El último grito de la moda en Colombia es sostenible
Estas tres mujeres se rebelaron contra la industria y decidieron crear ropa más ética con el medio ambiente y justa con los trabajadores.
Por Redacción Cromos
30 de noviembre de 2017
Por: María Paulina Baena Jaramillo.
Fotos: Óscar Pérez, Daniel Álvarez y David Schwarz.
Sinead Burke es una activista y bloguera irlandesa que mide 105 centímetros de estatura y nació con acondroplasia, una forma de enanismo en la que no se forman cartílagos. Durante su charla TED, Burke hace un inventario de todas las torpezas del diseño con las que se encuentra a diario una persona de su tamaño.
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Cosas como la imposibilidad de tomar la maleta de la banda en los aeropuertos; entrar a un baño público y no alcanzar el lavamanos, o tener que escalar con manos y pies las patas de una silla cualquiera para lograr sentarse. A medida que describe estos ejemplos, muestra cómo el mundo fue creado para las personas ‘normales’. Entonces se pregunta: “¿Para quién no estamos diseñando?”.
Esa misma pregunta pasó por la cabeza de Laura Áñez, Diana Gómez y Mariana Puerta. Tres colombianas que no solo buscan ser democráticas con sus diseños, sino que tienen la obsesión de ser éticas con el medioambiente y con la cadena de producción que está detrás de las prendas de ropa que producen.
Hablar con ellas es entender que la moda es cada vez más opresora. Un artículo en la BBC señaló que se trata de una de las industrias más contaminantes del mundo. Por ejemplo, el poliéster, la fibra más usada para hacer ropa, tarda más de 200 años en descomponerse. Y de acuerdo con Heather Knight, directora de la organización Fashion Revolution, para hacer una camiseta se necesitan 2.720 litros de agua, lo que normalmente una persona consume en tres años.
Fashion Revolution, de hecho, fue un movimiento que nació después de una tragedia. En el 2013, el edificio Rana Plaza, ubicado en Daca (Bangladesh), se derrumbó y dejó a 1.138 personas muertas y unas 2.500 heridas. La estructura de ocho pisos contenía cinco fábricas que le confeccionaban a marcas internacionales. Ese episodio resultó revelador para la industria y desató una ola de diseño consciente, que aspira a una moda más justa.
Precisamente, esa intención es la que ha marcado la carrera de estas diseñadoras colombianas. Decidimos conversar con ellas para entender cómo le están apostando a una moda que se sale de lo convencional.
“Diseño para la longevidad”: Laura Áñez
Estudió Diseño en la Universidad de los Andes, en Bogotá, y su fijación estuvo puesta siempre en los telares. Ese gusto la llevó a Montreal (Canadá), donde se especializó en diseño textil. Curiosamente, allá conoció el pelo de alpaca, un animal andino, parecido a la llama, que hace parte de la familia de los camélidos. Y tuvo que viajar hacia el norte para saber de ella, a pesar de que Perú y Bolivia, los países de donde es originaria, estuvieran a más de 7.000 kilómetros.
Desde entonces decidió que esa sería la materia prima con la que fundaría su empresa, Laura Áñez Textiles, en la que hace dos años hace ponchos, sacos, cuellos, chales y gorros. “Las alpacas viven en campos amplios y felices. La empresa a la que yo le compro la lana es una corporación de 1.200 familias de campesinos bolivianos”, cuenta Áñez.
Para ella, la alpaca era la oportunidad de desprenderse de las tendencias típicas de las grandes tiendas de moda que producen en masa y volcarse hacia lo que es más sutil. Porque su mentalidad no se reducía solo a hacer cosas estéticas, sino que además fueran útiles. La alpaca es una fibra aceitosa, repele los olores, es casi impermeable y dura para toda la vida. “Eso hace que sean objetos funcionales”, dice. Además, sus productos son versátiles: se pueden heredar, se usan con vestidos, sudaderas o jeans. “Es un diseño para la longevidad”, asegura Laura.
Hoy, ella misma teje sus diseños –junto a otras dos mujeres– en una casona ubicada en la calle 186 con séptima, en Bogotá. En sus tejidos siempre registran las texturas, los patrones y los colores de la naturaleza. A veces su gata Laila se sienta al lado de las máquinas de coser y sigue con la cabeza el movimiento de los hilos. Diseña para bebés, jóvenes y abuelos, pero no le gusta ver a la gente uniformada, por eso solo hace tres prendas iguales.
Ahora, el plan de Laura es explorar otras prendas, quizás unos crop tops, sacos más macizos o añadidos de cuero en sus diseños. Eso sí, nunca se le ha cruzado por la cabeza la idea de dejar la alpaca.
Los diseños de Laura Áñez Textiles se pueden encontrar en el Almacén Soluciones ubicado en la Carrera 5 N°26C- 17 o en la tienda de ropa Discrepante, de la Calle 85 N° 12-89, en Bogotá.
“El fast fashion es psicología del terror”: Diana Gómez
Para Diana Gómez, los abrigos son como las casas. Desde que empezó a estudiar Arquitectura sabía que esa disciplina guardaba mucha relación con la moda. “Para mí, la ropa es el primer espacio que habitas y los abrigos me protegen de la calle”, cuenta.
