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Anasol, "nunca pensé en ser actriz"

La cantante caleña se estrena como actriz y como baladista en Yo no te pido la luna, la nueva telenovela de Caracol. En medio del agite de las grabaciones habló con Cromos.

Por Redacción Cromos
26 de febrero de 2010
Anasol, "nunca pensé en ser actriz"

Anasol, "nunca pensé en ser actriz"

En la cafetería de Caracol Televisión todo el mundo deja de ser quien es, o mejor, todos pasan a ser quienes son en realidad. Allí confluyen, a la hora del almuerzo, periodistas y presentadores, actores principales y secundarios, maquilladores y sonidistas; estrellas que cargan en sus espaldas el serio compromiso del rating, y figuras que apenas despuntan en el horizonte, todos despojados por un instante de la aureola con que los corona el público cada vez que aparecen en pantalla. Todos se descuelgan de su oficio por un momento para apurar un almuerzo que sucede como en un recreo de colegio, lleno de bromas y camaradería. Todos con un afán que disimulan por costumbre, pero que es evidente. Porque en la televisión todo sucede a unas velocidades de vértigo.

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Entre ellos está Anasol, la novata, la protagonista de Yo no te pido la luna. Ha entrado como una ráfaga, tras extenuantes horas de grabación, a cumplirle también a su estómago. Pide un sánduche de atún con coca-cola dietética, lo más rápido que pueden ofrecerle en ese momento. Llega vestida y maquillada como Juanita Román, el personaje con el que se estrena ante los televidentes, una cantante callejera que busca cumplir sus sueños de estrella convertida en una artista. Anasol busca un asiento disponible en una mesa para cuatro y justo cuando se va a sentar sucede algo inesperado. En las pantallas de televisión que están dispuestas a lo largo y ancho del comedor, aparece el comercial de la novela: secuencias veloces del dramatizado que se funden unas a otras y Anasol, por fin, cantando Yo no te pido la luna, ese clásico de Daniela Romo que anuncia lo que los espectadores deben esperar de la novela: un drama delicioso alrededor de la balada romántica.

Anasol se queda estática y de su boca apenas sale un suspiro, un suspiro que quiere ser un grito, pero que se ahoga. “Es la primera vez que me veo”, dice.

Yo no soy esa

A Anasol no se le pasaba por la cabeza ser actriz, mucho menos de televisión. Lo suyo había sido la música desde su más tierna infancia, primero estudiando ballet clásico y luego incursionando en el difícil y competido mundo del pop rock, componiendo sus propias melodías, escribiendo sus propias letras. Pero hace seis meses Dago García le propuso participar en una audición para el papel estelar de un nuevo proyecto de Caracol que exigía una cantante de verdad. Que no fuera actriz era un asunto que podrían arreglar sobre la marcha. Como efectivamente ocurrió: apenas un par de meses de entrenamiento, unas cuatro clases de actuación. “Lo primero que aprendí es que la televisión es a toda velocidad, es solucionar los problemas inmediatos –afirma–. Lo segundo que aprendí, gracias a Dago, es que la televisión es la exploración de las emociones primarias: la alegría, la tristeza, la felicidad, la ilusión, la decepción, las emociones mezcladas con la música. Todo eso iba a ser muy interesante”. 

Tuvo, eso sí, una ventaja: la muchacha a la que iba a interpretar debía luchar con una tenacidad comparable a la que ella misma le ha imprimido a su carrera de cantante en la vida real. Salvo la extracción humilde de Juanita, prácticamente todo coincidía: un talento que rogaba por ser descubierto, las adversidades que debía sortear para lograr una audición, el empeño por sobresalir y cantar por fin sobre un escenario. La vida de Anasol, como la de Juanita, ha sido el paradigma del largo y pedregoso camino por convertirse en estrella. 

De hecho, antes de que se le cruzara la telenovela, su plan era lanzarse a publicar un disco independiente, con todos los riesgos que eso implica en un país en el que los proyectos independientes no gozan del respaldo que los músicos quisieran. “Cuando trabajas con las grandes disqueras, de un modo u otro terminas cediendo buena parte de lo que tú eres como artista, frente a lo que los productores creen que debe ser el producto final. La independencia te permite controlarlo todo, pero entonces a ti también te toca hacer empresa, poner a funcionar todos los engranajes de la industria para que el proyecto funcione. Y eso toma tiempo”.

Mientras tanto, Yo no te pido la luna ha sido una alternativa ideal. Después de vivir una larga temporada en Estados Unidos, la telenovela le permitirá reencontrarse con el público colombiano de una forma masiva e inmediata. Y lo que es más importante, cantando.

No deja de ser un tanto paradójico que haya sido en un género del que lo ignoraba casi todo. A diferencia de muchas mujeres de su generación, que vivieron el reencauche de la balada romántica, rebautizada como “música para planchar”, Anasol Escobar creció escuchando baladas anglosajonas (Sting, Tracy Thorn, Everything but the Girl), muchas de las cuales iban a ejercer una enorme influencia en su propia música. Pero del pop en español le atrajo, sobre todo, la música del grupo argentino Soda Stereo, que bebía de las raíces de la banda británica The Cure. De manera que de balada más bien poco. “Jamás en mi vida pensé que podía cantar una canción de Amanda Miguel”.

Y ya ven. Para calentar el ambiente, Caracol Televisión organizó una serie de pequeños conciertos previos al estreno de la telenovela, algunos privados y otros en plaza pública, como el que ofreció hace poco en la población de Puerto Colombia, Atlántico. Y se sintió fantástica interpretando, por ejemplo, un clásico del género como Él me mintió en un estilo del que ella misma se admira. “Si yo hubiera sido una fanática de la balada, quizás habría tratado de imitar la versión original. Pero como vengo de otras influencias, he podido hacer mis propios aportes a la canción. Digamos que le imprimo una sensibilidad diferente”.

