Ruben Mendoza, el director de cine colombiano que conquista Europa
Un viejo llanero decide morir y les pide a sus nietos que lo maten. Es su deber, por compartir su sangre. «Cuando uno de verdad quiere, mata», sentencia el anciano. Pero un problema obstaculiza sus planes: sus descendientes le guardan rencor y no están dispuestos a satisfacer su último deseo, lo torturarán manteniéndolo con vida mientras puedan. Desde hace doce años, esta historia daba vueltas por la cabeza de Rubén Mendoza y en 2010 escribió un primer borrador, que estaba inspirado en su abuelo, «un monstruo maravilloso y asqueroso». Aunque era solo un boceto, despertó el interés del jurado de La Residencia del Festival de Cannes, y el cineasta fue elegido entre 180 aspirantes para hacer parte del programa y seguir trabajando en su proyecto, con la asesoría de expertos, desde París. Allá la idea fue tomando forma para finalmente convertirse en Tierra en la lengua, el largometraje que se llevó el galardón a mejor película en el Festival de Cine de Cartagena y con el que Mendoza recibió el de mejor director.
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Rubén durante el rodaje de Tierra en la lengua
El trabajo de Rubén siempre ha sobresalido en el exterior. Su primer cortometraje, La cerca (2004), fue elegido para participar en la Cinefondation del Festival de Cine de Cannes, y además paseó por Toulouse, Barcelona, Huelva, Beijing, Río de Janeiro, Toronto, Manchester y Buenos Aires. Luego, su ópera prima, La sociedad del semáforo (2010), recibió premios en Alemania, Francia, Suiza y España. Mendoza tiene alma de poeta, su voz es poderosa y sus ideas novedosas, por eso sus textos han atrapado a decenas de jurados extranjeros: vende películas a punta de palabras. Les gustó la historia del reciclador que quería controlar la duración de la luz roja del semáforo para que, al montar actos más largos de malabarismo y ventas ambulantes, él y sus amigos de la calle pudieran volverse ricos. Y les gustó, también, ese relato de los nietos que no estaban dispuestos a matar a su padre porque no se lo merecía.
Gustar por fuera de Colombia ayuda. Gustar le ha permitido recibir los fondos para hacer una película detrás de otra. Gustar, en definitiva, lo ha salvado, porque le ha dado alas detrás de una cámara, que es donde él encuentra oxígeno desde que era un niño, cuando atrapaba imágenes de cada rincón de Boyacá, donde creció. Sabe muy bien que hacer películas en Colombia es casi una utopía, pero considera que ante el tedio de la vida el cine es un consuelo precioso, así que está dispuesto, sin remordimiento o vergüenza, a entregarse a eso que él denomina «mendigaje de alto estrato»: gastar más tiempo buscando recursos para filmar que filmando.
Mendoza estudió Realización de cine y televisión en la Universidad Nacional. Allí dirigió la Videoteca y se encargó de crear un nutrido banco de películas que en ese entonces no se conseguían en ninguna parte. Se graduó con tesis meritoria por su corto Estatuas y cogió impulso para seguir alimentando su amor por contar historias en Montreal y en Cuba. Pero su verdadera escuela fue su papá, un lector voraz que compartía todas sus lecturas y le leía poesía desde que era un niño. Fue a través de la literatura que entró el arte a su casa: «Habría podido elegir ese camino, pero me parecía más fácil ser mediocre en la literatura por mis capacidades, me parecía más difícil tener algo que aportar». Sin embargo, suele dirigir sus propios guiones y son estos, justamente, los que reciben premios y elogios.
Trailer de Tierra en la lengua
Su otro gran maestro ha sido Luis Ospina, junto a quien ha trabajado en proyectos como La desazón suprema, retrato de Fernando Vallejo, y Un tigre de papel. «Cada día es más honda la secuela de él en mí –asegura–. Entre más lo quiero y más nos conocemos, más veo su rigor, su amor por el cine». Además ha dirigido un falso documental –Memorias del Calavero, que también se estrena este año–; más de quince videoclips de agrupaciones como Dr. Krápula y Velandia y la Tigra, y varios cortos, que para él son tan emocionantes como los largos: «El cine es uno solo –explica–. Y ahora con Internet toca abrirse a más formatos y miradas. Ya es muy difícil uniformar el mundo».
A la hora de rodar, siempre busca la risa. A pesar de meterse en realidades perturbadoras e inquietantes, cuando filma nunca falta un buen ambiente y él es cómplice de cada carcajada. No cree que exista el buen cine, pues lo que le gusta a unos otros lo odian, pero sospecha que para llegar a crear algo valioso se necesita, sobre todo, ganas de saber, de entender algo profundamente: «Y por lo general, lo que uno quiere es entenderse a uno mismo a través de las historias de otros».
En esa búsqueda y en sus relatos se ha vuelto recurrente su interés por darles voz a quienes no la tienen: al campesino, al reciclador, al mendigo, a la prostituta… Y aunque no lo hace conscientemente, siempre vuelve a estos personajes: «Es una cosa natural. Es una extensión del tipo de sensibilidad de mi papá. Él tenía esa vocación, siempre estaba pensando en los demás, se ponía del otro lado. Y es un ejercicio muy chévere. Para mí fue el punto de partida de La sociedad del semáforo: uno quiere que esté en verde para que fluya, pero las personas de abajo necesitan lo contrario. Tengo una simpatía natural y una admiración por la gente que vive con otras reglas».
"El cucho" y Rubén
En sus películas, Mendoza trata de observar y de mostrar la condición humana, más que de sentenciarla. Por eso, aunque empezó con la idea de que Tierra en la lengua fuera una especie de venganza contra el patriarca machista y violento, muy pronto entendió que ese no era el punto: «Uno no es nadie para juzgar. Los machotes, al fin y al cabo, son criados por machotes».