María Alexandra Figueroa, Marcela Pérez y Dennisse Arcila. / Fotos: Daniel Álvarez
Es sabido por todas las mujeres que con el paso de los años nuestro cuerpo es menos fértil. Nos lo dicen las abuelas y las mamás con frases como “póngase las pilas, hija, no vaya a ser que la deje el tren”. O los ginecólogos —algunos con más tacto que otros— cuando, al ver que nos acercamos a los treinta, empiezan a marcar la cuenta regresiva de ese reloj biológico. Después de los 35, las posibilidades de concebir se reducen y el embarazo tiene mayores riesgos, tanto para la mamá como para el bebé.
(Ver: La llegada de un hermano: ¿cómo preparar al hijo mayor?)
Sigue a Cromos en WhatsApp¿Pero qué pasa cuando ese reloj no está en sintonía con nuestra realidad? Para convertirse en madre no solo basta un cuerpo con las condiciones ideales para la maratónica tarea de traer a un bebé al mundo; también se requiere una mente preparada emocionalmente para enseñarle a ese nuevo y pequeño ser humano a habitarlo con todas las incertidumbres que eso implica.
Marcela Pérez Arjona, 45 años
“Fui afortunada. Sé que no es fácil que una mujer a mi edad pueda concebir y tener un hijo de forma natural. Yo tuve dos”: Marcela.
En mi casa siempre me dijeron que antes de casarme tenía que estudiar, tener una carrera y estabilidad económica. Eso hizo que me enfocara en mis metas profesionales y postergara mi vida personal. Sin embargo, en mi mente siempre estuvo el plan de ser mamá.
Cuando cumplí 38 años el deseo de tener un hijo creció. Ya era el momento. Pero no tenía a mi lado una pareja. Eso me afectó mucho. Veía a mis amigos que tenían sus hijos y pensaba yo por qué no. Hasta que una amiga me presentó a alguien. Las cosas se dieron y hoy, es mi esposo y el padre de mis dos hijos.
Cuando mi esposo y yo decidimos quedar en embarazo lo primero que hice fue ir al médico. Llegué con la preocupación de mi edad. Me hizo unos exámenes y determinó que todo estaba en perfectas condiciones. Dejamos de planificar y al mes quedé esperando. Fue un embarazo ectópico, es decir, el huevito se quedó en la trompa. Ahí me llevé una desilusión terrible. Le eché la culpa a la edad. El médico me dijo que no tenía nada que ver. Que esas cosas podían pasar. Que lo intentara de nuevo.
Pasaron siete meses y lo logré. Empecé a ir a los controles y el bebé iba bien, pero tenía mucho miedo del parto, sobre todo porque quería tenerlo de forma natural. En la semana 38, estaba en mi casa y rompí fuente, con mucho dolor, a la media noche. Me pusieron a dilatar y el bebé no bajaba. Me llevaron a sala de cirugía. Allí, a punto de tener la cesárea, las contracciones se hicieron más y más fuertes y nació mi bebé por parto natural.
Luego quise un hermano para mi hijo, y no podíamos darle espera. Quedé embarazada y al mes lo perdí. No se sabe la razón, pero yo calculo que fue por el estrés. Yo tenía demasiado estrés y demasiado trabajo. Esta pérdida me dio durísimo. Ya tenía 42 años y el tiempo se me acababa. El médico me dijo que, si ya había tenido un embarazo a término por parto natural, la edad no tenía nada que ver. Las pérdidas se dan. El problema es que sea algo recurrente. Me animé la última vez y volví a quedar en embarazo. A mi segunda hija la tuve tras cinco horas de parto. Fui afortunada. Sé que no es fácil que una mujer a mi edad pueda concebir y tener un hijo de forma natural. Yo tuve dos.
Son muchas las razones por las cuales las mujeres que quieren tener hijos postergan la maternidad. Algunas buscan crecer profesionalmente o alcanzar otras metas personales, como estudiar, viajar, salir, conocer personas. Otras quieren lograr una estabilidad económica que asegure el futuro de sus hijos. También están las que esperan la pareja ideal para formar esa familia anhelada, y las, menos afortunadas, que tienen problemas para concebir y el proceso les toma años.
