Ofelia Uribe de Acosta
Por: Camila Sarmiento
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Ofelia Uribe de Acosta
(1899 - 1988)
La historia de mi abuela no me la contaron, yo la viví. Recuerdo cuando la acompañamos a una gira política en Santander. Pidió detener el carro, hizo bajar a sus nietos, cortó caña de azúcar de un cultivo cercano y nos hizo chupar unos trozos para que conociéramos su sabor. Al llegar, se concentró en escribir y preparar sus intervenciones. Era muy cariñosa, dedicada a su familia pero consagrada a su trabajo. Ella hizo que las mujeres se interesaran en participar en política. (Si quieres conocer las historias de otras mujeres que dedicaron su vida a transformar a Colombia en un mejor país para las mujeres, entra aquí)
Recuerdo las Navidades junto a ella. Nos metíamos en la cocina de la finca de mi tía, en Tocancipá, a preparar tamales y melcochas. De mi abuela heredé el placer por estar en la casa, con la familia, y por la lectura. Me recordaba que no debía descuidarla, porque era indispensable para estructurar una personalidad recia y así “nunca correr el riesgo de formar parte del montón anónimo de las mujeres preocupadas únicamente por sus atributos exteriores, que se marchitan muy pronto con el paso de los años”. Eso decía en una carta que me escribió para mi matrimonio, en la que agregó: “Nos queda solamente la riqueza de una cultura acumulada que presta interés, calor y vida al frío de la vejez de muchas mujeres. Para no quedar recluidas como trastos en el cuarto de San Alejo por su completo vacío interior”.
Mi abuela nació con el siglo XX y su legado cambió por completo la historia de las mujeres en Colombia. Junto a Cleotilde García de Ucrós pelearon por la independencia económica de la mujer. Se enfrentaron a senadores y representantes de la Cámara, quienes se oponían a la reforma Olaya Herrera –que pedía estudiar el régimen de capitulaciones matrimoniales–, con argumentos paternalistas como el del representante Muñoz Obando: “Las mujeres colombianas están empeñadas en quebrar el cristal que las ampara y defiende; no saben que si este proyecto llegara a ser ley, quedarían a merced de todos los negociantes inescrupulosos, que se apoderarían de su fortuna que es el patrimonio de sus hijos. ¿Qué podrían hacer sin el esposo, gerente de la sociedad conyugal, que es la inteligencia y el brazo fuerte sobre el cual descansa el patrimonio familiar?”. A lo que mi abuela, y demás mujeres respondían “No queremos tutores…” y el orador proseguía enfurecido “Pero los tendrán con su voluntad o sin ella”, así lo contó en su libro Una voz insurgente. Finalmente, mi abuela y las mujeres que la apoyaban lograron que se consagrara Ley 28 de 1932, que les otorgó a ellas derecho sobre sus propios bienes, que hasta ese momento estaban a disposición de su marido.
La recuerdo de luto. Su esposo murió muy joven y desde entonces nunca dejó de vestir de blanco y negro con un collar de perlas. La recuerdo muy bien puesta y elegante.
Gracias a ella tenemos derechos que nos sitúan en igual posición a los hombres. Mi abuela se interesó por estudiar la situación de las mujeres en Colombia y en el mundo, en una época en la que éramos subestimadas. Viajó a muchos países, incluida la China comunista. E hizo parte del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), fundado por López Michelsen y Álvaro Uribe Rueda. Al comienzo, ejerció su carrera cuando la hegemonía conservadora gobernaba Colombia. No la dejaban hablar demasiado ni expresar sus ideas, pero eso cambio con la llegada de los liberales. Algunos políticos de turno le pedían que los acompañara en sus campañas y que les diera consejos de oratoria.
Fue la única mujer en una familia de cinco hermanos y desde muy niña exigió ser tratada de la misma manera. Le robaba los libros a Tomás, su hermano mayor, entre los que estaban historias de La Pola, Manuela Beltrán, Olimpia de Gauges y la obra de Julio Verne. En Miraflores, Boyacá, conoció a su esposo Guillermo Acosta Acosta, un joven juez. Para ayudarle a llevar todos los casos que tenía en su despachó, junto a él aprendió leyes y adquirió las herramientas que le permitirían alcanzar su objetivo de igualdad. En una entrevista para El Magazin de El Espectador respondió “Yo comprendía muy bien que sin la agitación necesaria, los decretos pasados para favorecer a la mujer fácilmente podían convertirse en letra muerta”. El conocimiento del derecho no bastaba, su llamado era a la acción.
La recuerdo cuando estaba escribiendo Una voz insurgente, sentada en una poltrona. Mientras fumaba, dictaba las palabras que le salían a borbotones. Tardó casi tres años en esta labor y el resultado es un texto muy bien documentado, con leyes y pensamientos que dejaron el rastro de lo vivido. Una referencia obligada en la academia. Era una mujer de letras, fundó y dirigió la revista Agitación femenina y el periódico Verdad, dos luchas por la libertad de prensa en Colombia. El título de su libro describe lo que fue ella, una voz insurgente.
El dolor más grande de su alma fue no poder asistir al funeral de mi mamá en Estados Unidos. Le negaron la visa por haber sido parte de la MRL y por haber visitado China. Mi madre murió en el 76 y mi abuela en el 88. Vivió casi 90 años y se fue feliz, con la cosecha de una vida de lucha.
Agradecimientos a Valeria Angarita por su apoyo en la investigación.
Fotos: cortesía.