Mujer tocando vientre de mujer embarazada
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Porque se atrasó en pagar la deuda en el banco, su mamá pierde la casa. El día que reciben la notificación de desalojo, Yorley Torres, la hija, se sienta frente al televisor de la sala. La impotencia modifica su modo de respirar. El oxígeno se arrastra lento por su nariz mientras cambia los canales con un control remoto. Cuando su atención se engancha a un programa, por unos minutos se olvida de los problemas. Discovery Channel emite un documental sobre alquiler de vientres en India y lo barato que es para estadounidenses y europeos, que a Yorley le parece que van en masa a cristalizar su paternidad.
A los 37 años se ve reflejada en esas mujeres a las que los médicos les realizan, de manera irresponsable, transferencias de dos embriones, que derivan en embarazos de hasta cuatrillizos. No es que ella haya pasado por eso. Se ve reflejada porque es madre de cinco hijos no planeados. Quizás las mujeres de India que dan a luz a múltiples hijos sienten su misma frustración, por parir tanto.
Se queda dormida con el televisor encendido. Hay algo en el programa que hace eco en su cabeza ondulada. A la mañana siguiente, después de mandar a sus niños al colegio, entra en un café Internet. En una computadora, además de revisar ofertas de trabajo, escribe 'embarazo alquiler de vientres' en Google. Los resultados apuntan a España y se riegan por Latinoamérica. Yorley se demora en aterrizar la búsqueda en Colombia. Lo poco que encuentra son foros con clasificados del tipo “Buenas noches, vivo en Cali, y estoy interesada en ser madre subrogada. Mi disponibilidad es inmediata. Concidero que mi vida sin mi hijo sería muy vacía, por eso puedo entender lo que puede significar no tener uno. Mi contacto: madresubrogada2013@hotmail.com”. Y “hola, somos una pareja de Bucaramanga, estamos interesados en alquilar un vientre para tener a nuestros hijos. Interesados favor comunicarse a ingamed@yahoo.com”.
Los ojea uno por uno, los enumera. Por encima son más de cien. Entre toda la información no hay una que se refiera a precios. Cree que en India es más barato que en Colombia. Al no hallar cifras, ella misma las averiguará, al momento que la contacten. El monto que sea, necesita el dinero. Dinero para su mamá y sus cinco hijos, que se han quedado sin techo. Crea una cuenta de correo electrónico exclusiva para resolver la duda. Una vez anota la contraseña en un papel, escribe en mayúsculas en un blog “vivo en Bogotá y alquilo mi vientre, contactarme alquilovientre2015@gmail.com”. No está segura de lo que está haciendo, pero da clic en publicar anuncio. No faltará el que la llame y la descarte por negra. Un anuncio más descriptivo tal vez despertaría más la atención.
Cuando el banco les quita la casa, ubicada en el barrio La Roca, en el sur de Bogotá, los Torres empacan maletas rumbo a Cali, a la casa de un familiar que no podrían reconocer en la calle. Yorley vive tres años en el Valle, tiempo en el que recibe mensajes de parejas interesadas en su vientre. Para todos los casos se presenta el mismo inconveniente: esposa y esposo viven en Bogotá, y a estas alturas es imposible regresar a la capital. Cuando finalmente vuelve, porque las cosas en Cali son más difíciles de lo previsto, recibe otro mensaje, esta vez de una mujer soltera, en Cali, que quiere ser mamá. En ninguno de los casos la comunicación trasciende. La idea de alquilar el vientre continúa lejana y llena de interrogantes. Su madre y sus hijos desconocen esta posibilidad de obtener ingresos. ¿Para qué les cuenta si todavía no hay una oportunidad concreta?
Por correo electrónico, una colombiana radicada en República Dominicana le pide su número de celular. En la segunda comunicación no se refiere a la gestación; le formula una oferta tentadora y sorpresiva: irse a trabajar a Santo Domingo, como empleada doméstica. “Te pago mil dólares al mes y vienes a cuidar a mi niño”, le propone. ¿Y el alquiler de vientre, que es la razón que las vincula? La situación económica de Yorley es apremiante, por eso le suena empacar maletas e irse. A la cuarta llamada telefónica agradece y le dice que de Bogotá no se mueve. Justamente el día anterior había visto un programa de televisión sobre víctimas de tráfico de personas.
