estaba sola, los cuatro hermanos empezaron a trabajar al terminar el colegio y los estudios de Nubia fueron como un proyecto familiar.
Su apartamento en el barrio medieval de Lyon, frente al río Saona, es su refugio. Allí comparte con su esposo Lionel Langrand el olor de los geranios que sobreviven al otoño francés.
Nubia entró a la Universidad del Valle y allí también fue la mejor estudiante, pero ser la primera no era cuestión de ego sino un estímulo que facilitaba las finanzas familiares: el mejor alumno no pagaba matrícula. “En el primer semestre se la ganó un colega que era rico y fui segunda, entonces me propuse ser la primera y así fue hasta que terminé”.
Una anécdota que hoy recuerda con humor y orgullo pues nunca la bajaron del primer puesto. Cuando llegó al tercer año de carrera no estaba segura en qué área quería enfocarse. “Me gustaba mucho el trato con los pacientes pero me identificaba mucho con ellos y cuando se moría alguno, yo sufría mucho. Para evitar ese dolor decidí irme por el camino de la investigación”.
Fue el patólogo Pelayo Correa, hoy uno de los nombres más importantes a nivel internacional en la investigación de cáncer gástrico, quien la acercó a los estudios de cáncer de cuello uterino y estómago (en hombres), que eran los dos más comunes en Cali. En ese momento, Correa era pionero, pues realizó el primer registro de cáncer del país, que consiste en llevar un control de todos los casos que se diagnostiquen por ciudades, edad o sexo para identificar problemas de salud pública.
Nubia hizo parte de este proceso y hasta trabajó en vacaciones o en las tardes después de las largas jornadas como estudiante de medicina. Esto le dio muchas luces y ejerció gran influencia para decidirse después de graduarse. Se especializó en patología, con Correa como director de área, pero más para tener una base sólida para investigar que para ejercerla pues le parecía un poco rutinaria. Además, no le gustaba hacer autopsias, algo común en la patología, y más si era de un paciente que había conocido.
Pero como su objetivo no era solo ser acertada a través del microscopio se enfocó hacia la epidemiología. Se ganó una beca que la llevó a estudiar en dos de los más importantes centros de investigación en Estados Unidos: el Instituto Nacional de Cáncer, en Bethesda, y la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. “Fue fantástico”, dice, y allá llegó con inglés básico que al comienzo le costó pero ante tal oportunidad, qué importaba.
Su plan era regresar a Cali pero un día se encontró al director de la Agencia Internacional para la Investigación de Cáncer, que queda en Lyon, y le dijo que quería seguir estudiando. No había becas así que le ofreció un contrato de un año que después se extendió a toda una vida. “Yo me adapto a los lugares, trato de sacar lo mejor de cada sitio”, afirma tranquila después de que su francés pasó de casi nulo a fluido y de que la tierra lionesa la sedujera por completo.
En la agencia tenía la opción de escoger sus proyectos que la llevaban a todos los continentes. Siguió con su trabajo con el cáncer de cuello uterino y se abría paso en un ambiente competido y machista aún en Francia. “Los problemas no son solo en el laboratorio, hay que competir con colegas, hay que mostrar y defender proyectos. Una vez me enfrenté a un director italiano de la agencia porque simplemente no le importaba mi trabajo. Al final dio el dinero que necesitábamos”.
Fue la mejor estudiante en la Universidad del Valle porque el mejor alumno no pagaba matrícula. “En el primer semestre se la ganó un colega que era rico, entonces me propuse ser la primera y así fue hasta que terminé”.
Eran los gajes del oficio que nunca la detuvieron en sus investigaciones del virus de papiloma humano, que la llevaron desde 1974, y por casi 30 años, a Brasil, Filipinas, Tailandia, India, España, Colombia y diferentes países africanos en busca de respuestas.
