Lina Marulanda, la diosa que se aburrió en el paraíso
En el 2007 Marulanda nos contó por qué decidió retirarse de la televisión y pasar a la radio. Su pareja sentimiental de ese entonces, Diego Cadavid, llenaba sus días de felicidad.
Sigue a Cromos en WhatsAppClaro que es bonita, muy, pero no diré más sobre eso; no insistiré en lo fina que es su nariz ni en lo firme que es su mandíbula ni en la geometría de su cara toda llena de ángulos porque ya bastante se ha dicho sobre eso y bastante le han mirado su cuerpo largo con sus largas piernas de modelo que camina a las zancadas. Diré que de Lina Marulanda nada sabía, la había visto solo en esas apariciones fantasmagóricas cuando vas naufragando por los satélites televisivos; diré que de ella me parece sobresaliente el vértigo de su verbo y la vehemencia de sus manos que usa para enfatizar lo que tiene por decir y lo que tiene por decir es una catarata de convicciones que le nacen de su muy adentro y que son tantas –las convicciones– y tan labradas y tan infranqueables que nada más que respeto y admiración merecen –sus convicciones–.
Que sea vertiginosa en la palabra es nada más que una manifestación de su vida rápida de estrellato rápido. Ascendió rauda a una cumbre en la que suelen demorarse la vida entera porque al momentico de empezar a trepar ya era modelo reconocida y al siguiente segundo estaba frente a las cámaras de la televisión ejerciendo de presentadora que es la quimera de millones. Y mientras tanto estudiaba lo que quería que era Publicidad y Mercadeo y pronto muy pronto le llegó el cuarto de hora con todo lo demás: salió del nido familiar de papá-mamá-tres hermanos; vivir sola, responder por ella misma, carátulas de revista, chismes de revistas, maquillaje para las revistas, maquilladora para televisión, reflectores, vestidos de baño, vestidos de novia, el color del pelo, firme aquí el contrato, sonría allá, quieta, playa-brisa-mar. El paraíso.
Un paraíso pleno, sin zancudos ni nada, abundante en príncipes dispuestos y en contratos gordos, prendas para cada ocasión. Así fue la vida de Lina Marulanda desde cuando despuntó en el mundo del flash hace nada, hace apenas seis años, y por el vértigo que ya dije pasó por canales, se amistó con los sets, le descubrieron el ángulo, le plantearon secciones, le escribieron libretos, incluido el libreto de su propia vida sentimental diseñado para el colectivo de las niñas lindas que pisan las pasarelas: tú por aquí, tú dices esto, tú sonríe así, tú te lees esto y tu interés por la vida limita por el norte con los matrimonios, por el oriente con los diseños, por el occidente con los divorcios y por el sur con yates y con playas y con estrellitas que se empelotan sin reparos y sin ninguna condición distinta a que se vean lindas y a que las fotos que les publiquen sean bien grandes.
Hasta le dieron isla a Lina. Una isla no sé dónde, por allá por el Caribe creo, donde los amaneceres eran amarillos y los atardeceres eran naranjas, una isla para que oficiara de diosa y mandara a su antojo con látigo por si quería usarlo en una temporada que duró tres meses y que le vendieron como El Desafío de suceder a otra princesa y ella lo hizo porque estaba escrito en su mano; en su porvenir ideado por ideólogos invisibles estaba escrito que también hiciera ese programa después de haber hecho secciones de farándula en los noticieros del Canal Caracol y de haber participado de esa manera y durante un tiempo en esa especie de tautología que consiste en pertenecer al mundo de la farándula, como pertenecía Lina, e informar sobre el mundo de la farándula, como informaba Lina.
Pues Lina se mamó de ese paraíso sin zancudos. Comenzó a sentirse estrecha en un mundo demasiado repleto de lentejuelas, bisutería no siempre fina, encajes casi nunca transparentes. Todo eso le pasaba en la vida pública mientras a la vida privada, si es que alcanzaba a tener vida privada, le puso marido. Un marido idealizado, globalizado, querido, sí querido, pero un marido que también de pronto le empezó a quedar cortico –digo yo, no lo dice ella– porque imagino que dentro de todo su proceso de reconversión, cuando Lina Marulanda se sublevó, todo ese ímpetu que tiene devastó lo que había a su alrededor incluida una posición de prestigio en un canal televisivo prestigioso, un cheque seguro, una figuración constante y el etcétera que está incluido en todo lo que ya escribí de su rol de figura pública.
