Foto: Fredy Gómez/Archivo Cromos
Después de muchos intentos, ahora toma las riendas de su vida. El galán que cayó en un oscuro camino después de reinar como uno de los más famosos de la farándula nacional, hoy vive plenamente. En el campo, alejado de la ciudad que alguna vez lo abrazó hasta quitarle el aliento, se siente renovado y regresa. Luis Fernando Montoya volvió a las tablas después de un retiro forzado que le quitó la libertad de andar por el mundo y sus calles, pero que le abrió la puerta a su propio ser. El experimentado actor de teatro llega al escenario del Teatro Nacional y se echa encima los años y las frustraciones del vendedor agobiado creado por Arthur Miller para La muerte de un viajante. Y es que a este hombre, que pasó cinco años en una prisión de Miami, la obra le resulta particularmente dolorosa. Confiesa que cada función es una confrontación diaria entre su deseo de volver a soñar con el amor, la felicidad y el éxito, y su antigua frustración al descubrirse en un oficio tan efímero, “que así como se brilla una noche, en otra se pasa al olvido”. Ahora que siente que lleva puesto el personaje, se reconoce a sí mismo, se fija más en la gente de la calle, se lamenta de lo absurdo de perder el tiempo y descubre su ser en la sencillez y en lo básico. Sin embargo, mientras se toma un café muy oscuro se envuelve en lo que parece una bandada de sensaciones encontradas, y suelta una frase: “A veces me siento como Willy Loman y creo que mi vida ha sido inútil”. Entonces, después de un silencio corto, vuelve a subir, se reconforta con lo que vive hoy y reconoce la sensación de haber cumplido un ciclo.
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Vive en el campo para no hacer tanto desorden en una ciudad donde, dice, “ocurren los desastres”, y para que el tráfico no lo ponga neurótico.
Aunque se confiesa temeroso por el tiempo fuera de las tablas y por la presión que siente ante los posibles comentarios alrededor de su vida pasada, este hombre de voz profunda está embarcado en un proceso que describe como “de infarto”. Apenas contó con dos meses y medio para asumir el reto de darle vida al vendedor. “Son tres horas en escena que son un delirio”, dice, y luego explica que se necesita una capacidad atlética, sumada a la razón para entender alpersonaje, desbordar los sentimientos y expresarlos. Son tres horas en un diálogo que después de cada función espera descubrir “una gran catedral gótica llena de secretos y detalles cifrados”. Entonces, todo el día repasa el texto mentalmente, se desvela revisando las fallas, corrige, lo agranda, “es una pasión”. Una pasión que recuperó en ‘el internado’, como llama a la cárcel y donde –confiesa– recobró la salud y la disciplina “que estaba un poco dispersa”.
“Quien logra salir de la tragedia doblemente aclamado. Siento que el público me premia porque fui capaz de levantarme de la derrota”
Pero es que él es disperso. Después de revolver dos cucharaditas de azúcar, se distrae en sus dibujos hechos a punta de una grata soledad y de un ya gastado lápiz número dos. Desde la única habitación de su casa en La Calera cuenta que pintar es algo que también hace “desde chiquito, pero por pura entretención”. Después regresa a su silla preferida, recuerda que dejó que el instinto lo guiara y que buscó la naturaleza, los animales con los que creció en su casa en Pereira, y el amor por la tierra. Este amante de los personajes clásicos dice que su estilo de vida, sencillo y básico, coincide con ese Miller interesado en que la gente vuelva al campo y se enfoque en sus valores. La triste muerte de su personaje lo cuestiona, y aunque ya se ha hecho buen amigo de sus fantasmas y la imagen de su padre muerto ha cobrado vigencia, preferiría vivir en lo esencial de la vida y prepararse para ese momento tan importante.
Por ahora, con las botas bien puestas, Luis Fernando piensa en la fama y sabe que siempre es igual. Él mismo ha cambiado, “la proyección que tengo ahora es mucho mejor que la de antes, cuando era un actor de la farándula, frívolo, interesado en el disfrute de la juventud, de mis atractivos físicos y económicos”, dice, y después de una pausa para encender el tercer cigarrillo, hace un recuento: como Pablo Neruda, confiesa que ha vivido intensamente, también es consciente de que ha corrido muchos riesgos, que ha fracasado muchas veces, que ha tenido miles de altibajos, pero aclara que siempre ha buscado el amor. Ahora que le cuesta creer su resurgimiento en el teatro, confía en que podrá recoger los frutos tarde o temprano... Y grita, no muy alto: “Lo logré”.
Ver: A los 61 años falleció el actor colombiano Luis Fernando Montoya.
Fotos: Archivo Cromos.