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Mitos y verdades sobre las vacunas

Los padres primerizos no saben qué creer ni a quién. Esta guía está pensada para darles luces entre tantas sombras.

Por Redacción Cromos
09 de mayo de 2018
Mitos y verdades sobre las vacunas
Mitos y verdades sobre las vacunas

Por: Nátaly Londoño

 

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Carolina y Emily se graduaron el mismo día: el 4 de enero. Caro, estaba gordita, ansiosa y asustada, claro, pero también llevaba dos florecitas invisibles en los ojos y una sonrisa que no se le caía nunca del rostro. Así la pensábamos siempre los que estábamos del otro lado del universo, durmiendo felices boca abajo, los que nada de antojos, nada de citas médicas, nada de controles prenatales, nada de vacunas. Nosotros, los que no sabemos cómo es eso de que te crezca un niño adentro y nos conformamos con ponerle la mano en la panza a la mamá, para que la bebita patee, y así estar seguros de que el mundo entero es muy hermoso. Todo lo que supe del embarazo de Caro fue esto que les cuento. Pero también vi las caras de emoción de la familia de ambas y soñé con que Emily nos dejara verla sonreír en esos trocitos de papel que llaman ecografía. De este lado de mi mundo, las cosas se me hicieron muy fáciles y muy color de rosa. 

 

Lo complicado me pareció cuando empecé a darme cuenta de que a los nenes no se les cría únicamente con mimos y con leche materna. Por ejemplo, hace unos días llamé a Caro para preguntarle si se había puesto la vacuna contra la tosferina –se lo pregunté porque debía escribir un artículo sobre algo que no estaba en mis puntos focales–. Ella me dio una clase de medicina pediátrica en cinco minutos: me contó que se había puesto la vacuna contra la tosferina y la de la influenza y la DPTa, y me explicó que esas vacunas se las ponen a las mamás, con el fin de que en su organismo se generen anticuerpos que pasen, a través de la placenta, al feto, y así se genere una protección en el bebé. Me contó que una vacuna “es una sustancia que se administra a una persona para estimular la producción de defensas (inmunidad) contra un germen determinado, sin los peligros que supone la infección natural. Esas vacunas contienen partes del germen o sustancias similares que han sido tratadas para que estimulen la inmunidad sin producir la enfermedad. Por eso es tan importante vacunar a nuestros bebés: porque evita que se contagien de enfermedades que tienen efectos irreversibles y perjudiciales para la salud, y se disminuyen las tasas de mortalidad”.

 

Además me mandó todas las fotos del carné de vacunación de Emily, me explicó cuáles son los efectos secundarios de las vacunas (fiebre, malestar, hinchazón) e incluso cómo se manifiestan las enfermedades. Me contó cómo es el proceso diario para monitorear que Emily esté bien de salud (tomar la temperatura, ver que el color de la piel esté normal, etcétera).  

 

Me quedé en silencio y me devolví en los temas: “Ahora me contabas que te aplicaste la vacuna de la tosferina, pero, te explicaron qué era, por qué debías ponértela”. “Sííí. Obvio. Me explicaron todo. Mira, la tosferina es una enfermedad respiratoria que parece un simple resfriado: al principio empiezas a ver a la bebé con tosecita y secreción nasal, y luego sucede que la tos permanece intacta por varias semanas e incluso la bebé puede empezar a  tener fiebre y a vomitar por la irritación en la garganta. Me explicaron que se contagia por vía respiratoria, por las gotitas exhaladas al respirar y hablar, y por el contacto con las manos. Aunque es muy molesta en los adultos, les va peor a los niños, porque para ellos puede ser una enfermedad tan peligrosa que llega, en ocasiones, a provocarles insuficiencia respiratoria y cianosis, que es cuando la piel, por falta de oxígeno, se empieza a poner azul”.

 

Entonces, ¿por qué debía ponérsela ella? Porque de lo contrario la vida de la bebé estaría en riesgo. “Vale, y, ¿te dijeron que solo tú debías ponértela?”. “No. Me exigieron que el entorno cercano en el que la bebé se iba a mover se la pusiera. Se la puso mi esposo y los abuelos de la nena”. “¿Y te dieron indicaciones para las demás personas que fueran a visitarlas?”. “Emm, sí: primero que nadie con síntomas de una enfermedad respiratoria diferente a nosotros (la mamá y el papá) debía estar en contacto con Emily. Segundo, que si al menos uno de nosotros tenía una infección respiratoria debía usar tapabocas todo el tiempo y debía estarse lavando las manos constantemente. Y tercero que, en general, si cualquiera quería cargarla y estaba bien de salud, pero no tenía la vacuna, debía también lavarse las manos a menudo y, por último, que todo ese protocolo, digamos, se debía seguir hasta que le aplicáramos las vacunas a la bebé, es decir, a los 2 meses de nacida. Nosotros se la aplicamos el 5 de marzo”.

