Alemania y Argentina, la rivalidad entre dos escuelas
En el nuevo templo los viejos rivales quieren saldar una deuda y dirimir quién es el mejor en Brasil 2014. Unos juegan por la gloria eterna con la pelota y el estilo, los alemanes; los otros por el resultado con el “huevo... huevo”, como símbolo.
Iván Mejía *
Las selecciones de Alemania y Argentina se han citado a partir de las dos de la tarde en el refaccionado templo del fútbol para dirimir por tercera oportunidad cuál es el mejor equipo en Brasil 2014. El saldo de los litigios en instancias decisorias ofrece paridad, pues mientras Argentina, comandado por el legendario ‘diez’, Diego Armando Maradona, ganó en el 86 en el estadio Azteca (3-2), los teutones hicieron suyo el trofeo cuatro años más tarde en el Olímpico de Roma, gracias a una pena máxima ejecutada por Andreas Brehme.
En el camino mundialista existen otros cuatro enfrentamientos entre germanos y albicelestes con saldo a favor de los europeos. No deja de ser curioso que en los últimos dos torneos los rivales de esta tarde hayan cruzado sables. En Alemania 2006 el recordado papelito de Jens Lehmann en el cobro desde los doce pasos alejó de semifinales al equipo dirigido por José Néstor Pékerman. Y en Sudáfrica la banda de Joachim Löw doblegó 4-0 con baile incluido al equipo que decían dirigía Maradona. Esta, pues, será la tercera batalla consecutiva, un partido muy visto y un resultado conocido a favor de Alemania.
Los tiempos no parecen diferentes, pues mientras Alemania ya se perfilaba hace cuatro años como un magnífico conjunto, simbiosis de fútbol colectivo, aquella Argentina también dependía de la genialidad de Lionel Messi, tan ausente en Ciudad del Cabo como lo ha sido hasta hoy en el Mundial de Brasil 2014.
No será simplemente un partido de fútbol. Será también la rivalidad entre dos escuelas, dos maneras de interpretar este bello y apasionante juego que mueve un planeta. Alemania personifica el respeto a la posesión del balón en alta velocidad con gran intensidad en la recuperación del útil en zonas defensivas del enemigo. Argentina magnífica la defensa a ultranza, el cerrar los caminos al abordaje rival, con descolgadas veloces a los lugares vacíos. Argentina tipifica la máxima sentencia del fútbol como un “juego donde se tratan de cerrar los espacios en defensa y abrirlos en ataque”.
La selección de Argentina llegó a Brasil con un estereotipo montado en torno a los ‘cuatro fantásticos’, nombre con el que se describía la unión de Ángel Di María, Gonzalo Higuaín, Sergio Agüero y Lionel Messi, cuatro colosales delanteros con más de un centenar de anotaciones en sus botines. Ese equipo no funcionó tan bien como se esperaba y tan sólo los chispazos individuales de Messi remolcaron a los albicelestes a las primeras victorias, incluso sufriendo mucho como contra Irán, donde Lionel rescató el partido en el suplemento con un golazo típico de su cosecha.
De un primer partido con ‘carrileros’ a la reacción de Messi, “somos Argentina y no podemos jugar así”, apenas transcurrió una rueda de prensa. Reinsertado Gago en la formación titular, al lado de Javier Mascherano, el elenco de Alejandro Sabella empezó a ver caer sus ‘fantásticos’ uno a uno. Primero fue el Kun Agüero y después Ángel Di María. Ezequiel Lavezzi, menos brillante pero más dúctil y cumplidor en lo táctico, tomó el lugar de Agüero y Enzo Pérez, un semidesconocido volante del Benfica reemplazó a Di María, hasta ese momento el socio ideal para que Lionel Messi pudiera intentar salir de la ‘jaula’ a la que lo sometieron todos sus rivales y su propia inclinación a jugar estático.
El equipo inicial parecía de Alejandro Sabella, el que terminó jugando y haciéndose un sitio en la final parece inspirado por el conservadurismo táctico, la obsesión defensiva y los movimientos destructivos de Carlos Bilardo, presente para lo bueno y para lo malo en esta selección de Argentina. Un raquítico promedio ofensivo de 1,3, cinco partidos ganados por 1-0, un juego vencido en tiros desde el punto penal no inquietan a Argentina, que recuerda cómo España ganó el título con sólo marcar cinco anotaciones.