(Ver: Cinco consejos para que la recuperación de la cesárea sea más rápida)
María Alexandra Figueroa, 45 años
"Siento que, por mi edad, la recuperación física fue más larga. Dos años después, la cicatriz todavía está sensible", Alexandra.
Tuve a mi bebé a los 44 años. Llegó a esa edad porque quería encontrar a la pareja indicada. Tenía claro que no quería ser madre soltera. Cuando conocí a mi pareja, arrancamos el proceso.
Primero visité al médico. Él me explicó que, después de los 35 años, todos los embarazos son considerados de alto riesgo. Nos aconsejó tenerlo por cesárea, porque era la mejor forma de controlar médicamente las complicaciones que se pudieran presentar y de asegurar que mi bebé nacería bien.
Intentamos concebir de manera natural, pero después de un año las cosas no se dieron. Volví al médico y me mandó un tratamiento que consistió, básicamente, en balancear mis hormonas, las cuales se alteran por motivos genéticos, de edad, de estrés... Dejan de regular procesos como el metabolismo, la función sexual y la reproducción. Este tratamiento implicó cambios en la alimentación, sueros para multiplicar los nutrientes en mi cuerpo y algunos medicamentos. Ocho meses después, quedé embarazada.
No tuve ninguna complicación, pero hay un momento terrorífico: cuando te hacen el tamizaje, un examen que detecta a tiempo cualquier anomalía con la que pueda venir el bebé. Cuando eres mayor de 40, tu hijo tiene un mayor riesgo de tener Síndrome de Down y ese es un miedo muy grande. Aunque, si ese hubiera sido mi caso, no me habría importado. Queríamos ser padres y estábamos preparados para recibir a ese bebé y darle todo nuestro amor.
La tuve por cesárea. Siento que, por mi edad, la recuperación física fue más larga. Dos años después, la cicatriz todavía está sensible.
No se puede pelear contra la biología
A partir de los 35 años, la cantidad de óvulos en nuestro cuerpo disminuye y su calidad se deteriora. En esa medida, vamos perdiendo la posibilidad de concebir de forma natural. En términos biológicos, la edad ideal para quedar en embarazo va de los 25 a los 35 años; no obstante, para muchas mujeres, ese no es el mejor momento para ser madres. Por suerte, para nosotras, los avances de la ciencia están de nuestro lado.
Existen alternativas como la fecundación in vitro, que consiste en fecundar un óvulo –propio o de una donante– con un espermatozoide –de la pareja o de un donante– en un laboratorio, para luego transferirlo al útero de la madre, donde continuará su desarrollo. Este método es el más popular y el que más se utiliza en mujeres mayores de 40 años. Pero también hay otro camino: la congelación de óvulos. Esta técnica garantiza que la mujer pueda tener sus óvulos jóvenes y sanos disponibles para el momento en el que decida ser madre.
Con los años también aumentan los riesgos durante el embarazo. La madre tiene mayores posibilidades de sufrir complicaciones, como preeclamsia, diabetes gestacional, hipertensión arterial o un parto prematuro. Por el lado del bebé, el principal problema son las alteraciones cromosómicas, como el Síndrome de Down. La ginecobstetra Giuliana Puccini Santamaría hace una aclaración al respecto: “Los problemas cromosómicos se dan porque el óvulo está envejecido y esto deteriora el material genético. Por lo tanto, esto aplica si se trata de un óvulo propio. Cuando una fertilización in vitro se hace con un óvulo donado, y la donante es una mujer joven, el riesgo se suple. En conclusión, una paciente que se embaraza con un óvulo donado tiene el riesgo de la edad de la mujer que lo donó”.
A pesar de los riesgos, durante los meses de gestación, la ciencia también está lista para ayudarnos. La mayoría de complicaciones pueden estar bajo control o detectarse a tiempo con la realización de exámenes y chequeos periódicos. “Es una realidad que más o menos el 10% de los partos que se están atendiendo hoy en día son de mujeres con más de 40 años”, dice Puccini Santamaría.
(Ver: Seis consejos para prepararse mentalmente antes del parto)
Dennisse Arcila López, 42 años
“El viaje para mí duró cinco años en los que lloré, me sentí miserable, peleé con mi esposo, con Dios, con todo el mundo”: Dennisse.