 

“Ya. Te pregunto todo esto porque estuve hablando con otra amiga, Xiomara, que acaba de tener una bebita hace un mes y cuando le pregunté por este rollo de la  tosferina me comentó que no había tenido instrucciones, que no le explicaron todo de lo que tú me cuentas y, bueno, me pareció curiosa la brecha entre la comunidad médica”. Silencio. Después le pregunté si había escuchado que algunas vacunas producían autismo, pero Caro me respondió de inmediato que eso era un mito. “Me imagino, es que según estuve leyendo antes de llamarte, los mitos me parecieron la enfermedad crónica de las vacunas”. Y las dos nos reímos, nos despedimos y colgamos el teléfono. Después encontré a dos personas que me ayudaron a resolver las dudas: a Luisa Santander Peláez, pediatra del Hospital Pablo Tobón Uribe; y a Carolina Arenas Ruiz, pediatra de Salud Sura, ambas docentes de Pediatría de la Facultad de Medicina de la Universidad CES. 

 

Lo primero que les pregunté  fue: ¿Por qué hay tantos mitos frente al tema de la vacunación? Y ellas me contaron que “existen movimientos antivacunas que consideran que las infecciones para las cuales protegen las vacunas no son tan peligrosas, hay otros que dudan de la verdadera protección que estas pueden dar y otros creen que son peores los efectos adversos que el mismo beneficio, pero la verdad es que son más las ventajas de un esquema de vacunación completo, que los efectos adversos. Muchas de las críticas están basadas en una cultura del miedo y de desinformación, y, lastimosamente, solo cuando esas posiciones equivocadas empiezan a cobrar la vida de cientos de niños es que muchos papás cambian de pensamiento”. 

 

Después, las médicas me explicaron por qué la mayoría de esos mitos que escuché o encontré en la web son falsos. 

 

No tengo que cuidar a mi bebé de la tosferina porque es una enfermedad que erradicaron hace tiempo. La paranoia de ahora es moda o negocio. Falso.
No es que la enfermedad haya desaparecido, es que las altas tasas de vacunación la han controlado; sin embargo, desde hace un par de años reaparecieron brotes epidémicos: en el 2015, la OMS emitió un comunicado en el que indicaba que la tosferina era una "importante causa de mortalidad infantil en todo el mundo, y continúa siendo un importante problema de salud pública, incluso en los países con una alta tasa de vacunación". El comunicado venía acompañado de datos del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades: “En el 2013, la tosferina mató a 63.000 niños menores de 5 años, en todo el mundo”. Sin embargo, en el 2016, el periódico español ABC publicó un nuevo panorama, una página completa acerca de la enfermedad, donde se concluía que “a escala global, la tosferina afecta cada año a más de 40 millones de personas, con una mortandad estimada en más de 300.000, que, por lo regular, son neonatos”. En Colombia, el panorama no es muy alentador: en septiembre del 2016, el Instituto Nacional de Salud emitió un boletín epidemiológico en el que confirmaba que hasta ese momento, en lo corrido del año, se notificaron 369 casos de tosferina, de los cuales el 79,9 % se presentaron en menores de un año. El informe incluía, además, el dato de 10 muertes por la misma causa. Ahora, ¿por qué hay que seguir un protocolo tan estricto en el cuidado de los niños contra la tosferina? Porque la vacuna, en general, no ofrece una protección inmunológica muy prolongada, lo que quiere decir que los adolescentes y los adultos, incluso si fueron vacunados en la niñez, tienen un alto riesgo de infección y, por ende, de transmisión de la enfermedad a los más pequeños. Para los mayores, este tipo de infecciones no implica las mismas complicaciones o eventos adversos graves, contrario a lo que ocurre con los recién nacidos, o con los niños en sus primeros meses de vida. Esto sugiere que las personas en el entorno más cercano a los niños deberían estar vacunadas para prevenir la transmisión de la enfermedad y disminuir las tasas de hospitalización, el ingreso a cuidados intensivos y la mortalidad. Esto se conoce como plan capullo. 