El contacto del ginecólogo Jorge Ramírez cambiará su vida. Un anónimo le escribe a alquilovientre2015@gmail.com, para que lo llame. Supuestamente a través de él puede conocer a parejas que no puedan quedar embarazadas, para realizar el tratamiento bajo las condiciones médicas y económicas que estén a la altura de sus expectativas.
Prueba de fuego
En la mayoría de clínicas de fertilidad en Colombia, una mujer que esté dispuesta a gestar el hijo de terceros debe cumplir unos requisitos básicos, como ser menor de 35 años y ser mamá. Para determinar su idoneidad física y mental, los centros le practican exámenes de sangre, ecográficos, genéticos, y psicológicos. “Si la cavidad uterina y el endometrio gozan de buena salud, si ha tenido hijos sanos y los exámenes de sangre están perfectos, podemos proceder con el tratamiento de fertilización in vitro”, explica Harold Moreno, doctor en genética reproductiva de la Universidad Estatal de Mississippi.
Superadas las pruebas de laboratorio, sigue la más importante. ¿Está la mujer dispuesta a dar su hijo una vez termine el parto? ¿Quién garantiza que entregará el bebé a la pareja que la contrató? Antes de resolver las preguntas, el médico Moreno hace una aclaración: “En la maternidad delegada hay dos conceptos que se diferencian, que son la sustitución y la subrogación. La subrogación se origina cuando la mujer gestante dona su óvulo y dicho óvulo se fertiliza con el semen de un tercero, para obtener un embrión antes de transferirlo al útero. En la sustitución, por el contrario, la madre gestante solo presta el vientre para fertilizar un óvulo y un espermatozoide de otras personas”.
La diferencia entre la sustitución y la subrogación marca la pauta en la mayoría de tratamientos de fertilización asistida. “En el Centro Colombiano de Fertilidad y Esterilidad (Cecolfes) solo realizamos sustitución, no manejamos la subrogación por el componente genético de ese embrión que la gestante lleva. Eso puede dar lugar a múltiples problemas desde el punto de vista legal, porque es muy probable que la embarazada ya no quiera dar el hijo, porque biológicamente es suyo”, argumenta Moreno.
En el consultorio del doctor Ramírez, Yorley demuestra su poderío fértil. Los exámenes y sus cinco hijos son muestra indudable de su fertilidad. Su capacidad de tener en su panza una criatura que no es suya, con la prohibición de encariñarse, está por escribirse, así un psicólogo diga que es apta para la fertilización asistida.
Una estrella fugaz
Para que Yorley y el doctor Ramírez formen un triángulo perfecto, falta una pareja que anhele la paternidad. Hay un esposo y una esposa que prefieren mantenerse en el anonimato, mientras se define el éxito del tratamiento. Sin abogados ni contratos, Yorley intenta ser la portadora de su embrión, hecho con el semen del hombre y el óvulo de un banco. El medicamento para allanar el endometrio la sube de peso, mancha su piel oscura, pone sensible su estómago y, cuando le aplican inyecciones, su cuerpo es una bomba hormonal que estalla y se vuelve a apaciguar. Que estalla gran parte del tiempo. Yorley recibe 500 mil pesos por la transferencia del embrión, que ella siente como una citología. Es la fertilización in vitro. Siente en su vagina un palo mucho más delgado que un pitillo. En una pantalla se percibe un catéter rumbo al fondo del útero. El procedimiento no es doloroso, pero es incómodo. Incómodo de la planta de los pies al cráneo. Por lo expuesta se siente débil del corazón. Hay otros médicos en la sala, siguiendo de cerca la intervención. En la transferencia se ve un destello de luz, que es donde el embrión va inmerso.
Esta historia apenas comienza. El embarazo que lucha por ser debe esperar diez días. Según Harold Moreno, la transferencia de un embrión tiene una tasa de éxito del 55%. Yorley está cerca de tener una ampliación de contrato de maternidad sustituta, si el resultado es positivo. Se pregunta quiénes quieren ser padres a través de ella. Se imagina sus caras de su mismo color, de pelo largo y ondulado. Especula con que sería capaz de prestar su propio óvulo. Sin el resultado de la fertilización, procura dejar para más tarde la tarea de pensar en sus honorarios. A los diez días, por teléfono, le informan negativo y ella quiere colgar. Demasiada incomodidad para nada. Se angustia y llora, pues está en entredicho su fertilidad. El dinero escasea y soluciones no se vislumbran. La alternativa de otro intento con la pareja se diluye, incluso antes de preguntar, porque del consultorio del doctorRamírez la respuesta es un no frío, como de laboratorio.