Nos guardamos el secreto durante cuatro meses hasta que los médicos nos dijeron que estaba creciendo bien. Mi esposo y yo atravesamos un largo camino de cinco años y cuatro fecundaciones in vitro que nos dejaron exhaustos física y emocionalmente. Sin embargo, decidimos intentarlo una última vez. Nos la jugamos toda en un último in vitro que llevamos a cabo sin contarle a nadie.
Años atrás, el médico me lo dijo de frente y sin ninguna consideración: “Usted cumple 35, la tasa de probabilidad de que quede embarazada se nos va al piso. A los 35 usted va a ser muy vieja así que le toca correr con el tratamiento”. Me sentí agredida como mujer.
El primer in vitro lo hice en un lugar donde me sentía confiada. No funcionó y ahí comenzó el quiebre emocional. Me habían llenado de expectativas que, ahora dudo, fueran reales. Me habían dicho que nueve de cada diez mujeres que se sometían al tratamiento quedaban embarazadas. Pero cuando uno se mete realmente en este proceso sabe que eso no es cierto.
Busqué otra clínica que me hablara con más honestidad al respecto. Un lugar medianamente humano, porque en todas partes te cobran, te venden combos de in vitros, y queda claro que el negocio está por delante. Por fin conocí a una médica que me habló con la verdad: “Puede que te embaraces, puede que no, la tasa de éxito es superbajita. Puede que hagamos muchos tratamientos, no lo sé, solo Dios sabe si tú vas a ser mamá. Pero podemos intentarlo con las mejores herramientas. No pierdas la esperanza”.
Hice cinco tratamientos en total. El último me dio a mi bebé.
Una maternidad madura
Los procesos que vivieron Marcela, María Alexandra y Dennisse para quedar en embarazo fueron totalmente distintos, aunque los tres estuvieron cargados de incertidumbre, ansiedad, presión y, muchas veces, de frustración. “Esto es como montarse en una montaña rusa de emociones. El viaje para mí duró cinco años en los que lloré, me sentí miserable, peleé con mi esposo, con mi mamá, con Dios, con todo el mundo. Te preguntas ‘por qué a mí’, ves niños en todas partes y reprochas no poder tener el tuyo. Te encuentras todos los días con emociones que no sabes cómo manejar”, explica Dennisse, que, a partir de su experiencia, quiere ayudar a las mujeres que hasta ahora se van a embarcar en este camino. (Si te encuentras en el mismo proceso y quieres contactar a Dennisse para conocer su historia, escríbele al correo d_arcila@yahoo.com o al instagram @dennisse_arcila)
Pero cuando la maternidad llega por fin, cuando ese deseo que parece inalcanzable se materializa, ocurre todo lo contrario. La claridad aparece. La madurez que dan los años brota porque existe la certeza de que para eso se estuvieron preparando toda la vida. “La edad trae ventajas. Todo el mundo dice que uno va a tener menos energía para tirarse al piso y jugar con los hijos. Claro, el cuerpo se cansa, pero también es cierto que, en este momento, en el que ya he vivido todo lo que quería vivir a nivel profesional y personal, hoy me puedo enfocar completamente en ellos, física y mentalmente”, afirma Marcela.
“Cuando yo tenga tantos años mi hijo tendrá…”. Todas tienen clara esa cuenta. A todas les ha generado temor. Pero para ninguna es un problema. Ellas y sus parejas tienen claro que a corto y mediano plazo el plan es vivir con toda la intensidad posible la niñez y la adolescencia de sus hijos. A largo plazo –como ocurre con padres de cualquier edad–, ya se están preparando para asegurarles un buen futuro. “Desde que tomamos la decisión de ser padres nos programamos para eso. Para que ella tenga asegurados sus estudios y las cosas que vaya a necesitar. Pero hoy estamos enfocados en vivirla cada segundo. Somos superactivos, salimos, programamos caminatas, actividades al aire libre, viajamos, jugamos. No queremos que ella nos conozca cansados. Queremos que ella nos recuerde jóvenes y con energía”, termina Alexandra.