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Resfriados, diarreas, cólicos, dificultades respiratorias y digestivas, dolores abdominales, fracturas… Son muchas las causas por las que los padres acuden con sus hijos a urgencias o a consultas pediátricas, relacionadas con enfermedades, afecciones, intoxicaciones, golpes o heridas, entre otras razones.
¿Pero tienen la misma disposición cuando el niño está sano? Algunos papitos esperan a que sus hijos tengan algún malestar o sufran una caída para ir al médico. Y aunque no es necesario pedir citas a cada rato, sí lo es asistir a controles periódicos para determinar su estado de salud.
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Es la mejor alternativa para garantizar un crecimiento y desarrollo sano del niño, pero también para enterarse de recomendaciones sobre cómo prevenir enfermedades, propender por un estilo de vida que favorezca el bienestar de los pequeños y, eventualmente, descubrir patologías y hacer el seguimiento exhaustivo de enfermedades crónicas.
“Los controles de pediatría son importantes porque nos ayudan a prevenir enfermedades en los niños al evaluarlos y hacer un abordaje precoz ante cualquier alteración de su salud”, destaca Sandra Pabón*, pediatra de la Fundación Universitaria Sanitas.
Aunque las citas pediátricas son esenciales en toda etapa infantil o de la adolescencia, son más perentorias en lactantes y durante los primeros años de vida, cuando el crecimiento es constante y se manifiestan cambios rápidos en su desarrollo, que deben estar supervisados por sus pediatras.
En cada control el especialista le hará a tu hijo un completo examen físico. Hasta los 6 meses de vida, aproximadamente, valorará aspectos como aumento de peso, incremento de estatura, desarrollo psicomotor, perímetro cefálico, visión, audición, lactancia e introducción de alimentación complementaria, cumplimiento del esquema de vacunación y prevención y tratamiento de enfermedades, entre otros.
La Academia Americana de Pediatría (AAP) recomienda que la primera visita al pediatra tras el nacimiento se efectúe entre los siguientes 3 a 5 días, y después, de no ocurrir algo extraordinario, al mes, a los 2, 4, 6, 9 meses y cuando cumpla el año.
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Posteriormente, según la AAP, es recomendable que lo lleves a las citas a los 15 y 18 meses, 2 y 2 años y medio; de allí en adelante, cada año hasta su adolescencia. Ten presente que este esquema no es una camisa de fuerza y que la regularidad con que asistan dependerá de la condición de salud de tu pequeño, de sus necesidades particulares y de las decisiones del médico tratante.
Los controles son útiles porque abarcan más que un estado de salud y el seguimiento relacionado con el crecimiento y desarrollo de tu hijo, teniendo en cuenta avances y retrocesos. Además, se convierten en espacios de socialización para enterarte sobre lineamientos de prevención, nutrición y seguridad en el hogar y el centro educativo.
También es una gran oportunidad para que se establezca una relación directa y, sobre todo, de confianza entre el pediatra, tú y tu hijo, con el fin de trabajar coordinadamente por el óptimo bienestar físico, mental y social de tu pequeño.
Dicha confianza y claridad permiten que el pediatra conozca los antecedentes personales y familiares, que le facilitarán dar un diagnóstico más preciso después de un meticuloso examen. La doctora Pabón afirma que “en los controles de pediatría se evalúa el crecimiento, el desarrollo y los patrones de alimentación y sueño”.
Además, puede incluir toma de signos vitales, auscultación, ruidos cardiacos, valoración de los diferentes sistemas del organismo, reflejos, formulación de pruebas de laboratorio, exámenes y autorización de citas con especialistas de áreas como optometría, oftalmología, otorrinolaringología u odontología, recomendaciones sobre actividad física y prevención de accidentes, por ejemplo.
La memoria es traicionera, y por tal razón es fundamental que lleves escritas a las citas las preguntas y dudas que tengas, y sin pena ni temores, averigües con el pediatra todo lo que quieras saber en cuanto a la salud y el bienestar general de tu pequeño.