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Permitir o castigar al niño vulgar: ¿Qué hacer cuando tus hijos dicen groserías?

Todavía no se han inventado una app que nos cuenten las groserias que decimos a diario. Quizás lo anterior solo se lo preguntan las personas que tienen hijos en proceso de formación. Muchas madres y padres consultan ¿es mejor dejar las vulgaridades en la calle o darles manejo dentro del hogar? Cromos te trae una entrevista a una doctora con orientación en neurociencias cognitivas aplicadas.

Por Redacción Cromos
18 de septiembre de 2024

¿Cuál fue la primera grosería que aprendimos? ¿Cuál es la más reciente? ¿Y la última de nuestra vida? Para la Real Academia Española, grosería es “descortesía, falta grande de atención y respeto”. Y soez es “bajo, grosero, indigno, vil”.

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Vulgaridad encuentra su sinónimo en “ordinariez, chabacanería, grosería, trivialidad, zafiedad” (RAE). Todos los significados están envueltos con un manto prohibido, incluso en la adultez. Los mayores podemos ser groseros en determinados espacios (esparcimiento, practicando un deporte, entre otros); los niños, en cambio, en la mayoría de casos tienen vedadas las palabras soeces.

Sobre su uso en la infancia vinimos a hablar con la psicología Yaneth Urrego Betancourt.

¿Qué pasa cuando un niño dice muchas groserías?

¿Qué pasa cuando un niño dice muchas groserías?

Fotografía por: pixabay

Lo que pasa cuando un niño dice muchas groserías

¿En qué momento se puede volver problemático el uso de la grosería en menores?

Debemos considerar que las groserías están asociadas al aprendizaje del léxico, es decir, el número de palabras que vamos incorporando a nuestro lenguaje con una finalidad y un contexto. Por lo general no surgen de manera espontánea sino se aprenden en el contexto familiar, escolar o cultural, lo que determina su intencionalidad y su uso. En la actualidad muchos jóvenes utilizan las groserías como un lenguaje propio de su grupo y pueden volverse espontáneas como simplemente un medio de expresión. Sin embargo, en un gran número de casos estás hacen parte de acciones de agresión frente a una persona o situación, por tanto, su uso puede implicar una mala adaptación y manejo en las relaciones interpersonales, cuando se acompañan de esta intencionalidad o es la forma más frecuente de expresar las emociones o arreglar los conflictos se vuelven problemáticas. Al igual cuando van en contravía de los valores o costumbres de las personas con las que se convive, generando conflicto y malestar.

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¿Cómo debería ser la relación entre el control (la vigilancia) de los padres y dejar que las usen?

Más que controlar, lo primero a revisar es identificar sí los mismos padres las usan en su cotidianidad y ante qué situaciones. Los cerebros de los niños desde etapas preverbales son observadores del contexto y de la forma en que se usa el lenguaje, absorbiendo y aprendiendo la forma de solucionar los conflictos, manejar las situaciones y relacionarse con los otros. Sí los padres usan groserías, no son el mejor ejemplo para que sus hijos no las usen, por tanto, son ellos primero quienes deben corregir esta conducta y ser más bien un modelo que se puede cambiar.

Sí el uso se da por los amigos o el colegio, de manera asertiva se puede explicar al niño o al adolescente que hay otras formas más adecuadas de expresarse. De igual forma poner limites dentro de la casa para que no se usen, pero está regla debe ser seguida por todos, padres, hijos, familiares, amigos y quién se encuentre en el hogar. Cuando se usen, solicitar siempre de manera asertiva, que exprese lo que desea de una forma más adecuada. Si la situación lo permite, no seguir la conversación hasta que no se realice sin el uso de groserías y no mantener conversaciones cuando se presente el uso de groserías, en especial si van dirigidas con la intención de ofender.

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¿Cómo deberíamos abordar el uso de las groserías con nuestros hijos?

Desde muy pequeños no usarlas, así en otros contextos se usen. Como toda conducta no deseada, desde la primera vez no debe ser reforzada, es decir, así sea a “media lengua” o cuando están pequeños si se aplaude o causa risa, el niño no aprende que es una palabra inadecuada, sino que es algo permitido que genera aceptación de los demás. Tampoco hay que regañarlo o gritar ya que lo único que esto genera es ansiedad y aprehensión, al igual se convierte en un reforzador, porque de todas formas se genera un mecanismo de atención sobre esa conducta inadecuada.

Por tanto, lo que es más pertinente es corregir de forma tranquila la forma en que debe dirigir su comunicación a las personas, cosas o situaciones. Los seres humanos tenemos la capacidad del uso de la palabra para crear lazos sociales con relaciones interpersonales significativas y duraderas, por tanto, reflexionar con el niño y adolescente sobre las consecuencias de su lenguaje en las relaciones que teje es importante. Así, lo que más debemos reforzar es el uso adecuado de la palabra y las conductas que queremos que nuestros hijos aprendan, pensar más que en “No usar groserías” que otras palabras tienen un efecto positivo en las relaciones y en el manejo de las situaciones.

¿Prohibir las groserías reprime emociones?

Es necesario analizar en qué circunstancias se dan las groserías, su intencionalidad y frecuencia. Lo que debe priorizarse es la emoción y entender por qué las groserías se convirtieron en la única forma de expresar las emociones, cuando hay mejores estrategias para la regulación emocional. Una vez se exprese la emoción y logre gestionarse, es necesario dialogar con el niño sobre esas estrategias que son más efectivas, de pronto no de manera inmediata, sino en un momento más apropiado. Las groserías se vuelven un mecanismo inefectivo para solucionar problemas o comprender las situaciones que generan las emociones intensas. Sí los padres o adultos no usan o no conocen mejores estrategias de expresión o regulación emocional, es aconsejable acudir a un psicólogo que les enseñen y brinden esas herramientas.

¿Cuándo la grosería es patológica tanto en menores como en adultos?

Cuando se vuelve una conducta disruptiva, es decir, daña la dinámica del grupo, causa malestar en los demás y es la única forma de comunicarse, además de no ser adecuada en el contexto que se usa, como por ejemplo el colegio, las aulas de clase, en una relación laboral, en una relación de pareja.

Además, cuando se acompaña de desregulación emocional o cuando se utiliza de manera violenta con el ánimo de agredir y lastimar a los demás, agrandando los conflictos y permitiendo que escale la violencia, lo cual preocupa porque puede conllevar a situaciones de lamentar como agresiones físicas o hasta homicidios.

¿Por qué se condena más el uso de las groserías que las expresiones que revictimizan o perpetúan el machismo y el racismo?

Por una parte las groserías o palabras ofensivas son más fáciles de identificar como una agresión verbal que acompaña situaciones conflictivas que han escalado a la violencia, mientras que otras palabras son normalizadas dentro de la cultura y aspectos como el machismo o el racismo, no se expresan solamente con palabras, sino tiene una gama más amplia de conductas, verbales y no verbales, al igual se minimizan o se aceptan a través de la música o costumbres, sin que se hable abiertamente del tema. Sin embargo, aunque aún nos falta, en Colombia se ha realizado un trabajo continuo en la inclusión y la diversidad, logrando que también haya una mejor identificación de actos y palabras de discriminación, es más un aspecto de consciencia social. Las groserías se han identificado de manera histórica, con el fin de ofender a alguién por su forma de ser o mencionando a un ser querido, como el caso de la mamá, lo cuál logra desbordar al otro, que es en sí su propósito cuando se utiliza de manera violenta.

*Yaneth Urrego Betancourt es docente de la Escuela de Posgrados de la Fundación Universitaria Konrad Lorenz.

Por Redacción Cromos

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