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El planeta que llora

La Tierra está enferma porque nosotros estamos enfermos. Si hacemos lo posible por curarnos, curaremos también a la Tierra. Esto dicen los mamos de la Sierra Nevada.  

Redacción Cromos
14 de febrero de 2012 - 02:38 p. m.
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El viernes llegó mi hija de Ciudad Perdida, de lo alto de la Sierra Nevada de Santa Marta, picada de garrapata, comida de zancudo, fatigada de caminar y absolutamente convencida de que nuestro planeta está triste y de que nuestra civilización está echando a perder lo sagrado y lo mágico del mundo. Me narró lo que les oyó decir a los líderes espirituales de la Sierra, los mamos: “El agua está prisionera en las tuberías; la culebra, presa; el tigre, preso; la guacamaya, presa; el alma de la tierra, presa. Hay que dialogar de nuevo con la tierra, hay que traer de nuevo el alma de la tierra y animarla, pero hay que respetarla”.

Gaia, enfermaAntiguos filósofos como Platón y muchos alquimistas de la Edad Media llamaban al espíritu de la tierra “Anima Mundi”. Ellos, como muchos grupos indígenas, sentían que vivían dentro de una gran burbuja psicológica que lo contenía todo bajo un cielo protector. La tierra era un ser viviente con espíritu que animaba a la naturaleza a través de un poder vivificante. Esta ánima del mundo abarcaba todo nuestro ser: nuestro cuerpo, nuestro pensamiento y nuestros sentimientos, y estaba presente en todas las cosas, impregnando la creación y uniendo al mundo a través de un sistema que no dejaba partes aisladas. Era la gran madre, Gaia, llamada igual que la antigua divinidad griega de la tierra.El Anima Mundi está conformada de deseos, sueños e ideas de la humanidad y de toda la creación. En ella reside, además, la memoria colectiva de la creación y de los mitos de los seres humanos, y la fuerza y el misterio de nuestra vida. Sin embargo, hoy las personas hemos roto el equilibrio con la naturaleza y la tierra. Gaia está enferma y refleja nuestra enfermedad interior. El clima no está loco, los cambios climáticos son el síntoma de ese pulsar bajito del alma de la tierra y de ese malestar profundo de nuestra cultura y de nuestro olvido de nosotros mismos. Somos parásitos, rémoras que en actitud egoísta y posesiva, hemos roto el equilibrio y desoído la ley del origen.

La ley del origenProclamada por los mamos y los taitas, la ley del origen es el principio de equilibrio entre los humanos y la naturaleza. Es inherente a cada uno y propicia la armonía entre todos los seres vivientes y no vivientes a través de una relación sagrada e integral que preserva la naturaleza y reconoce el derecho de las cosas de ocupar su lugar en el Universo. Nadie es más que nada, todos somos parte de la misma forma, miembros de un sistema que busca preservar su armonía y, en consecuencia, dispone de formas determinadas de relación entre todos los seres, desde las piedras hasta los humanos, en una sola visión de unidad y convivencia. Los mamos tienen conciencia plena de que Gaia es una madre nutritiva a la que hay que cuidar y no ofender, un solo ser unido por la luz, la humildad y el sentido común. Pero nosotros no. Estamos recalentándonos y recalentando el planeta; somos indiferentes a la extinción de muchas especies de animales. Los fenómenos naturales y nuestras crisis internas están conectados en una sincronía insoslayable que no podemos dejar de ignorar. Lo que es afuera, viene también de adentro. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que dentro de nosotros aun hay un santuario, una voz que vive, un refugio sagrado y puro, un cachito de selva llena de animales libres que nos dan color y vida y esperanza, mientras el mundo de afuera cae vertiginosamente, ayudado por el colapso de las economías mundiales, como un reflejo de nuestra enorme sequía espiritual.La gran renovaciónTodos sabemos que viene un cambio. Todos lo presentimos. La Tierra se prepara para un gran cambio. Muchas personas ya se alistan para la transformación, un viejo orden parece renacer, una profunda renovación dentro de cada uno reflejada en el mundo, en donde el amor y la consciencia no serán una opción, ni un recurso, ni un paliativo comercial, serán los estandartes de una nueva civilización basada en la ley del amor, la ancestral ley del origen en la cual el amor es unidad con todas las cosas, en la cual el amor es consigna de vida inapelable. Los humanos desarrollarán un aprendizaje por amor y no por dolor. Jung llamó a este cambio de conciencia “Lumen Naturae”, que significa despertar la luz oculta dentro de la tierra y liberarla a través de la alquimia que hagamos en nuestro interior. Y así, por supuesto, salvar nuestro planeta. Lo primero es despertar nuestra alma dormida, nuestro sentido de pertenencia a la unidad. Es la única manera de animar el alma del mundo: activar nuestra consciencia sistémica de unidad y responsabilidad. El mundo necesita que trabajemos, más que en los síntomas, en los orígenes del problema: el alma humana.

Volver a dialogar con la tierraEn la Sierra, mi hija también escuchó que el acoso egoísta, ignorante y destructivo de los hermanitos menores (nosotros) a la tierra, responde a nuestra mortal enfermedad, al virus del mundo occidental: la ambición. Ciegos de poder, creemos poseer las cosas, la tierra, los animales, las ideas, los sueños y hasta a otras personas. La ambición nos ha hecho perder el respeto por el plan maestro, y hasta por la compasión que sienten por nosotros los animales, la naturaleza y los indígenas, que ven en nosotros personas perturbadas, profundamente infelices, desmoronadas por dentro y sin un sentido profundo de vida.Volver a dialogar con la tierra es eso: recuperar el sentido de la vida; es no olvidar nuestra verdadera naturaleza compasiva que se acoge a la gran madre; recordar que Gaia es nuestra casa y legitimizar el derecho y el lugar de estar aquí.  

Por Redacción Cromos

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