La diversidad no es lo que creíamos. Es mucho menos evidente de lo que parece, porque no siempre se reconoce a simple vista.
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Esto es lo que deja claro el divulgador Carl Zimmer en el libro Tiene la sonrisa de su madre (Capitán Swing), publicado en español en este primer semestre de 2023, y que fue elegido ‘Libro de ciencia del año’, en 2018, por el periódico The Guardian.
La herencia que se esconde bajo la piel
Se trata de aprender sobre las aparentes similitudes y diferencias que se esconden bajo la piel de las personas, en una época en que la diversidad se ha convertido en un término de controversia. Para algunos, lo diverso constituye una virtud y riqueza para las sociedades; para otros, un problema, cuando temen que sus propias tradiciones, costumbres o rasgos físicos se diluyan.
Zimmer explica en su ensayo que si tuviéramos que encontrar similitudes genéticas con las personas de otros continentes, difícilmente acertaríamos con solo nombrarnos o mirarnos. Las variantes genéticas que subyacen a nuestros rasgos son invisibles a los ojos, decenas de miles de años después de las primeras migraciones humanas.
La genética no es solo de los rasgos visibles que pasan de padres a hijos, sino también las resistencias o las mutaciones, entre otras cosas.
En efecto, hace entre 50 000 y 80 000 años, un grupo de humanos se expandió fuera de África y, según nos cuenta el autor, hoy esas variantes genéticas se encuentran en Australia y en la India, entre otras regiones. Entretanto, la mutación de un gen redujo drásticamente un pigmento de la piel y los cazadores recolectores continuaron abriendo rutas hacia el norte y el oeste.
Las dudas de los padres primerizos
¿Qué puede causar más miedo a unos padres esperando su primera hija que los fantasmas que se agigantan ante lo desconocido? El síndrome de Down no era lo único sobre lo que deberían preguntarse los futuros progenitores, advierte el autor. “Era posible que los dos fuéramos portadores de variaciones genéticas que podríamos transmitir a nuestra hija, causando otros trastornos”, argumenta.
“El ADN antiguo demostró que los blancos no comparten un vínculo genético profundo y puro que se remonte a los primeros días de la ocupación humana de Europa”, advierte Zimmer. “Los primeros Homo sapiens que llegaron a Europa no tienen ninguna relación directa con los europeos actuales”, en sus palabras.
De hecho, “las personas europeas pueden rastrear su ascendencia hasta los pueblos que llegaron al continente en una serie de oleadas separadas por miles de años”, asegura, como para dejar claro que hay parentescos que desconocemos y desconocidos a quienes nos unen más genes que quizá no se expresen en el tono de piel o en el pelo rizado.
Asegura Zimmer que, “como la piel de los homínidos no se fosiliza, no podemos decir con seguridad qué color de piel tenían nuestros antepasados hace cuatro millones de años”. Sin embargo, “si nuestros parientes primates vivos más cercanos —los gorilas y los chimpancés— sirven de guía, es probable que tuvieran la piel clara”.
Los estudios indican que, en algún momento, “quizá hace dos millones de años, nuestros antepasados comenzaron a adaptarse a la vida en la sabana africana y perdieron gran parte de su vello corporal”. Una vez que su piel se expuso directamente a la luz solar, especula el escritor, “probablemente esta empezó a cambiar de color porque los rayos ultravioleta podían llegar más fácilmente a las células de la piel”.
Así, continúa, “el daño que causaban podía provocar cáncer de piel y también destruir una molécula esencial de la piel llamada folato”. Por eso algunas mutaciones habrían añadido “más pigmento a la piel”, a fin de “proteger a nuestros lejanos antepasados de este daño”.
Con todo, “nadie puede asegurar de qué color era la piel de los primeros representantes del Homo sapiens”, afirma el divulgador. “Lo que sí se sabe es que las variantes genéticas que se encuentran detrás del color de la piel están dispersas en muchas poblaciones de la Tierra y que todas ellas deben de haber experimentado una fuerte selección natural para sobrevivir cerca del Ecuador o en el sur de África, donde la luz es menos intensa”, indica.
Con información exclusiva de SINC