Querida soledad

Un grupo de chicos se reunieron para escribir cartas. Cartas de gratitud, de amor y de confianza a esas escritoras que, de algún modo, se quedaron en sus palabras. La primera es a Soledad Acosta.

Por John Franco
15 de diciembre de 2018
Querida soledad
Soledad Acosta / Ilustración: Valentina Buriticá y Mateo Montoya

Soledad Acosta / Ilustración: Valentina Buriticá y Mateo Montoya

Uno de los personajes de Rayuela dice que “es triste llegar a un momento de la vida en que es más fácil abrir un libro en la página 96 y dialogar con su autor, de café a tumba”. Y cierta razón tenía, hay cierta melancolía en ello, en este tratar de encontrarme contigo, de este café a tu tumba de palabras.

Perdóname el tuteo. Sé que no estás acostumbrada. Si viviéramos todavía en tu época tendría que empezar esta carta con un Sra. De Samper. Te cuento que las mujeres ya no usan el nombre de su marido. Creo que a pesar del orgullo con el que lo llevabas, y del amor que siempre profesaste por tu esposo, esta noticia te alegraría. En parte toda tu obra estuvo enmarcada en la reivindicación del rol de la mujer en la sociedad. Por eso te llamo así. Ni siquiera uso tu apellido, Acosta. Prefiero Soledad, a secas, aprovechando la polivalencia de tu nombre, como si estuviera hablando con esa parte de mí mismo que cuando fue tuya la conociste muy bien. Tu soledad, Soledad, fue el inicio y el soporte de tu obra, como si fuera cierto aquello que creían las culturas ancestrales de que el nombre determinaba el destino de la persona al que nombraba. Prefiero Soledad, a secas, también, aprovechándome de esa extraña intimidad y confianza que se establece entre este café y esa tumba viva, este pacto silencioso, esta especie única de diálogo en el que solo tú hablas y solo yo escucho.

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Una parte de lo que sé de ti son datos, de esos que leí para algún trabajo de la universidad y he olvidado pronto. Viviste entre 1833 y 1913. Viviste en Canadá, París, Lima y Bogotá, Escribiste más de 20 novelas, medio centenar de narraciones breves, cientos de artículos de temática tan variada como a la vida misma, recorriste temas históricos, cuadros costumbristas, mucho, mucho sobre el ser mujer, ser mujer en el siglo XIX, ser mujer en Colombia, ser mujer escritora, ser mujer política. En muchas de esas cosas, como mujer, fuiste la primera. Pasaste de escribir tu primer libro, Dolores, bajo un seudónimo masculino, y presumiblemente, muchas historias y artículos bajo el nombre prominente de tu esposo, político y soldado, a hacerte un nombre propio, lejos de la protección y la sombra masculina y fundar revistas de y para mujeres. No hay otra mujer en Colombia que representara como tú, en tu época, esa mujer que se atrevió a romper los esquemas literarios pertenecientes a los hombres, como lo hicieran en un poco antes de ti en otras latitudes Coleridge, Woolf, Austen, Brontë, a las que leíste y sin duda, te dejaron la inquietud, la espina. Acá, sin embargo, hemos olvidado un poco tu nombre. Quizás porque cierta parte de la historia literaria nacional lo calló o te redujo a una mención de una o dos líneas; quizás porque cierta parte de las mujeres que vendrían después a romper y luchar por sus espacios, miraron a otros lados, a otras mujeres también de París o de Londres, menos católicas, menos patrióticas que tú. Vendrían otras que tendrían el ruido suficiente, que serían rebeldes, eróticas, lésbicas, inagotables, sin etiquetas, ruido necesario, necesitado, pero que tiene un origen en el eco de lo que tu dejaste, siendo la primera de muchas, la primera de todas.

Quizás la historia recuerde más la lucha por el voto y otros derechos, y quizás no se entienda la dificultad y la importancia de ser la primera mujer escritora profesional en Colombia, ganarse el derecho a la autoría, a crear, luchar contra la obligación, como mujer, de ser creada. Para muchos es difícil entender que una mujer en Colombia, después de ti, cuando leía un libro, tenía la oportunidad de verse reflejada en ese espejo que es la literatura, espejo que retrata y a la vez moldea, y ver la imagen de una mujer creada por una mujer y no de la creada por un hombre. Una mujer en Colombia, después de ti, tenía la oportunidad de leer el nombre de una mujer como autora de un libro y saberse en la posibilidad de hacerlo también ella.

Nosotros hemos olvidado un poco todo eso, quizás porque se ha logrado, porque para muchas ahora es más fácil, un poco más fácil. Te hemos olvidado un poco a ti también. La soledad que desde los primeros años de tu escritura dejaste plasmada en tu Diario, de sentirte sola entre las mujeres de tu época, sola entre los hombres que amabas y se alejaban, sola en muchas de tus luchas, esa soledad es ahora la soledad del olvido, así como olvidamos al caminar en un bosque que hubo primero una semilla.

Por John Franco

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