En esas estaba Lina. Había abandonado la autopista por la que iba, tan confortable como iba, en quinta velocidad como iba, y se propuso buscar su vida por los atajos. Se echó al monte. Decidió el camino de la dificultad al cambiar de casete y no querer la presentación de la farándula, la nota del reinado, el manido desfile, el maldito coctel. Renunció al Canal Caracol, a ser tan visible como son de visibles los iluminados por los reflectores de los estudios y aceptó una invitación para sumergirse en un medio opuesto, en la radio, en el que no valen las cejas delineadas ni el rubor exacto sobre las mejillas ni nada distinto a la imaginación instantánea y la palabra precisa en el momento justo.
Raro, muy raro. Muy raro que alguien relinda, tan relinda que ese sería su patrimonio principal, renuncie a usarlo y se entregue a la invisibilidad radial, a dejar todo lo que es en las manos de la imaginación de los oyentes; raro muy raro pero eso fue lo que hizo Lina Marulanda al dejar el altar televisivo y pasar a La W Radio, a estrenar un camino de espinas cuando toda su ruta –y su pasado y su futuro si lo siguiera– estaba hecho de rosas millonarias y de reconocimientos públicos y de viajes y de contratos. El paraíso. El falso paraíso que no quiso tal vez por el hartazgo del hábito, tal vez, pero con seguridad porque se sentía estrecha en el encasillamiento de la información blandita; incómoda de tapar el hueco de la sección de entretenimiento del sábado; de hacerle otra vez el eco obligado a la telenovela recién estrenada, de todo eso, se fue sintiendo emboscada a pesar de que a ese trabajo de luces y de sonido le sumó durante un tiempo largo su trabajo en el área de mercadeo del canal en donde pudo al fin practicar lo aprendido en las universidades en las que estudió, toda juiciosa, Publicidad.
La decisión estaba tomada y vigente: Lina radial, Lina W, Lina sin maquillaje ante el micrófono sin cámara, Lina sin pasar por el secador, casi sin mirarse al espejo, Lina por primera vez Lina escueta. Pero llegó un famoso cazador de talentos, un aguerrido buscador de sobresaltos, llegó Yamid Amat a lanzarle anzuelos, a buscarle arrepentimientos y todos sabemos que las obstinaciones de Yamid son ineludibles, así que Lina cayó en las redes de la tentación del demonio y se enredó en ellas porque todos sabemos que es fácil enredarse en esos afanes de lo que yo había creído, de lo que vos me habías dicho, de lo que habíamos pensado, lo que no planeamos.
No funcionó. No funcionó porque Lina ya había levantado el vuelo del estereotipo que le chantaron: el de la niña bonita que presenta toda cándida lo que hacen o deshacen las otras niñas bonitas, y no iba a regresar a hacer lo mismo en el canal de Yamid, así que se concentró en W Radio por las tardes, lo que quiere decir las mañanas para ella, el desayuno en calma, el gimnasio no por vanidad sino por física necesidad, la cantidad de lecturas aplazadas, la búsqueda de materiales diversos para su programa y también el tiempo para el amor que Lina encontró en esta refundación de su vida. Porque concluyó sonriente y amistosa aquel matrimonio entusiasta que le cubrió una época, que cumplió con una época, y halló en el camino al actor Diego Cadavid, que además es fotógrafo, que le hace brillar los ojos y quien le parece de inteligencia desbordada, alguien más parecido a su vida de ahora, ¿más vertiginoso?, ¿más incierto?, más vital quizás para que le haga compañía en este camino de las dificultades por el cual ha echado a andar Lina Marulanda, quien estuvo en el paraíso y se aburrió de tan rosadito que era.