 

La vacunación no es necesaria si tengo las mejores condiciones de higiene. Falso. 
Aunque es cierto que la buena higiene ayuda a controlar ciertas infecciones, si no mantenemos al día el carné de vacunas, las enfermedades volverán a resurgir y propagarse. Por eso, en algunos países, al caer las tasas de vacunación reaparecen enfermedades, como el sarampión, la tosferina y la difteria.

 

Las vacunas conllevan efectos secundarios nocivos y de largo plazo que aún no se conocen. Falso. 
A las vacunas, antes de ser aplicadas, se les realizan estudios científicos para la evaluación de su seguridad y de sus efectos secundarios, los cuales pueden ser: inflamación en el sitio de la vacuna, fiebre y malestar. Es decir, de ningún modo son efectos perjudiciales para la salud de los pacientes.

 

La vacuna combinada contra la difteria, el tétanos y la tosferina, así como la antipoliomielítica pueden provocar el síndrome de muerte súbita (SMSL) . Falso. 
No se ha demostrado una relación causal entre estas vacunas con la muerte súbita. Lo que sucede es que esas vacunas se administran a una edad donde esos eventos tienen la más alta frecuencia de aparición. El SMSL se presenta con o sin vacunación y, si dejamos de vacunar a los niños que tienen entre 2 y 4 meses, corren el riesgo de contraer enfermedades que les pueden causar la muerte o una discapacidad severa.

 

Las enfermedades prevenibles mediante vacunación están erradicadas en nuestro país. Falso. 
Las enfermedades prevenibles mediante vacunación no han desaparecido, pero tienen pocas posibilidades de manifestarse, gracias a las altas tasas de vacunación que se tienen en la actualidad.  Cuando las tasas de vacunación bajan, vuelven a aparecer, ya que los agentes infecciosos siguen circulando. 

 

La gripa es solo una molestia. Falso.
 La vacuna no es solo para la gripa, también es para generar defensas contra el virus de la influenza (causante de millones de muertes anuales en todo el mundo). Las personas más susceptibles son los niños, las embarazadas y pacientes que sufran enfermedades cardiacas o pulmonares.

 

Es mejor que mi bebé se vuelva inmune por la enfermedad que por las vacunas. Falso. 
Las vacunas son mejores que tener la enfermedad, porque ayudan a desarrollar la respuesta inmune sin producir las consecuencias que sí supone la infección natural: discapacidad a largo plazo, hospitalizaciones prolongadas e incluso la muerte.

 

Las vacunas pueden causar autismo. Falso. 
Un estudio publicado hace varios años planteó un posible vínculo entre las vacunas del sarampión, la parotiditis y la rubéola con el autismo, pero el estudio tenía problemas metodológicos graves. La revista que lo publicó retiró el artículo y ofreció disculpas. 

 

No voy a vacunar a mi bebé, porque las vacunas contienen mercurio. Falso.
Desde el 2001, la gran mayoría de vacunas no contienen timerosal, o contienen solo trazas del mismo. Sólo la de la influenza contiene más que trazas y, aun así, comernos una lata de atún nos expone a mayores concentraciones de mercurio en la sangre que una sola dosis de vacuna.

 

La administración simultánea de varias vacunas puede aumentar el riesgo de efectos secundarios nocivos, que pueden sobrecargar el sistema inmunitario del bebé. Falso.

Los niños están expuestos a múltiples agentes extraños a diario, más de los que contiene una vacuna. Por fortuna, nuestro sistema inmune está preparado para reconocer y combatir una cantidad casi ilimitada de antígenos.

 

La leche materna le da a mi bebé la protección que necesita, sin necesidad de las vacunas. Falso.
La lactancia materna provee una cantidad de factores específicos, como las inmunoglobulinas, que la hacen que sea una fuente primordial de defensa contra infecciones, aun así, con todas sus cualidades y beneficios, no reemplaza el uso de las vacunas.

 

Ahora que sé por qué es importante que estemos vacunados, entiendo por qué fuimos tan sanos en casa. Y me queda una duda en la cabeza: ¿Por qué a la gente le encanta ponerle 5 patas al gato? Según la Organización Mundial del Trabajo, por  esta práctica se evitan entre 2 y 3 millones de muertes al año. Es lógica estadística, no cultura del miedo. “Gracias a la intensificación de las campañas de vacunación se redujo la mortalidad mundial por sarampión en un 74% y la incidencia de poliomielitis en un 99%”. En fin.

Por Redacción Cromos

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