Nunca estamos lo suficientemente preparados para ser madres y padres, no existe un manual universal que explique los mil y un retos que enfrentamos para poder ser, estar y dar lo mejor de nosotros y así lograr su bienestar. Aun así, nos la arreglamos, nos sujetamos con fuerza del instinto, los referentes y la información a la que tenemos acceso para lograr lo mejor posible. Lamentablemente, no hay tal manual y si contáramos con él, estoy segura de que no nos hablaría de la natural probabilidad de tener hijos con una orientación sexual o identidad de género diversa.
Lo cierto es que en este país existen generaciones de personas que han crecido junto con el imaginario inhumano y dañino que señala como repudiable todo lo que no se ubica en el espectro de la heterosexualidad, generaciones sin una pizca de educación sexual, pero con un exceso de cargas arcaicas y culpas religiosas que se exacerban en el momento en que su hijo les comparte que es homosexual, su hija que es lesbiana, bisexual o cuando se reconocen como personas trans. Comprendo la fatiga, la angustia y el miedo, no solo nos enseñaron que eso estaba mal, sino que, incluso el más distante observador reconoce la dura verdad: nuestro mundo sigue siendo un escenario hostil, implacable y violento para las personas LGBTIQ+.
Sigue a Cromos en WhatsAppY es que “A veces nos equivocamos con nuestros hijos de buena fe” le escuché decir un día a Elizabeth Castillo, nunca con la intención de dañarlos, solo de protegerles y cuidarles. Y sí que tiene razón. Yo soy madre, soy abuela y la más mínima probabilidad de que mi hija, mis hijos y mi nieta sufran algún tipo de daño, me estremece. Así que sé que ustedes, madres y padres que me leen, comparten el mismo sentimiento, por lo que muchos, ante cualquier manifestación de la diversidad sexual, intentan cambiar, revertir y sanar algo que no necesita diagnóstico ni tratamiento.
Lamentablemente, hay personas, organizaciones e iglesias que, sin ningún tipo de evidencia y fundamento científico ofrecen formas para “curar” a las personas LGBTIQ+. Las llaman, erróneamente, terapias de conversión, lo que representa un detestable eufemismo que esconde vejámenes, violencias y prácticas que lesionan profundamente la dignidad humana. Los testimonios de las personas sobrevivientes a estas torturas son desgarradores: golpes, insultos, baños helados, violencia sexual, sesiones de electroshocks, incluso exorcismos o ritos religiosos para “expulsar” el demonio que se cree habita en la población LGBTIQ+.
Lo sé, parecen escenas medievales o propias de historias distópicas, pero en Colombia ocurren, son una realidad. Recientemente, hasta el Congreso de la República llegó el Proyecto de Ley 270 buscaba prohibir definitivamente estas prácticas y penalizar duramente a quienes las usaran. Sin embargo, en una vergonzosa ausencia de quorum, la Comisión Primera del Senado no debatió el proyecto, le falló a las personas diversas del país y lo dejó hundir. Estoy segura de que el proyecto volverá con la nueva legislatura, una iniciativa que merece toda la atención, abrazo y respaldo de la sociedad y el legislativo.
Abrí esta columna hablando de la ausencia de un manual para enfrentar la maternidad y la paternidad, puede que sea útil, lo pensé. Sin embargo, tal vez no exista porque cuando se trata de ser madres y padres, la fórmula secreta es mucho más sencilla de lo que imaginamos, se resume en primar el amor incondicional e inherente que sentimos hacia nuestros hijos. Se trata de enfocar nuestros esfuerzos construir y ofrecerles entornos protectores y seguros que les permita el desarrollo y cumplimiento de sus sueños y proyectos de vida con dignidad, libres de discriminación, ataques y violencias.
La diversidad sexual y de género es una parte natural de la condición humana y no debe ser patologizada, vulnerada ni reprimida. Si algún día aparece el manual, que diga en mayúsculas: En la orientación sexual e identidad de género de las personas… ¡No hay nada que curar!