Sueños de gloria

Yo no te pido la luna es una telenovela clásica en todo el sentido de la palabra. Una joven muchacha de extracción humilde intenta abrirse paso en el mundo de la música cantando en los buses y anhelando con toparse algún día con la gloria. Pero todo conspira para que eso no suceda. Al menos hasta que aparece un ángel de la guarda, un empresario que intentará hacerla cumplir su sueño y del que ella se enamorará perdidamente. Es un amor imposible que combina a la perfección con la esencia de la balada romántica. 

Alguna vez también Anasol quiso encontrar su propio ángel que la sacara por fin del anonimato. La primera oportunidad sucedió en su adolescencia, cuando se convirtió en una de las bailarinas del cantante Marcelo Cezán. Un productor de Caracol se le acercó a sugerirle que se iniciara como actriz en el canal. Pero la dejó escapar por petición de sus padres, dos arquitectos artistas y hippies que pensaron que, si la aceptaba, iba a extraviarse de un destino que su padre, en particular, imaginaba en la arquitectura. 

La segunda vez ocurrió en la universidad, cuando ya había decidido que lo suyo era la música. Con su guitarra al hombro, había tocado las puertas de varios productores que dictaban clases en la Javeriana, donde Anasol estudiaba música, hasta que, finalmente, Toño Castillo escuchó sus súplicas y la presentó a un grupo de empresarios que deseaba montar una disquera: Pato Records. Era apenas el comienzo de un largo camino que todavía está recorriendo. 

En 1999, bajo el sello de Pato Records, lanzó su primer disco con una canción que se iba a encaramar en el número uno de la audiencia en Bogotá: Pensando en desorden. Sin embargo, la disquera desapareció casi tan pronto como fue montada y Anasol quedó en el limbo. “Eso de que la fama es sinónimo de plata es mentira –dice–. La fama dura muy poquito y la plata se acaba”. Total, luego de su primera gira se quedó sin respaldo. Incluso, pensó en abandonar la carrera. Era una situación muy curiosa: no tenía los recursos para continuar su carrera, pero tampoco conseguía trabajo en otras áreas porque ya tenía una reputación como cantante que debía cuidar. La multinacional Sony le dio la mano justo cuando estaba a punto de desfallecer. Así sacó adelante su segundo disco, bajo la producción de Luis Fernando Ochoa, quien acababa de hacer de Shakira una superestrella. 

Al mánager de Ochoa le gustó tanto el trabajo, que se la llevó a Univisión, un sello estadounidense que más tarde sería absorbido por Universal. Entonces Anasol hizo una pausa en Colombia y se fue a Estados Unidos y supo lo que es tratar de abrirse paso. Viajó por México y por Puerto Rico haciendo conciertos acompañada apenas con su guitarra. Grabó dos videos, uno de los cuales obtuvo una estatuilla de los premios Lo Nuestro y, en general, hizo lo que cientos de músicos que aspiran a acariciar la gloria. “Canté millones de conciertos gratis, muchos de ellos costeados por mi propio bolsillo; sacrifiqué todo por un toque. Fue muy especial, aunque durísimo”.

Pero ese periplo también terminó. Tras una temporada conyugal en Carolina del Norte, volvió a Colombia a pensar en su propio proyecto independiente. Y en esas anda. “De niño, uno siempre sueña con el superestrellato. Es lo que venden los estadounidenses: la fama como un fin en sí mismo. Pero aparte de trabajar como un demonio, se necesita mucha dosis de suerte –confiesa–. Para triunfar, uno debe vencer tres dificultades: una, la económica; dos, la de hacerte conocer; y tres, la de lograr que te acepten tu propuesta, y sé que la mía no era, precisamente, la más popular. Ahora ya no quiero ser superestrella, quiero ser música”.

Interpretar a Juanita Román en Yo no te pido la luna no sólo le ha servido para rememorar esa lucha, que es la misma de Juanita, sino a madurar como cantante. “Las baladas me han enseñado a exigir mi voz en un rango mucho más amplio del que yo solía utilizar. Sé que puedo llegar a notas que ni siquiera imaginaba y me he dado cuenta de que tengo una voz poderosa que me lo permite. Eso ha sido increíble”.

Como actriz, tampoco le ha ido mal. “Obviamente tengo todavía mucho que aprender, pero cuando me veo en el monitor, tras una escena de llanto, por ejemplo, digo: ‘ve, la niña llora, le creo’ ”. Antes, llorar no hacía parte de su personalidad, pero ahora las lágrimas le brotan con facilidad, y no sólo por las exigencias de la novela. “Afortunadamente para mi papel, estoy en un momento de mi vida muy sensible. Es un momento de mucha ruptura personal, de mucha transformación. Y cuando hay transformación, lloras. He cambiado de piel, como la serpiente. He utilizado la actuación como una catarsis”.

Incorporar cantantes reales a las telenovelas ha sido una fórmula que a Caracol le ha funcionado bien. Adriana Bottina prácticamente redondeó su carrera gracias a Nadie es eterno en el mundo, y Karol Márquez acaba de descubrir su vena vallenata en Oye bonita. Ahora le ha tocado el turno a Anasol, a la que de pronto le tocará, si todo sale como se imagina, dejar a un lado sus proyecciones como compositora independiente en aras de satisfacer los deseos de la fanaticada baladística. Pero es un tema que a ella no le preocupa. A fin de cuentas, el estilo sigue siendo suyo. “Es cierto que el centro es la balada, pero la producción es muy diferente. Es –como me gusta llamarlo– un pop posmoderno. La plancha cool. Esa es la marca que yo me voy a inventar”.

Por Redacción Cromos

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