Me han dicho fastidiosa, gritona, estridente y arrogante. Que le baje el “tono”, o peor, al “tonito”. No digo que a todos les tenga que gustar lo que digo o cómo lo digo, pero me desencaja la larga lista de comentarios sexistas que acompañan las críticas. Desde los más sutiles −y por eso los más solapados−, hasta los más disparatados como “feminazi”, “loca” o “histérica”. Y ya, es fácil, quedo descalificada porque muere el debate de un totazo. Es como tirar una piedra, romper un vidrio y salir corriendo.
Sigue a Cromos en WhatsAppMe los han dicho a mi, pero en realidad yo soy apenas un quinto de esta maravillosa creación que es La Pulla. Detrás de esa figura de gafas rojas, blazer negro, camisa blanca y pelo desgreñado somos cinco creadores que le damos forma y fondo a ese personaje. Entonces, siempre que me pregunten, “¿oye, tú eres La Pulla?”, les contestaré, “sí, yo soy su cara y parte de su indignación visceral, pero somos un equipo, por encima de todo”.
La idea surgió a comienzos de año. Me llegó un correo que tenía como asunto “Propuesta de video-editorial”. Lo abrí sin emoción, como un acto de rutina laboral. Leí el guión rápidamente, después otra vez con más detenimiento, y a la tercera lectura ya me veía haciendo muecas frente a la pantalla, me reía, susurraba, fruncía el ceño y movía las manos en pequeños aleteos para que los de al lado no me miraran rayado.
Desde ahí me uní con ese personaje en algo que quiero que sea vital y no solo viral. Empecé a prestarle mis sentimientos a La Pulla, a actuar con vehemencia y a hablar duro, muy duro. No en vano, he sido el pararrayos de todo el cotorreo de las personas por redes. A veces, incluso, me pongo paranoica y supersticiosa porque esto resultó ser una avalancha inesperada de dardos y flores. A veces siento que la gente habla de mi, ya no de La Pulla, sino de mi, como si me conocieran de sobra. Esa sola idea me aturde.
He recibido los odios y amores de las personas por las redes: la ponzoña y el morbo machista; los cumplidos y los insultos; la admiración y el desprecio. Sentir que puedo ser el centro de atención me da escalofríos. Pero después me sobrepongo y tomo una posición fuerte. Entonces me reafirmo: me niego a ser es insulsa o plana y a vivir en un gris eterno y sin sabor. No quiero ser como esas personas que parecen imperturbables, que no sufren ni explotan, que no se percatan de nada, como si una gran bola de heno pasara frente a sus narices y volviera a pasar una y otra vez. Ese es, tal vez, uno de los pensamientos más recurrentes cuando me siento en el escritorio y caracterizo al personaje.
La Pulla me ha reiterado tres cosas: el valor de la sencillez, el hecho de ser mujer y la importancia de la rebeldía. Primero, logramos identificar un estilo descomplicado, de palabras digeribles y tomas fáciles para conectarnos con los jóvenes. Segundo, trabajamos por una reivindicación de la mujer y su rol en la generación de opinión. Y tercero, transitamos un camino que refuta el molde tradicional del periodismo, lejos de sus fórmulas usuales, que hasta ahora nos ha dado brillo.
Y para los que se siguen preguntando: ¿Por qué ese tono tan fuerte? Les devuelvo la pregunta: ¿Y por qué no?
Mira aquí todos los capítulos de La Pulla.
Foto: David Schwarz.