Myriam Guerrero, la primera capitana de la Selección que soñó con jugar una final
Sus goles no solo sirvieron para ganar partidos; también fueron fundamentales para el desarrollo del fútbol femenino en el país. Su historia de vida es un grito victorioso e igualitario que aplacó las voces que discriminaban a las mujeres por patear un balón.
Por Redacción Cromos
29 de julio de 2022
El culpable de su historia se llama Carlos Alfonso. Ver a su hermano con una pelota pegada a los pies, adentro y afuera de la casa, de día y noche, la motivó a luchar por su pasión. En la década del setenta, Myriam y él eran dos niños jugando a la felicidad en las canchas de barrio. Entonces se enfrentaron a los prejuicios y las críticas porque el fútbol supuestamente era exclusivo para hombres. “Era la única entre varones, era muy mal visto que una niña saliera a jugar a la calle con un balón. Era muy señalada y maltratada”, recuerda Myriam.
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Myriam Guerrero y sus inicios
A pesar del matoneo, la rubia encontró en la camaradería de sus compañeros la protección necesaria para encarar los arcos rivales. En aquellos picados desaparecía la brecha de género, solo existían las ganas de jugar y ganar la codiciada apuesta de turno: una gaseosa, un helado o un roscón. En la mayoría de postales de los primeros años de Myriam aparece Carlos Alfonso, quien le enseñó los fundamentos básicos, y la llevó por primera vez a un clásico bogotano en el estadio El Campín.
Sigue a Cromos en WhatsAppEran los tiempos del yugoslavo Dragoslav Šekularac, figura del Estrella Roja de Belgrado, que también pasó por Santa Fe en 1969 y Millonarios en 1971. Myriam recuerda que la apodaban “Šekularac” en honor al futbolista balcánico, algo de su efectividad veían sus amigos de fútbol de banquitas. Más tarde, al estudiar educación física en la Universidad Pedagógica, llegó el fútbol de salón y por primera vez recibió clases de un entrenador cualificado.
A mediados de la década del ochenta seguía siendo una proeza reunir a un puñado de mujeres futbolistas. “Integré la selección de la universidad, debíamos tener más mujeres en la práctica, porque era obligatorio. Un día hicimos una exhibición en la cancha principal de Soacha, creo que fue la primera vez que en Cundinamarca se jugó un partido femenino. No trascendió, pero comenzó a sembrarse la inquietud”.
Myriam Guerrero jugaba en la zona defensiva.
Su viaje a la URSS
Ese cotejo amistoso fue la semilla para lo que vino posteriormente. Myriam estuvo ahí antes de realizar un viaje que la acercó al fútbol de élite: “Al finalizar la carrera de educación física fui a Moscú para especializarme como entrenadora de fútbol de salón. Allí tuve la oportunidad de practicar fútbol 8 con el Instituto Central de Educación Física. Jugando en un campeonato nacional, me vio el entrenador de la Universidad de Malajovka y habló para ficharme”.
Con Malajovka jugó fútbol once. Myriam pensó que el torneo nacional, que daba cupo a la Copa Europea, era el nivel más alto al que podría llegar. Vistiendo la camiseta número 10 viajó por la extinta URSS: “Teníamos que hacer unos zonales y después ir a otras repúblicas de la Unión Soviética. Conocí muchos lugares, gentes y culturas, fue extraordinario”.
Dos años duró en un país en el que era difícil encontrar hispanohablantes. Además de la posibilidad de jugar en un nivel alto, la impactaron la disciplina y la especificidad de los rusos. Myriam dice que, a nivel formativo, los profesores se especializan en velocidad, salto y elasticidad para sacar lo mejor de cada deportista. Sus dos años (1987 a 1989) en una de las partes más frías de Europa, así como sus cotejos aficionados en la niñez, fueron la materia prima que la impulsó a continuar jugando en Colombia. Regresó a Bogotá para entrenar a niños en la Escuela de Fútbol Vida.
El inicio del fútbol femenino
Un día al profesor Ramiro Alfaro, director del club, se le ocurrió una idea loca: “En el 91 él participaba con su equipo masculino en el torneo más importante de la ciudad a nivel aficionado. Él me dijo: ‘Myriam, la única manera de que le hagamos un campanazo a la liga femenina es que te inscriba en el torneo’. Se atrevió a hacerlo, y en el primer partido no alcanzaron a salir los carnés oficiales y había que mostrar la cédula. Bajo un torrencial aguacero, recuerdo la cara de extrañeza de los jueces cuando me presenté. Llevamos la planilla y ahí figuraba mi nombre, a regañadientes jugué el primer tiempo, me hicieron el penalti con el que ganamos el partido y al otro día los organizadores del torneo amenazaron con expulsar al equipo si no me sacaban de la lista”.
Aquel acto desafiante y reivindicativo sentó un precedente para la creación del primer cuadrangular femenino en la capital. En 1991, la Difútbol programó la edición número uno del Torneo Nacional Interligas en Envigado, en el que Myriam participó junto con otras mujeres que pusieron la primera piedra del balompié femenino. “El equipo campeón del Torneo Nacional Interligas 1998 iba a ser la base de la selección de Colombia. La Liga de Bogotá quedó primera en Medellín y el cuerpo técnico, en cabeza de Juan Carlos Gutiérrez, quedó encargado de la selección nacional. Nueve de las campeonas integramos la lista de convocadas, más compañeras de Tolima, Valle, Antioquia, Santander y Atlántico”.
Myriam Guerrero y la Selección Colombia Femenina
Lideradas por la capitana Myriam, la primera selección absoluta viajó a Argentina a jugar un Suramericano. En su debut internacional le ganó a Venezuela y a Chile, y cayó con Brasil y Perú. El puntaje no le alcanzó para clasificar a segunda ronda, sin embargo, la experiencia escribió un antes y un después en la historia de las futbolistas nacionales.
Hoy, gracias a Myriam Guerrero y a sus colegas de entonces, en Colombia el fútbol tiene potencial. Todavía hay demasiado por construir, el balompié femenino es una realidad que merece más apoyo de los dirigentes, los patrocinadores y los aficionados.
También fue entrenadora. Jugó y estudió en la URSS.
“El ecosistema está dado para que sea sostenible y para que realmente algún día las mujeres podamos vivir del fútbol”, reflexiona la primera capitana. “Mi reconocimiento es para las primeras generaciones de jugadoras, sin ellas quizá hoy no existirían Linda Caicedo, Natalia Gaitán, Leicy Santos, Catalina Usme, Oriánica Velásquez ni Sandra Sepúlveda. Mi reconocimiento es para ellas y todas las jugadoras que luchan por su pasión”.