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Juliana Restrepo, en su museo personal

La directora del Museode Arte Moderno de Medellín aprovecha los viajes para llevar a casa un pedacito de la belleza del mundo.

Por Redacción Cromos
19 de julio de 2011
Juliana Restrepo, en su museo personal

Juliana Restrepo, en su museo personal

La casa de Juliana Restrepo cuenta la historia de una persona que nunca se ha quedado quieta. Aficionada a los viajes, siente profunda curiosidad por el mundo y todo lo que exprese belleza. Quizás por eso mismo no le importa tener en la sala unos pinceles antiguos de la China con colgandejos peruanos de colores vivos, y plantas y objetos de arte popular mezclados con toques vintage. Todo eso en medio de una arquitectura de ladrillo a la vista y pisos en concreto para rematar con una mascota nada convencional: Guillermina, una schnauzer gigante de color negro con poco menos de dos años que pesa 30 kilos.

“Simplemente ecléctica”. Así se define esta publicista y licenciada enFilosofía y Letras que no se dedicó a lo que estudió o que, más bien, hizo honor a lo que ha pensado toda la vida: “La filosofía le da a uno herramientas para muchas cosas”. Por ese camino llegó a dirigir el Museo de Arte Moderno de Medellín, hace tres años, desde donde lidera proyectos como la construcción de una segunda etapa, que estará lista para el primer semestre de 2013. La estructura tendrá salas para colección permanente, salones de programación cultural y un auditorio para 250 personas.

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Juliana piensa que el museo es mucho más que un edificio donde se muestra arte: “Hoy los museos tienen que ser centros culturales activos que convoquen todo el tiempo”, dice. Aunque sabe que en ocasiones la línea entre arte y entretenimiento es difusa, su postura es dedicarse a las artes contemporáneas y por eso mismo ya no pueden limitarse solo a la plástica: “La idea es atraer otras expresiones como la música, el diseño gráfico, el industrial, el diseño de modas, la gastronomía, la arquitectura, la literatura”.

Con esas premisas está dispuesta a demostrar que los museos ya no son los mismos de antes: “Estamos viviendo el proceso del posmuseo, que es la institución que se libera de las ataduras y el formalismo sin abandonar la seriedad conceptual. Lo que uno no puede olvidar es que existe un museo que tiene una responsabilidad con una colección, con unos artistas y con una comunidad. De ahí en adelante, si lo que uno hace no atenta contra eso, hay que apostarle a los cambios”.

La vida de Juliana ha sido puro movimiento. Desde estudiante se le midió a dos carreras al tiempo, que después complementó con su experiencia en el tema de soportes digitales e internet y dos maestrías más. Antes de llegar al museo se enfocó en el montaje del portal de El Tiempo.com y en la posibilidad de explorar laboratorios que combinan arte con tecnología. Su interés artístico viene de un acercamiento con la pintura, el grabado y la ilustración.

Con la escritura también tiene una empatía especial y reconoce que estudió filosofía porque desde pequeña tiene fascinación por la literatura y el conocimiento del lenguaje. Aunque hace tres años no produce nada por fuera del museo, dice que su trabajo le permite marcar con un sello personal todo lo que hace y que precisamente uno de sus diferenciadores es el carácter informal que le dio a un cargo que ha sido mirado con mucho respeto. Le gusta intervenir en cada detalle y eso se nota con campañas como ‘Amigos MAMM’, una membrecía anual que afilia al público con diferentes beneficios y que se lanzó hace dos meses. La iniciativa apunta a la posibilidad de que la gente se apropie del museo de la misma manera como ocurre en el MOMA de Nueva York o el MALBA de Buenos Aires.

Con las fotos se siente cómoda. Es algo que se le da de manera natural. Quizá porque se encuentra en el entorno que mejor la refleja y en el que puede ser ella misma a sus anchas. Antes de una indicación del fotógrafo, dice: “Espera quito esas florecitas rojas, es que ya les cogí pereza”. Sabe que su manía por coleccionar se le sale de las manos y que le toca apelar a una gran dosis de creatividad para darle un orden a todo lo que tiene sin saturar el espacio. Hasta el baño social exhibe detalles que le encantan como los french poodles con diferentes usos y en las paredes tiene obras de Beatriz González, María Teresa Cano, Marta Elena Vélez y hasta una ilustración de su amiga Catalina Estrada. Todo acomodado con la delicadeza y la sensibilidad de alguien con talento para la composición.

Por otros rincones de la casa tiene una tetera en forma de ardilla de los años cuarenta que se encontró en La Habana, una muñeca de trapo con brazos de porcelana que trajo de Ginebra, y a ‘Marianito’, un caballito de carrusel viejo que se encontró en Lima y que bautizó tan pronto llegó a la casa.

“Cada objeto no solo ocupa un lugar estratégico — dice Felipe Martínez, su esposo —. Al cruzar la puerta toma un nombre propio relacionado con la historia que rodea su adquisición. El más mínimo objeto viene cargado de significado y, sobre todo, de buenos recuerdos”.

En una repisa que sacó de algún pulguero de la ciudad reposan figuras tan disímiles como vírgenes, un chapulín colorado, una muñeca matrioska, un gato chino y otras figuras kitsch que reafirman el interés de Juliana por lo popular. “Los mercados de las pulgas y los anticuarios son pasos obligados en cada uno de los viajes que realiza. Más que los objetos que ha encontrado esculcando con mucha paciencia, le apasiona la historia que cada uno esconde”, cuenta Felipe. Es de las que colecciona zapatos, gafas, anillos y hasta collares.

Esta admiradora de Frida Kahlo, que está en conversaciones para traer a la artista francesa Sophie Calle, se describe a sí misma como alguien totalmente visual, sensible a lo que observa y comprometida con una conciencia estética: “A mí me gusta tener las matas bonitas, la vajilla más bonita, los cubiertos más bonitos…¡Es que yo soy una esteta! Me gustan las cosas bonitas siempre”. Incluso algunos se atreven a decir que con el paso del tiempo Juliana ha venido haciendo su propio museo.

Cuando habla se le nota su amor por la ciudad y los centros urbanos. Ella dice que no le cuesta adaptarse a nada: “Como dice por ahí un texto: uno es la ciudad, uno va con su ciudad a cualquier lugar”. Y en ese orden de ideas su casa podría ser a la vez su propio resumen del mundo.

Por Redacción Cromos

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