“Conseguí dinero de la Comunidad Europea y otras entidades, pero lo importante era tener la colaboración de colegas en más de 30 países. Entrenábamos (con Xavier Bosch) a la gente, les dábamos los tubos, las jeringas y no más de 5.000 dólares, pero lo duro era motivarlos para que tomaran los estudios como suyos. Pasábamos dos o tres semanas en cada sitio con muchas horas de trabajo, era pasión. Lo más interesante de estos colegas es que esta era su primera experiencia en investigación y cuando publicábamos poníamos sus nombres como primeros autores. Eso los motivó mucho porque a veces los ignoran”.
Nubia relata sin vacilar toda esa aventura ahora desde la sala de su casa.
¿Qué sintió cuando ya estaba segura de que el virus era causante del cáncer de cérvix?
Satisfacción, pero lo importante era pensar en la vacuna.
Esa fue otra carrera de obstáculos aunque nunca la creyó imposible de ganar.
En ese tiempo las leyes europeas habían dejado en el pasado las vacunas que se podían desarrollar en el laboratorio de una universidad y debido a los estándares exigidos solo algunos fabricantes podían crearlas. Pensó en hacerla en Cuba pero no había dinero suficiente, un ministro de Brasil le prometió ayudarla pero se cayó el gobierno y él también. “Vi que las compañías farmacéuticas estaban haciendo vacunas e invité a Merck y Glaxo, que ya estaban trabajando en virus de papiloma para animales. Les mostré lo que habíamos hecho y lo que se podía usar para la vacuna. El resultado final lo sacaron de nuestros estudios y me dijeron que estuviera en todos los ensayos de la vacuna”.
Hoy la prevención con la vacuna es un hecho que ha desatado discusiones y cierto pánico que Nubia no se explica. “Está comprobado que los efectos secundarios son leves y los casos de los que se habla no tuvieron nada que ver con la vacuna. Hay reticencia en algunos países y el problema es que hay grupos anti vacunas que difunden información como virus en las redes sociales. Esos grupos son más activos que los científicos, hacen escándalo con cosas que no son ciertas y eso está haciendo mal”.
Con un tono seguro y sin asomo de arrogancia dice que en 20 años habrá una reducción del cáncer gracias a la vacuna que se está aplicando en las niñas. Pero también afirma que hay mucho por hacer frente al cáncer, no solo el de cuello uterino, pues el de próstata o de seno siguen aumentando. Tal vez es justo decirle que una vida solo alcanza a veces para combatir uno de muchos males.
Nubia se retiró hace unos años pero nunca ha parado. Da conferencias en todo el mundo, asesora proyectos y campañas de vacunación, y saca tiempo para placeres como irse unos días al sur de Francia a una conferencia sobre la obra de Albert Camus. Todo esto con su esposo por más de 30 años, Lionel Langrand, un francés de risa permanente y aprendiz de cumbia que luce como su más fiel escudero.
Y claro, para volver a Cali dos o tres veces al año, sobre todo para huir del frío europeo, visitar la familia y comerse unas marranitas (bolas de plátano verde con chicharrón). “A mí me gusta también la cocina francesa, la italiana, la española, a veces cocinaba y hacíamos fiestas con los colegas que terminaban bailando cumbia y vallenato porque la salsa no existía por acá en esa época”.
También se refugia en su apartamento de un edificio del barrio medieval de Lyon, frente al río Saona. “Fue construido en 1490”, dice orgullosa y señala la estructura de madera del techo antes de salir al balcón donde sus geranios rojos todavía soportan el frío de otoño. Adentro, un pequeño lienzo que muestra la calle donde vive reposa junto a cientos de objetos repartidos en mesas y repisas, en una especie de colección etnológica con budas, máscaras, artesanías y pequeñas figuras en madera y cristal organizadas al azar.
Pero ese cuadro de colores rojos y ocres con la imagen de su casa revela el nuevo hobby de Nubia Muñoz. “Estoy pintando ahora, algo que nunca se me pasó por la cabeza”, dice. Es mejor recordarle que estaba ocupada buscando cómo salvarle la vida a miles de personas.