Del 5-2 en defensa al 4-3 solo existe una ecuación matemática diferente, pues en el fondo son los mismos siete defensores. Y Argentina encontró en el camino soluciones a sus problemas. La llegada de Pérez le permitió al técnico montar un 4-3-1-2 con Pérez, Mascherano, Lucas Biglia; Messi suelto y dos puntas, Gonzalo Higuaín y Ezequiel Lavezzi.
Los cuatro fantásticos son cosa del pasado y Argentina hoy es el equipo del “pongan huevo… pongan huevo” que brota de la tribuna, como si jugara Boca Juniors, simbolizando que atrás quedó el mito del juego estético para dar lugar a la fuerza, la transpiración y el temperamento. Argentina se olvidó de jugar para volver a defender y pedir partidos a largo tiempo, como la tediosa semifinal contra Holanda. Sabedora de su inferioridad técnica, los suramericanos apelan al corazón y la raza de Mascherano. El ADN argentino es el del ‘jefecito’, el jugador con más pases efectivos y uno de los cinco que más kilómetros han recorrido.
Mientras Javier Mascherano supera los 67 kilómetros y medio, su gran estrella, el hombre en quien desde el papa Francisco confía, tan sólo ha corrido 51,9 km. Argentina sigue esperando a Messi, el de los regates, la genialidad, los goles, el talento y la fantasía. Por Brasil se pasea una sombra de ese que ganó cuatro balones de Oro y todos confían en que hoy ante la selección de Alemania sea su gran día. Está en deuda.
También ha cambiado Alemania durante el torneo, pero lo ha hecho para bien, para sintetizar la idea de jugar a la pelota, de querer el balón para agredir al adversario.
Maravilló en su debut contra Portugal, cuando arrasó a Cristiano Ronaldo y sus amigos. Fue una sinfonía de toque en velocidad, explotación de espacios, permuta de posiciones, rapidez en las maniobras, sentenciada con cuatro bellos goles. Philipp Lahm jugó como volante cabeza de área, como lo utiliza el técnico Pep Guardiola en el Bayern Múnich, y a sus lados estuvieron Sami Khedira y Toni Kroos, con Thomas Müller, Mezut Özil y Mario Götze en el ataque. Alemania prescindió del delantero centro y jugó con el nueve falso.
Sufrió contra la selección de Ghana, cuando algunas piezas mostraron falencias en especial los dos marcadores de punta, Jérôme Boateng y Benedikt Höwedes, dos centrales reconvertidos a laterales cuyo aporte ofensivo fue escaso. La lesión de Shkodran Mustafi, marcador derecho, obligó a Löw a retornar a Lahm a la banda, por lo que el mediocampo volvió a ser el de siempre: Schweinsteiger, Khedira y Kroos.
Alemania estuvo a un pasito del infierno ante Argelia, pero al final sacó su categoría y terminó ganando. Después ante Francia en el estadio Maracaná convalidó un estilo, volviendo a los tractores en el armado y el panzer Klose en el centro del ataque.
La “masacre” de Belo Horizonte, cuando humilló y apaleó a Brasil, dejó en claro que el técnico Löw ha terminado por armar una maravillosa máquina de jugar al fútbol que tiene tiki-taken, pues su velocidad es infernal, respaldos defensivos y una presión intensa muy alta. Schweisteiger y Khedira recuperan y juegan, Kroos y Müller mezclan y golean, Klose rompe récords, el símbolo del mejor equipo del Mundial de Brasil.
Alemania juega para la eternidad, quiere ganar y dejar una idea de cómo se practica el fútbol. El mundo encuentra en el equipo de Löw una magnífica fuente para abreviar las penas del estilo cicatero, rácano y de fuerza que quieren imponer los otrora estilistas de la pelota, brasileños y argentinos, hoy defensores de la fuerza que en otra época simbolizaba la “manschafft”.