Le gustan los ángulos, las sombras, superpone estructuras en sus diseños, es milimétrica con los contornos de las mangas. Pero además tiene una fascinación porque cada prenda cuente una historia para evitar que se deseche. “Con este saco pasé mi primer invierno lejos de casa, entonces no lo boto y hago menos basura”.
Su marca, Diana Gómez Bogotá –que lleva el lema ‘happy and smart clothes’ (ropa inteligente y feliz)–, empezó porque se aburrió de ser una víctima más del fast fashion, esa tendencia que manufactura prendas muy rápido y a un bajo costo. Hace cuatro años se fue a estudiar a Barcelona (España) y allá le pareció sospechosamente barato comprar unos zapatos a 3,50 euros y que todos en la cadena de producción ganaran. A la par de su desazón con estos almacenes, descubrió que coser era la mejor manera de sacarse “cosas que tenía entre pecho y espalda”.
Cuando aterrizó en Bogotá, empezó a investigar sobre textiles. Vio la tragedia ocurrida en Bangladesh y supo que había una revolución de la moda que estaba empezando a hacer ruido: “¿Cuál es la necesidad de sacar una colección cada semana y media? ¿Cuál es la necesidad de decirle al cliente que siga consumiendo desaforadamente? Eso se llama psicología del terror”, dice enfática.
Diana se toma su tiempo en los diseños y lleva un álbum en el que va delineando su próxima colección. Allí recopila imágenes que la inspiran, como fotos de texturas, hojas de árbol que están caídas en el piso y hasta láminas de chocolatinas Jet. Todavía sueña con hacer completamente sostenible su empresa. Pero es consciente de las dificultades que esto trae.
Por ejemplo, explica que el tensel, una fibra alternativa del denim, que utiliza mucho en sus diseños, viene de la celulosa de los árboles. Aunque para su producción se deforestan hectáreas de bosque, es mucho más amigable que las fibras tradicionales con las que se fabrican los jeans.
Entonces nivela su producción con compensaciones. “Trato de producir el mínimo residuo posible. Tengo lo sobrante en cajas porque lo pienso para un puño luego, para un posible cuello o para subproductos, como carteritas”.
Diseña para mujeres comunes y corrientes. Y su filosofía es simple: “Si quieres ser más consciente con el planeta, tienes que mirar la ropa que usas con otros ojos”.
El almacén Diana Gómez Bogotá está ubicado en la Calle 69 N° 8-18, en Bogotá.
“Si el consumidor no presiona, el fabricante hará lo que quiere”: Mariana Puerta
A Mariana Puerta le encantaba cazar tesoros en los almacenes de segunda de Estados Unidos. Y por tesoros se refería a un vestido de seda, un pantalón Versace o una prenda Dior, a precios ínfimos, entre montañas de ropa. De ahí surgió su gusto por lo vintage. “Eran piezas atemporales, con una carga histórica y podían volverse actuales”, cuenta.
Hace ocho años, Mariana vivía en Nueva York y allí conoció a otras dos colombianas: Paula Beltrán y Camila Saldarriaga, las fundadoras de un blog de moda al que llamaron Little Ramonas y que desde el 2009 se transformó en su marca de ropa.
La idea inicial con el blog era vender piezas antiguas por Internet que tuvieran un look más contemporáneo, con intervenciones pequeñas. Tenía, además, un componente ecológico, porque la ropa no se convertía nunca en basura.
Cuando Mariana regresó a Bogotá, decidió hacer una tienda itinerante de ropa vintage para continuar con el proyecto. En bares o estudios colgaban toda la mercancía por una semana hasta que se vendiera. Pero después de hacer cinco tiendas, se dieron cuenta de que el concepto podía saturar. Así que decidieron diseñar prendas básicas.
Entonces crearon chaquetas de cuero y jeans que, sin tener mucha parafernalia, nunca pasan de moda. “Las básicas eran también vintage. Que las chaquetas de cuero duraran para toda la vida y se pudieran luego donar a los hijos. Eso nos alejaba de la ropa desechable”, sostiene.
Con esa línea de básicos, busca reducir el impacto ecológico. Con el cuero, por ejemplo, Mariana encontró a una proveedora en Bogotá que utiliza corteza de árbol para fijar el color, en vez del cromo, un metal pesado muy dañino con el medioambiente. Y con los jeans buscan gastar muy poca agua en aquellos que requieren prelavados. De hecho, consiguieron una lavandería que gasta 50% menos de agua que las tradicionales.
Sin embargo, Mariana dice que la conciencia hídrica debe nacer del consumidor. Por ejemplo, los jeans fueron concebidos para no tener que lavarse con cada postura, pues su tejido fue hecho para absorber la menor cantidad de mugre. Sin embargo, la gente no lo tiene en cuenta por desconocimiento o porque sencillamente no le importa.
Por eso, Mariana está segura de que “si al consumidor no le importan estos temas, el fabricante va a seguir haciendo lo que quiere”.
Los diseños de Little Ramonas se pueden encontrar en Estudio 201, ubicado en la Carrera 18 N° 84 - 24, en Bogotá.