Rangún, un viaje incómodo pero necesario para todos
La ciudad principal y antigua capital de Myanmar, país en vía de desarrollo turístico, se conoce mejor desde la banca de un tren.
Por Redacción Cromos
14 de julio de 2014
Rangún, un paseo incómodo y necesario para todos
Esta es la historia de un paseo en tren que no lleva a ninguna parte. Un paseo que arranca y termina, unas 3 horas y 400 pesos más tarde, en la plataforma 7 de la estación central de Rangún. Es un paseo en un tren incómodo, caótico y lento que no ofrece siquiera el consuelo de paisajes majestuosos. Pero ese tren es la mejor manera de conocer la ciudad más importante de Myanmar, de interactuar con su gente y de pasar las crueles horas del medio día cuando el sofoco en las calles espanta.
A Myanmar hay que ir pronto. Ya. Porque a diferencia de sus ultraexplorados vecinos (Tailandia, India y China) este país del sudeste asiático hasta ahora está al alcance de los turistas. La razón: un régimen militar que lo aisló del mundo. ¿Y qué tiene que ver este dato con la experiencia del tren circular? Que uno, el extranjero, es una atracción para los locales tanto como lo son ellos para uno. Lo que resulta en que unos y otros, incluso un cascarrabias como yo, se sonrían sin saber por qué y se comuniquen sin saber cómo.
Por las bancas del tren, ubicadas a lo largo de los vagones, y hechas en plástico duro o madera, pasan monjes budistas de compras, niños de paseo, jóvenes de dientes rojos por masticar unos rollitos hechos con hojas de betel (paan). Pasan niñas comiendo patilla, viejos fumando tabaco, vendedores, más vendedores, señores con longy en lugar de pantalones y señoras con la cara pintada del color del café con leche por la thanakha, una crema casera, que se extrae de la corteza de un árbol y que usan para protegerse del sol. Pasan también unos personajes estrambóticos de cara insolada y ojos redondos, calzados con Crocs, con un mapa en la mano y una cámara ridícula colgada al cuello.
Al mirar por la ventana se pasa del paisaje urbano al rural en cuestión de metros. En algunas de las treinta y pico estaciones, en las que se detiene simbólicamente el tren, se ven mercados, más allá, cultivos, templos budistas y unas casas que más que casas son un acto de fe. En contraste se alcanzan a ver campos de golf y parte del aeropuerto donde aterrizan, por ahora, sobre todo aerolíneas asiáticas.
Para que la vuelta a Rangún (o Yangon) sea completa -y no solo literal- hay que encimarle al tren un trayecto en ferry, puede ser el que cruza a Dallah, y una buena caminata por el centro de la ciudad, mirando de vez en cuando hacia arriba en busca de rezagos de arquitectura colonial. (Solo de vez en cuando porque se puede perder por ejemplo de ver en la calle la versión birmana del teléfono público: unos teléfonos con un cable muy extenso que ponen en una mesita afuera de las casas o los negocios.) Yo solo pude darle la vuelta a Rangún, y no a Myanmar, porque mi visa de tripulante no me permitía salir de la ciudad. Problema que no tendrá con la suya de turista. Así es que no deje de ir al complejo de miles y miles de templos de Bagan, a los mercados flotantes del lago Inle y a ver, cerca de Mandalay, un libro gigante de 729 páginas, cada una escrita en una estupa distinta. No deje de ir a ver lo que tan pocos han visto.
¿A dónde ir?
Vistazo a ayer
El hotel Strand, frente al río, es el mejor ejemplo de arquitectura colonial, de los tiempos en los que Myanmar, entonces Birmania, era un paraíso al servicio del imperio británico. El Strand, construido por los hermanos Sarkies a principios del siglo XX, fue considerado el mejor hotel al este del Suez. Hasta 1941 su clientela fue solo blanca y exclusiva. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, sirvió como albergue de las tropas japonesas y luego, en 1948, cayó víctima del olvido. Hoy está abierto a todos y completamente restaurado. Es, pues, con todos los lujos y grandilocuencia de ese mundo, lo que inspiró al joven Eric Blair, rebautizado más tarde en sus libros como George Orwell, a escribir su primera novela. Si lo quiere conocer, y no tiene el presupuesto para hospedarse, vaya durante el happy hour o, para hacerlo más británico, a la hora del té.
Shwedagon Pagoda
Esta es la atracción principal y el centro espiritual de los budistas birmanos, quienes son la mayoría. La pagoda tiene 2500 años de existencia y 100 metros de altura. Su estupa está bañada en oro y tiene incrustados 4531 diamantes, por lo que su resplandor al medio día es tan maravilloso como cuando la iluminan al anochecer. Es un complejo religioso monumental con reliquias como ocho pelos de Buda, con cientos de templos, estatuas y pagodas. Lleno de devotos cantando, de monjes y monjas, de curiosos. Es un lugar en el que a uno se le van las horas sin sentirlas.
Fiesta al agua
Yo sé que falta mucho para el próximo Maha Thingyan, Festival del Agua, pero puede que también falte mucho para su viaje a Myanmar. Y esta fiesta, en la que los birmanos celebran su año nuevo con mucho baile y exceso de agua, es la más importante del país.
Tips de viaje
Llevar efectivo: Dólares. Nuevos. Crujientes. Sin dobleces. De varias denominaciones. Sí: es un tema delicado y las tarjetas de débito y crédito no son de fiar.
Ver la película The Lady: Porque es una linda película, porque transcurre en Rangún y porque es la historia de Aung San Su Kyi, Premio Nobel de paz y una fuerza política vigente.
Averiguar bien los requisitos de entrada al país: Son informales y cambiantes. Se supone que la manera más fácil es pedir una visa en Tailandia camino a Myanmar.