En el nuevo templo los viejos rivales quieren saldar una deuda y dirimir quién es el mejor en Brasil 2014. Unos juegan por la gloria eterna con la pelota y el estilo, los alemanes; los otros por el resultado con el “huevo... huevo”, como símbolo.
Las selecciones de Alemania y Argentina se han citado a partir de las dos de la tarde en el refaccionado templo del fútbol para dirimir por tercera oportunidad cuál es el mejor equipo en Brasil 2014. El saldo de los litigios en instancias decisorias ofrece paridad, pues mientras Argentina, comandado por el legendario ‘diez’, Diego Armando Maradona, ganó en el 86 en el estadio Azteca (3-2), los teutones hicieron suyo el trofeo cuatro años más tarde en el Olímpico de Roma, gracias a una pena máxima ejecutada por Andreas Brehme.
En el camino mundialista existen otros cuatro enfrentamientos entre germanos y albicelestes con saldo a favor de los europeos. No deja de ser curioso que en los últimos dos torneos los rivales de esta tarde hayan cruzado sables. En Alemania 2006 el recordado papelito de Jens Lehmann en el cobro desde los doce pasos alejó de semifinales al equipo dirigido por José Néstor Pékerman. Y en Sudáfrica la banda de Joachim Löw doblegó 4-0 con baile incluido al equipo que decían dirigía Maradona. Esta, pues, será la tercera batalla consecutiva, un partido muy visto y un resultado conocido a favor de Alemania.
Los tiempos no parecen diferentes, pues mientras Alemania ya se perfilaba hace cuatro años como un magnífico conjunto, simbiosis de fútbol colectivo, aquella Argentina también dependía de la genialidad de Lionel Messi, tan ausente en Ciudad del Cabo como lo ha sido hasta hoy en el Mundial de Brasil 2014.
No será simplemente un partido de fútbol. Será también la rivalidad entre dos escuelas, dos maneras de interpretar este bello y apasionante juego que mueve un planeta. Alemania personifica el respeto a la posesión del balón en alta velocidad con gran intensidad en la recuperación del útil en zonas defensivas del enemigo. Argentina magnífica la defensa a ultranza, el cerrar los caminos al abordaje rival, con descolgadas veloces a los lugares vacíos. Argentina tipifica la máxima sentencia del fútbol como un “juego donde se tratan de cerrar los espacios en defensa y abrirlos en ataque”.
La selección de Argentina llegó a Brasil con un estereotipo montado en torno a los ‘cuatro fantásticos’, nombre con el que se describía la unión de Ángel Di María, Gonzalo Higuaín, Sergio Agüero y Lionel Messi, cuatro colosales delanteros con más de un centenar de anotaciones en sus botines. Ese equipo no funcionó tan bien como se esperaba y tan sólo los chispazos individuales de Messi remolcaron a los albicelestes a las primeras victorias, incluso sufriendo mucho como contra Irán, donde Lionel rescató el partido en el suplemento con un golazo típico de su cosecha.
De un primer partido con ‘carrileros’ a la reacción de Messi, “somos Argentina y no podemos jugar así”, apenas transcurrió una rueda de prensa. Reinsertado Gago en la formación titular, al lado de Javier Mascherano, el elenco de Alejandro Sabella empezó a ver caer sus ‘fantásticos’ uno a uno. Primero fue el Kun Agüero y después Ángel Di María. Ezequiel Lavezzi, menos brillante pero más dúctil y cumplidor en lo táctico, tomó el lugar de Agüero y Enzo Pérez, un semidesconocido volante del Benfica reemplazó a Di María, hasta ese momento el socio ideal para que Lionel Messi pudiera intentar salir de la ‘jaula’ a la que lo sometieron todos sus rivales y su propia inclinación a jugar estático.
El equipo inicial parecía de Alejandro Sabella, el que terminó jugando y haciéndose un sitio en la final parece inspirado por el conservadurismo táctico, la obsesión defensiva y los movimientos destructivos de Carlos Bilardo, presente para lo bueno y para lo malo en esta selección de Argentina. Un raquítico promedio ofensivo de 1,3, cinco partidos ganados por 1-0, un juego vencido en tiros desde el punto penal no inquietan a Argentina, que recuerda cómo España ganó el título con sólo marcar cinco anotaciones.