Segundo intento
A los 20 días suena el celular de Yorley. Hay otros esposos que quieren fijar personalmente la negociación con un abogado. En un cuaderno Yorley tiene escritas las preguntas que en esas dos semanas y media han brotado, producto del primer tratamiento. “Si hay embarazo y la pareja se arrepiente ¿yo qué hago?”.
Los términos de la sustitución del vientre se discuten y se esbozan en un almuerzo que dura dos horas. En su mente, Yorley resume el contrato como “debo entregar al bebé, porque si no me va mal”. A los futuros papás les resalta que no quiere tener más hijos, que estén tranquilos. Acepta las condiciones suponiendo ingenuamente que el contrato no es válido, porque, aunque el vientre sustituto es una práctica que no está prohibida, adolece de regulación. Cinco veces ella firmó el acta de nacimiento de cada uno de sus hijos y ahora, en caso de que el tratamiento de fertilización funcione, Yorley debe pasar por una impugnación de maternidad cuando el bebé nazca, para que finalmente sea de sus padres biológicos y no suyo. ¿Quién suple a la pareja en caso de que sufran un accidente y fallezcan o simplemente se arrepientan porque el niño o la niña nace con alguna discapacidad? Lo mínimo queda plasmado en el contrato civil. El dinero de Yorley: 20 millones de pesos, que serán pagados en cuotas mensuales hasta el parto, libres de medicinas, de transporte para controles médicos, y de ropa de embarazada.
En esta ocasión, Yorley cobra 700 mil pesos por someterse nuevamente a la fertilización in vitro. Son eternos los días posteriores a la implantación. Si es negativa romperá en pedazos el contrato y nuevamente el esfuerzo tendrá un sabor inolvidable. Si es positiva, Yorley, su mamá y sus hijos tendrán con qué pagar las cuentas a fin de mes, siempre que el señor y la señora interesados en ser papás sean cumplidos. Si es positiva, ¿cómo hará para explicarles que el bebé en su vientre no es de ella? Es imperativo que encuentre la forma de explicarles que el embrión es de una pareja estéril, porque en esta ocasión la implantación es exitosa.
“No es su hermanito”
La edad de sus cinco hijos oscila entre 9 y 23 años. Al escucharla, tres hombres y dos mujeres la miran con ojos de quien no entiende el idioma koreano. Se quedan callados. Y con ese mismo silencio ven un video en Youtube en el que se explican las fases del alquiler de vientre. Yorley les dice en sus palabras, mientras señala su propia panza, que “el bebé es de una pareja que de momento se llamará X, y que en una clínica a la esposa le quitaron el óvulo y a él la esperma, que en un laboratorio mezclaron ambas cosas en una licuadora y después, cuando ya está el bebé listo, lo ponen en mi vientre”. Yorley estará tranquila cuando en su casa tengan claro que ella no venderá a su bebé ni que se les van a llevar a su hermanito.
Organizan una reunión con la pareja biológica. La señora tiene 52 años y el esposo 45. Se oyen frases como “Este niño es el hijo de ellos”, “no estamos vendiendo bebés”, “hago esto para sostenernos durante un tiempo”, “no es su hermanito”. A la pareja le interesa el entorno de Yorley, no vaya a ser que esté expuesta a malos tratos que puedan afectar a su hijo en gestación.
En el barrio, algunos vecinos sospechan del embarazo, aunque no lo suficiente para prender las alarmas. A Yorley poco le importa, en todos sus años en Bosa casi no ha cruzado saludo con alguno. A medida que crece la panza, ella le canta y le dice “bodoque”, porque es un bebé grande que más tarde se comprobará que es niña y sus verdaderos papás bautizarán Tatiana. Yorley nunca le dice “hija”, la llama por su cariñoso “bodoca” o por su nombre.
