Fotos: Daniel Álvarez
La tradición china cuenta que un capullo de gusano cayó en la taza de té de la emperatriz Leizu, esposa del Emperador Amarillo. Al intentar sacarlo, la joven empezó a devanar el hilo del capullo. Tuvo entonces la idea de tejerlo. El resultado fue tan hermoso que enseñó a su corte el modo de criar los gusanos y obtener el hilo. Fue conocida como la diosa de la seda.
En los años ochenta, la crisis del café llevó a la Federación Nacional de Cafeteros a pensar en una forma de diversificar sus cultivos. La respuesta la encontraron en la sericultura, heredada de la emperatriz Leizu. Las condiciones climáticas del Cauca hicieron que fuera la tierra idónea para el cultivo de morera, única planta de la que se alimenta el gusano de seda, por eso allí se iniciaron las primeras siembras.
Sigue a Cromos en WhatsAppCon apoyo de delegaciones chinas, coreanas y japonesas, se instaló un centro piloto en el municipio de Timbío, a 16 kilómetros de Popayán, dedicado a la transformación del capullo en hilo de seda industrial, con el fin de abastecer mercados internacionales. Paralelamente, pequeños artesanos de la región fueron capacitados con los capullos de segunda que desechaban del proceso industrial, para que los trabajaran de forma rudimentaria.
Con el tiempo, se formaron grupos en todo el Cauca dedicados a la sericultura. “Los artesanos comenzamos a apropiarnos de esta actividad y cogimos fuerza. Ya no solo obteníamos el hilo para venderlo, sino que aprendimos a tejer. En 1992 nos dimos cuenta de que debíamos unirnos. Con más de 100 miembros en ese entonces, la mayoría mujeres, fundamos la Asociación de Tejedores de Seda, COLTESEDA”, cuenta Gloria Muñoz, vicepresidenta de la entidad, que está ubicada en Timbío.
En los municipios de Timbío, El Tambo, Piendamó, Morales, Santander y Popayán hay cerca de 120 mujeres campesinas que se dedican al oficio de la tejeduría en seda.
Hoy, la asociación está conformada por 13 mujeres cabeza de hogar que han trabajado arduamente por mantener vivo el sueño de seguir produciendo la mejor seda del país. Aunque detrás de ellas hay hijos, vecinas y amigas que también hacen parte de la línea de producción. En su página web se definen como ‘Tejedoras de sueños’, y es que este proyecto más que un trabajo les ha dado, ante todo, libertad: “La seda nos sirvió para liberarnos. Para tener independencia económica. Somos como una familia. Aquí nos ayudamos entre todas, nos aconsejamos entre todas. A mí me encanta lo que hago”, relata María Aidé Navarro, representante legal de COLTESEDA.
El gran reto de estas mujeres ahora está en conservar esta práctica para las futuras generaciones. Aunque en eso ellas no son muy optimistas. “La idea es poder heredar este conocimiento, pero desafortunadamente a nuestros hijos y nietos no les apasiona esto. Uno de nuestros propósitos es poder generar escuela para capacitar a más personas y que no se pierda este arte, ya que el Cauca es uno de los pocos lugares en Latinoamérica que lo ha desarrollado”, confiesa María Aidé.
De la mano de Cristina Sandoval, miembro de COLTESEDA, conocimos el proceso, que comienza en los cultivos de la morera y termina en su local en el centro de Timbío, donde venden productos como pashminas, ruanas, bufandas, bolsos y hasta accesorios, como collares y aretes, hechos de los capullos del gusano.
Desde el momento en que se siembra la morera hasta la primera cosecha pasan, aproximadamente, 10 meses.
Cuando los gusanos entran a la tercera edad, son alimentados con las hojas durante varios días, hasta que comienzan a encapullar.
Se necesita la seda de entre 150 y 200 capullos para tejer una bufanda.
Cuando terminan de armar el capullo, estos se ponen a hervir durante diez minutos. Algunas lo hacen usando gas y otras leña. Este proceso de cocinado permite obtener la hebra, a partir de la cual se devana el capullo.
Después del devanado resulta una madeja.
Tras el proceso de tinturado de la seda, que se hace generalmente con tintes naturales como el café, comienzan a tejer.
Para tejer una pashmina, la artesana puede tardar entre seis y siete horas de trabajo continuo.
Con los capullos del gusano, las artesanas también se han aventurado a diseñar accesorios como collares, aretes y pulseras.