Publicidad

Carolina Vélez teje identidad en piezas protagonistas

Oropéndola, un ave que teje su nido colgante es el nombre de la marca que creó Carolina Vélez para expresar su pasión por la artesanía. Con sus diseños impactantes, que mezclan macramé y joyería, quiere llevar los accesorios a otro nivel.

Por Beatriz Arango
09 de octubre de 2015
Carolina Vélez teje identidad en piezas protagonistas

Carolina Vélez teje identidad en piezas protagonistas

Todos los caminos la condujeron a la artesanía. A la expresión más ancestral y pura de la creatividad humana. Esa en la que el hombre cuenta las historias de su vida, las teje gráficamente sobre las piezas o las va contando mientras sus manos construyen una prenda.

Un profesor de la carrera Diseño de Vestuario, en la Universidad Pontificia Bolivariana, de Medellín, se lo dijo de manera exacta: “Usted es una recolectora tribal”.

Sigue a Cromos en WhatsApp

Y es que cada trabajo universitario estaba marcado por esta esencia, bien para contar historias en la materia marca de autor o en los planes de negocio que debía presentar en las aulas. Siempre había expresiones artesanales en las enormes piezas que los profesores evaluaban, una búsqueda de lo más auténtico.

Lo mismo le ocurría en cada viaje. Sus recorridos siempre tenían como destino los mercados populares y en sus conversaciones siempre estaba la palabra Colombia.

“En todos los trabajos de mi carrera volvía al concepto de lo étnico y lo tribal. Cuando buscaba y definía mi perfil, volvía a lo mismo.

Siempre estaba cazando datos de las diferentes culturas para adaptarlas a mi estilo y todos mis trabajos iban hacia allá. Ese era mi perfil del consumidor. Y cuando lucía mis piezas en la universidad, me paraban a hacerme fotos”, cuenta Carolina, quien acaba de participar en la feria BCapital, que organizó Inexmoda en Bogotá. 

Esos gestos de los docentes y de los compañeros de estudio le fueron proporcionando las pistas para entender un camino.

Cuando la universidad participó en Ixel Moda, en Cartagena, Carolina llevó sus diseños y empezó a definir la esencia de una marca que hasta entonces no tenía nombre. “Le dije a la profesora que mi búsqueda eran piezas protagonistas, que yo quería que los accesorios dejaran de ser un complemento de los atuendos. Ahí empezó la búsqueda de los artesanos e incorporé la joyería como detalle sofisticado y enriquecedor”.

Cada paso y cada nueva conversación que suscitaba su trabajo, le fueron dando a Carolina las pistas para afirmar la identidad de la marca. Los detalles de joyería le ayudaron a reforzar el concepto de que estaba diseñando una pieza de arte, con un mensaje claro, o una meta, si se quiere: llevar lo artesanal a otro nivel y ponerlo en un contexto actual. 

El trabajo de grado siguió este proceso y en el desarrollo del proyecto se preguntaba cómo agregarles innovación a las técnicas ancestrales, conservando lo artesanal. Así fue. Encontró un material que sobraba de la confección, el retal de algodón, que sometió a un proceso de encerado, para que se adaptara mejor al movimiento de las manos que lo tejerían. Invitada a mostrar su producto en la feria Colombiamoda y a una feria en Miami, ella confiesa que aún no se sentía muy segura de lo que estaba haciendo, no se sentía preparada. Algo le faltaba.

Mientras trabajaba en la marca Tennis, mantuvo activo su “departamento de preguntas vitales” y al año comprendió que el mundo de la artesanía como expresión la apasionaba demasiado y la llamaba con insistencia. Dejó su trabajo y partió a Florencia a estudiar una maestría en gestión y administración de marcas de moda, en Polimoda. 

Allí, donde se vive la pasión por la moda, donde se respira estilo,  vivió de lleno la certeza de su intención. Sumado a que los italianos la detenían en la calle a preguntarle por lo que llevaba puesto, se fijaban en los detalles y querían oír su historia. 

Al año regresó con la decisión tomada: iba crear una marca y a creer en su talento. “Recobré la seguridad, porque esto es lo que me apasiona, es lo que me gusta”. 

En octubre del año pasado diseñó su primera pieza de manera oficial. Decidió no negar lo evidente: su destino como diseñadora estaba señalado por una palabra de nueve letras: A R T  E S A N Í A.

 

 

collage1
Cortesía.

 

A los días fue invitada a una boda y se diseñó una maxi pieza negra que le cubría el pecho y que terminaba en tiras muy larga. Desde que estaba en la misa, sintió que todos la observaban, luego, en la fiesta, se acercaban para hablar de lo que llevaba puesto. Querían saber de dónde lo había sacado, cómo lo había elaborado, cómo se sostenía, si era pesado y porque despedía esos pequeños brillos.

“Empecé a hacer aros y elaboré 50. Al principio mi hermana decía que eran muy grandes y que nadie se los iba a poner. Se agotaron y hoy es la primera que me dice ‘Quiero el más grande para mí’”. 

La suerte estaba echada. Ahora faltaba un nombre poderoso. Que realmente representara la fuerza y esencia de su trabajo, porque Bitácora, como hasta ese entonces había llamado a su trabajo, por aquello de los viajes, no terminaba  de convencerla.

Las condiciones para el nuevo nombre eran simples, pero no por eso la búsqueda fue más sencilla. Que fuera femenino y que significara lo mismo en inglés y en español. En una visita a una finca ganadera en Montería conoció un gulungo, árbol en el que los pájaros llamados oropéndolas tejen su nido colgante. Todo estaba dicho: ¡la marca se llamaría Oropéndola! Por el oro de las piezas de joyería, por el tejido de nido y del macramé y porque los nidos cuelgan como un péndulo, a la manera de sus joyas sobre el cuello.

La búsqueda de los artesanos fue una tarea dispendiosa. Porque quería alguien que entendiera exactamente eso que ella dibujaba sobre el maniquí, y que les diera a sus piezas, en la producción, el protagonismo que luego tendrían en la exhibición.

Un empírico apasionado de 28 años, llamado Willie, y que se define como el Artista del macramé, fue la respuesta a esa búsqueda. Él dice que aprendió este arte en la calle, y en la elaboración de las piezas para Carolina lo acompañan su mamá, amigos y vecinos, con quienes trabaja en tardes y noches de conversaciones, en las que en las piezas tejidas van quedando historias, carcajadas, olores y vibraciones.

Carolina no deja de hacerse preguntas. Ahora, cuando se encarga de hacer los últimos nudos de las piezas, para estar segura de la calidad del producto, recuerda que cuando era niña tejía macramé con su mamá. Hoy quiere rescatar más técnicas para aplicarlas a sus piezas protagonistas.

 

 

Foto de apertura: Juan José Horta.

Por Beatriz Arango

Sigue a Cromos en WhatsApp
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar