Salta, grita, corre… ¿Qué hacer con tanta energía?
Jugar sin ensuciarse la ropa ni hacer daños, permanecer sentados y quieticos en toda reunión o hablar sin cometer una que otra imprudencia. No son acciones o conductas que definan la esencia de los niños, que por instinto natural prefieren correr, saltar, gritar, desarmar sin volver a armar o tirarse en el prado sin importarles si está limpio o embarrado.
Sin embargo, así quieren ver siempre algunos padres a sus hijos pequeños, sin permitirles disfrutar cada etapa de sus vidas ni haciendo y experimentando lo que les corresponde según su edad y nivel de madurez, y sin tener presente que aún no están en capacidad de portarse y actuar como ellos quisieran.
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“Las diferentes etapas en el desarrollo humano tienen unos retos asociados y aprendizajes derivados que deben superarse. Los niños aprenden a través de sus sentidos y de la experiencia; por esta razón, es importante exponerlos a juegos con los que puedan explorar el mundo a través de sus sentidos y del movimiento. Esto asegurará que logren las habilidades y los aprendizajes requeridos para continuar satisfactoriamente con su proceso de desarrollo”, nos explica la psicóloga Julia Solano, con formación en Maestría en Psicología Evolutiva, Familia, Educación e Intervención, de la Universidad Santiago de Compostela.
Si tú deseas que tu hijo a los dos años tienda su cama sin que queden arrugas, o que a los cuatro se bañe solo, prepare su desayuno o haga mandados cerca a la casa y lleve bien las cuentas, estás esperando más de lo que puede dar, obligándolo a saltarse ciclos y experimentar otros antes de tiempo.
Pero este interés de que asuma en cada momento un excelente comportamiento y excesivas responsabilidades, en pocas palabras, de convertirlo en un “pequeño adulto”, altera el proceso normal de su desarrollo integral, ocasionándole diversos inconvenientes de orden físico, emocional y de identidad, como, por ejemplo, la inadaptación a su círculo social al no tener una buena capacidad para relacionarse con compañeros del colegio o vecinos de la cuadra.
“No puedes salir a jugar, tienes otras obligaciones en casa”, “Hoy te dedicarás exclusivamente a tu clase de música y mañana a estudiar todo el día” ¿Y los amigos? No habrá tiempo ni espacio para ellos, y permanecerá solo al no poder compartir momentos agradables con quienes tienen edad similar.
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Además, no tener la oportunidad de hacer travesuras, de subirse a un árbol, de explorar cada rincón de la casa, de ver un programa de televisión que le gusta o de “cansarte” con sus preguntas, algunas inoportunas, será motivo de otros componentes desestabilizadores para el presente y futuro de tu pequeño, al causarle frecuentemente tristeza, aburrimiento, ansiedad y agresividad, entre otras reacciones.
Como puedes ver, las consecuencias de querer que tu hijo actúe como una persona mayor son diversas y muy devastadoras en términos de desarrollo emocional. Así lo afirma Julia Solano, psicóloga experta en nuevas tecnologías y familia, quien complementa afirmando que “exigir al niño un comportamiento o una responsabilidad que corresponde a un nivel de desarrollo diferente al de su edad, lo somete a una tensión constante que le genera angustia y frustración, ya que siente que nunca podrá cumplir con las expectativas de sus padres. Esto puede ocasionarle grandes inseguridades, bajos niveles de autoestima y depresión, que se trasladarán a su forma de relacionarse, generándole dificultades para asumir funcionalmente las diferentes situaciones a las que se vea expuesto en su vida”.
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Dichos factores de riesgo te dejan una enseñanza: que es momento de dejar a tu niño ser niño, porque no hay afán de que crezca y madure más rápido de lo que debe, y para que todo suceda a su debido tiempo, un buen comienzo es poner en práctica las siguientes sugerencias:
Déjalo Jugar, jugar y más jugar. Antes que cualquier otra cosa, lo indispensable para tu pequeño es jugar, solo, con amigos, con sus hermanos o contigo. A cualquier actividad lúdica o de esparcimiento se le apunta, porque es una necesidad que lo irradia de felicidad por más sencilla que sea, siempre y cuando no implique ningún riesgo y esté acorde con su edad. Para otras tareas deportivas, artísticas, sociales, etc., ya habrá tiempo.
Permítele equivocarse. Al imponerle tantos deberes y exigirle resultados y comportamientos intachables en cada cosa que dice o hace, lo presionas sin razón y sin compasión, provocando en él angustias y miedos, y olvidándote que errar es de humanos y que en un niño son más comprensibles los errores. Por eso dale la oportunidad de ensayar, explorar, divertirse, hacer pilatunas y, por supuesto, fallar.
Ponle atención. Tiene algo que decirte, tal vez lo que le gustaría realizar o cómo se siente cuando lo regañas, castigas o reprimes por no ser el hijo perfecto que quieres formar, y por no hacer tu santa voluntad ni cumplir al pie de la letra con tus mandatos. Una buena comunicación entre los dos permite que comprendas sus necesidades y que aprendas a valorarlo, respetarlo y quererlo con sus aciertos y errores, virtudes y defectos.
Todo con cariño. Incluso al ejercer la disciplina o darle una orden debes demostrarle amor y respeto. Acuérdate de que es niño y que muchos de sus actos los hace espontáneamente y aún sin entender con precisión determinados conceptos y disposiciones. Hay diferencia entre decirle: “Es que eres pendejo; se baja de ahí o lo acabo a golpes” y “Cariño, bájate con cuidado porque de pronto te caes y te duele”. ¿Cuál expresión te parece más indicada?
Sé coherente. Tú y tu pareja no tienen por qué ser expertos en crianza, pero si es esencial que tengan idea de cómo proceder ante cualquier circunstancia, experiencia o vivencia relacionada con tu niño, teniendo siempre presente la etapa que está viviendo y su grado de madurez y discernimiento.