En los controles de rutina a cargo de una EPS, el médico no sabe que el bebé adentro tiene una mamá y un papá que no están ahí. Que cuando le dice “su hija está bien”, Yorley lo corrige mentalmente. “No es mi hija”, dibuja en su pensamiento. El médico la interrumpe sugiriendo que no tenga más hijos, que con seis es suficiente. La gestante calla y hace una mueca cómplice. El médico pregunta “¿la niña fue planeada?”. Sonriente, ella dice que “es la más planeada de los que he parido”. Se le vienen al recuerdo sus cinco hijos, los propios, sin figura paterna que estuviera atenta durante y después del embarazo. Paradójicamente, la bebé que no es suya, hasta la fecha, es su mejor embarazo.
Maternidad salvaje
De 43 kilos se sube a 63. En nueve meses se reúne cinco veces con los papás de Tatiana. La mamá es tímida en el trato. Lo piensa dos veces para acariciar la barriga. Siente nervios y un hilo de culpa, porque es Yorley y no ella la que está esperando.
El día del parto, sola, Yorley toma un taxi y se va a la EPS. El chofer le pregunta ¿en dónde está el papá? Adolorida, ella le indica que la están esperando en la EPS. Es el 4 de febrero, 6:00 de la mañana. Yorley siente un déjà vu, cree que ya ha vivido este episodio, idéntico. Entra sola a la sala de parto. Crece la intensidad de las contracciones. Le duele lo que está haciendo. En la pujanza se arrepiente un poco de haber prestado su vientre. A las 7:30 de la mañana da a luz a Tatiana. Afuera la esperan. Hace 18 años uno de sus hijos nació un 4 de febrero, a las 7:30 de la mañana.
“Bienvenida al mundo”, es lo primero que le dice a Tatiana. La besa en la frente y cae en un sueño profundo. Afuera la esperan. Al mediodía despierta y en la tarde le dan salida. Firma el acta de nacimiento, que entrega a los papás biológicos. La relación con la pequeña Tatiana es algo distante, de parte y parte. La pareja la carga y sabrá Dios cómo hará para registrarla como su hija. Afuera se despiden con un abrazo y palabras que se usan cuando el adiós es definitivo.
Yorley regresa a su casa a desearle feliz cumpleaños a su hijo. Se siente extraña, con una incertidumbre de cemento. Seguramente le va a costar acostumbrarse a estar sola, sin el bebé que sostuvo con cariño y mucho cuidado a lo largo de nueve meses.
Mamá a los 39
Otra pareja, que denominaremos Y, ubica a Yorley. En resumen, el embarazo será similar al anterior, con cinco diferencias sustanciales. Una: cuando la prueba sale positiva, por primera vez, Yorley escucha de un hombre decir “¡Estamos embarazados!”. Dos: el alquiler cuesta 30 millones ochocientos mil pesos, libres de gastos médicos y de ropa (Yorley se arrepiente de no haber cobrado más antes). Tres: el acompañamiento de Y es acogedor, se ven en promedio dos veces al mes. Cuatro: saltan de dicha al recibir a la bebé recién nacida. Se llama Sofía, y es fruto del óvulo de su madre y del semen de su padre. Yorley sale de la clínica en el carro de ellos hacia un apartamento que alquilaron por una semana. Durante tres días le da de lactar a Sofía. Come en la misma mesa de los Y, que la consienten dándole gusto en sus antojos. Al tercer día la llevan devuelta a sus hijos. Se bajan del carro los cuatro, saludan con un abrazo tímido a los cinco y a la abuela. No es para menos: hay otro niño deseado sobre la tierra, cuyos padres criarán con amor, no como los hijos de la propia Yorley, que crecieron sin figura paterna. Otra vez tuvo suerte. Las dos partes, ella y los papás, cumplieron lo acordado.
Un clic peligroso
Yorley es consciente de que las niñas que dio a luz no son suyas. No vale la pena llamar a los papás para preguntar cómo están. Un día los busca en Facebook, siente una necesidad morbosa de verlas. La primera pareja tiene el perfil bloqueado. La segunda, no. Yorley hace como si viera a los tres, pero sus ojos están puestos sobre la nena. Qué grande está, debe estar por cumplir un año. Se alegra y, presa de sus impulsos, se la muestra a sus hijos. Sofía está hermosa, como todos los bebés, gorda, se parece mucho a su mamá, les dice, orgullosa.
Fotos: Daniel Álvarez