Del 5-2 en defensa al 4-3 solo existe una ecuación matemática diferente, pues en el fondo son los mismos siete defensores. Y Argentina encontró en el camino soluciones a sus problemas. La llegada de Pérez le permitió al técnico montar un 4-3-1-2 con Pérez, Mascherano, Lucas Biglia; Messi suelto y dos puntas, Gonzalo Higuaín y Ezequiel Lavezzi.
Los cuatro fantásticos son cosa del pasado y Argentina hoy es el equipo del “pongan huevo… pongan huevo” que brota de la tribuna, como si jugara Boca Juniors, simbolizando que atrás quedó el mito del juego estético para dar lugar a la fuerza, la transpiración y el temperamento. Argentina se olvidó de jugar para volver a defender y pedir partidos a largo tiempo, como la tediosa semifinal contra Holanda. Sabedora de su inferioridad técnica, los suramericanos apelan al corazón y la raza de Mascherano. El ADN argentino es el del ‘jefecito’, el jugador con más pases efectivos y uno de los cinco que más kilómetros han recorrido.
Mientras Javier Mascherano supera los 67 kilómetros y medio, su gran estrella, el hombre en quien desde el papa Francisco confía, tan sólo ha corrido 51,9 km. Argentina sigue esperando a Messi, el de los regates, la genialidad, los goles, el talento y la fantasía. Por Brasil se pasea una sombra de ese que ganó cuatro balones de Oro y todos confían en que hoy ante la selección de Alemania sea su gran día. Está en deuda.
También ha cambiado Alemania durante el torneo, pero lo ha hecho para bien, para sintetizar la idea de jugar a la pelota, de querer el balón para agredir al adversario.
Maravilló en su debut contra Portugal, cuando arrasó a Cristiano Ronaldo y sus amigos. Fue una sinfonía de toque en velocidad, explotación de espacios, permuta de posiciones, rapidez en las maniobras, sentenciada con cuatro bellos goles. Philipp Lahm jugó como volante cabeza de área, como lo utiliza el técnico Pep Guardiola en el Bayern Múnich, y a sus lados estuvieron Sami Khedira y Toni Kroos, con Thomas Müller, Mezut Özil y Mario Götze en el ataque. Alemania prescindió del delantero centro y jugó con el nueve falso.
Sufrió contra la selección de Ghana, cuando algunas piezas mostraron falencias en especial los dos marcadores de punta, Jérôme Boateng y Benedikt Höwedes, dos centrales reconvertidos a laterales cuyo aporte ofensivo fue escaso. La lesión de Shkodran Mustafi, marcador derecho, obligó a Löw a retornar a Lahm a la banda, por lo que el mediocampo volvió a ser el de siempre: Schweinsteiger, Khedira y Kroos.
Alemania estuvo a un pasito del infierno ante Argelia, pero al final sacó su categoría y terminó ganando. Después ante Francia en el estadio Maracaná convalidó un estilo, volviendo a los tractores en el armado y el panzer Klose en el centro del ataque.
La “masacre” de Belo Horizonte, cuando humilló y apaleó a Brasil, dejó en claro que el técnico Löw ha terminado por armar una maravillosa máquina de jugar al fútbol que tiene tiki-taken, pues su velocidad es infernal, respaldos defensivos y una presión intensa muy alta. Schweisteiger y Khedira recuperan y juegan, Kroos y Müller mezclan y golean, Klose rompe récords, el símbolo del mejor equipo del Mundial de Brasil.
Alemania juega para la eternidad, quiere ganar y dejar una idea de cómo se practica el fútbol. El mundo encuentra en el equipo de Löw una magnífica fuente para abreviar las penas del estilo cicatero, rácano y de fuerza que quieren imponer los otrora estilistas de la pelota, brasileños y argentinos, hoy defensores de la fuerza que en otra época simbolizaba la “manschafft”.
En el nuevo templo los viejos rivales quieren saldar una deuda y dirimir quién es el mejor en Brasil 2014. Unos juegan por la gloria eterna con la pelota y el estilo, los alemanes; los otros por el resultado con el “huevo... huevo”, como símbolo.